Amor en el lugar equivocado

Capítulo 8: La Cotorrita Cascarrabias

El apartamento de Dax olía a café, soledad y, desde hacía exactamente tres días, a semillas de girasol. Un aroma penetrante que se colaba en cada esquina y se adhería a la ropa con tenacidad. La fuente de este nuevo perfume ambiental era Copo, una cotorrita blanca con ojos negros como abalorios y un temperamento que habría hecho avergonzar a un dragón.

Copo no era una mascota. Era la herededera forzosa de un proyecto fallido de su hermano pequeño, que había intentado domesticarla y solo había conseguido enseñarle a silbar los primeros compases de la canción de Game of Thrones y a gritar "¡IM-PRESENTABLE!" cada vez que alguien estornudaba.

Dax, en su desesperación post-ruptura (la primera, la real), había aceptado al animal por lástima. Ahora, Copo reinaba desde su jaula-castillo en el salón, observando el mundo con un desdén profundo.

—¿Y este es el nuevo miembro de la familia? —preguntó Elisa esa mañana, señalando la jaula con curiosidad. Su mirada era la de siempre: educada, vacía. Un lienzo en blanco.

—Su nombre es Copo. Es… un alma atormentada —explicó Dax, ofreciéndole un café que ella aceptó con una sonrisa de agradecimiento genérico.

—Hola, Copo —dijo Elisa, acercándose a la jaula.

La cotorrita infló las plumas y lanzó un chillido que sonó como un tornillo atorado en una taladradora. —¡Cállate, cállate, CÁLLATE! —graznó.

Elisa retrocedió, sobresaltada. —¡Vaya! Es un poco… intensa.

—Tienes suerte. Ayer le gritó "¡FASCISTA!" al microondas por no calentar la leche lo suficientemente rápido.

Trabajaron un rato, con los planos desplegados sobre la mesa del salón. Dax explicaba los ajustes en la estructura de soporte, y Elisa asentía, absorta en la lógica del diseño. Era un baile familiar, un déjà vu diario que a Dax le partía el alma y, a la vez, se la sostenía.

Fue entonces cuando Leo hizo su entrada triunfal. No llamó a la puerta, simplemente apareció, como un fenómeno meteorológico previsible.

—¡Que suene la trompeta, que llegó el maestro! —anunció, dejando caer una bolsa de churros en la mesa—. He traído combustible para el amor… y para la cotorrita cascarrabias. ¿Qué tal está la señorita Malhumor?

Copo, al ver a Leo, se aferró a los barrotes de su jaula como un preso anciano. —¡IM-PRESENTABLE! —chilló, dirigiendo el insulto directamente a la camisa hawaiana de Leo.

—La quiero —declaró Leo, sin inmutarse—. Tiene más carácter que tú. Oye, he estado pensando. Necesitáis un ritual. Algo que ella asocie solo contigo, algo tan poderoso que pueda traspasar la maldición amnésica.

—¿Como traerle tacos y que acaben en mi yeso? —preguntó Dax, con escepticismo.

—Eso fue un éxito táctico, no me discutas. No, hablo de algo más íntimo. Un sonido, una palabra. Algo que le haga sentir… pertenencia.

En ese preciso instante, Copo, harta del olvido en el que la tenían, decidió entrar en acción. Se irguió en su percha, tomó aire y, con una claridad pasmosa, gritó:

—¡PIO PIO, MI AMOR!

El silencio que siguió fue absoluto. Dax se puso colorado como un tomate. Leo dejó caer la mitad de un churro.

—¿Qué… qué ha dicho? —preguntó Elisa, mirando al pájaro y luego a Dax, cuya expresión era una mezcla de pánico y vergüenza mortal.

—Nada —trató de explicar Dax—. Es solo que… a veces veo telenovelas… para relajarme.

—¡Mentira piadosa! —interrumpió Leo, recuperándose—. ¡Es el ritual! Dax, tú se lo dices cada mañana, ¿verdad? Cuando preparas el café. "Pío pío, mi amor". Es vuestro código. Vuestra llamada de apareamiento.

Dax quiso negarlo, pero era cierto. En un arrebato de ternura y estupidez, durante su relación, había empezado a llamarla así en los momentos más tontos. Y Copo, con la memoria implacable de un loro, lo había aprendido.

Elisa miró a Dax, y por primera vez en días, no había confusión en su mirada, sino una curiosidad profunda y divertida.

—¿Tú… me llamas "pío pío, mi amor"? —preguntó, y una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios. No una sonrisa educada, sino una sonrisa de genuina diversión.

—En mi defensa —murmuró Dax, rindiéndose—, suenas un poco así cuando te despiertas.

Ella rio. Una risa suelta, real. —Es ridículo. —Miró a Copo—. Y tú, pequeña espía, ¿qué más sabes?

Copo, animada por la atención, hinchó el pecho y soltó su otro gran tesoro: un silbido perfecto de los primeros compases de Game of Thrones, seguido de un "¡Invierno está llegando, idiota!" que hizo temblar los cimientos de la dignidad de Dax.

—Eso se lo enseñó mi hermano —aclaró Dax, débilmente.

—No —dijo Leo, con la solemnidad de un director de orquesta—. Esto es mejor que cualquier sesión de terapia. La verdad sale a la luz a través del pico de un pájaro. Es poético.

Elisa se acercó de nuevo a la jaula, pero esta vez sin miedo. Observó a Copo, que la miraba con sus ojillos brillantes.

—"Pío pío, mi amor"... —repitió ella en un susurro, como si probara el sabor de las palabras. Luego, miró a Dax—. Es tan tonto que… casi me gusta.

No recordaba. Dax lo sabía. Podía verlo en sus ojos. La memoria no había vuelto. Pero algo había cambiado. La absurda ternura de ese apodo, filtrada a través de una cotorrita cascarrabias, había creado un nuevo camino. No estaba reconstruyendo un recuerdo, estaba construyendo uno nuevo. Y este, involucraba a un hombre que la llamaba "pío pío", un amigo que traía churros y un pájaro que insultaba electrodomésticos.

Era un desastre. Un hermoso, cómico y esperanzador desastre.

—¿Sabes? —dijo Elisa, cogiendo un churro de la bolsa—. Por hoy, tenemos suficientes revelaciones. Mejor volvamos a los planos.

Y mientras Dax asentía, aliviado y eufórico, Copo, desde su jaula, lanzó un último y despectivo comentario.

—¡FASCISTA!

Pero esta vez, Elisa y Dax se miraron… y rieron juntos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.