Amor en el lugar equivocado

Capítulo 9: Planes, Dulces y una Canción Desastrosa

La grieta en la niebla de Elisa, abierta por el apodo revelador de la cotorrita, no se cerró del todo al día siguiente. Cuando Dax llamó a la puerta, la encontró ya vestida, con una ligera sonrisa que no era la habitual cortesía vacía.

—Hola, "arquitecto persistente" —lo saludó, con un guiño casi imperceptible.

Dax sintió que el corazón le daba un vuelco. —¿"Persistente"? ¿Es mi nuevo título oficial?

—Es un ascenso.Antes eras solo "el de los dibujos bonitos" —respondió ella, cogiendo su chaqueta—. Hoy no quiero ver un plano. Hoy quiero salir.

El plan de Dax para el día—revisar los cálculos de carga dinámica—se evaporó en el acto. —Claro. ¿Adónde te apetece ir?

—No lo sé. Tú eliges. Algo que... "Pío Pío" consideraría un buen plan —dijo, juguetona, usando el apodo como una prueba, como si estuviera tanteando el terreno de una broma privada que solo medio recordaba.

Así fue como terminaron en "La Dulce Espera", una dulcería temática y cursi hasta decir basta, famosa por sus postres para compartir. El local estaba decorado con corazones de fieltro y parejas de porcelana, y el menú consistía en atrocidades azucaradas con nombres como "El Beso de Fresa" o "La Tarta de los Enamorados".

—Esto es... intenso —comentó Elisa, observando un centro de mesa con forma de cupido—. ¿Elegiste esto como parte de tu estrategia de "colega aburrido"?

—Leo dice que debo ser más memorable. Esto es inolvidablemente hortera —confesó Dax, muerto de vergüenza—. ¿Pedimos el "Sundae del Corazón"? Dice que trae suerte.

El "Sundae del Corazón" era una montaña de helado de vainilla y chocolate, con dos cerezas encima y una sola cuchara larga, ridícula, para "compartir". Elisa se rió al verlo.

—Esto es una trampa para turistas.

—Una trampa muy efectiva—admitió él.

Mientras intentaban coordinar quién metía la cuchara primero, sus manos se tocaron, y Elisa no retiró la suya de inmediato. Comieron el helado, riéndose de lo empalagoso que estaba, y por un momento, no había amnesia, ni pabellones que construir, solo dos personas compartiendo un postre absurdamente grande.

—Es demasiado dulce —dijo Elisa, limpiándose un poco de chocolate de la comisura de los labios.

—Como la situación—murmuró Dax para sus adentros.

La tarde siguió en un bar cercano que, para su sorpresa (y horror de Dax), resultó ser de karaoke. No era un sitio elegante, sino uno de esos lugares con moqueta desgastada y un ambiente que animaba al desastre.

—Oh, no —susurró Dax—. Por aquí no.

—¿Qué pasa?¿El gran arquitecto le tiene miedo a un micrófono? —le provocó Elisa, con una chispa de picardía en los ojos.

Antes de que pudiera responder, una figura familiar saltó al minúsculo escenario. Era Leo, con un micrófono en la mano y una energía peligrosa.

—¡SEÑORES Y SEÑORAS! —tronó— ¡Para esta siguiente canción, quiero dedicársela a mis dos amigos favoritos, que están reconstruyendo su amor como si fuera una casa en zona sísmica! ¡Un aplauso para ellos! ¡Y que suban aquí, que esto es un dúo!

Dax quiso fundirse con la moqueta. Pero Elisa, con una determinación nueva, lo tomó de la mano.

—Vamos. No puedes hacer el ridículo solo.

Empujado por ella y por los vítores de Leo, Dax subió al escenario. La canción que Leo había elegido para ellos era un clásico romántico y cursi de los 80, del cual Dax solo conocía el estribillo.

La música comenzó. Elisa, para asombro de Dax, tomó el micrófono y cantó la primera estrofa con una voz clara y un poco tímida, pero afinada. Cuando le llegó el turno a él, Dax abrió la boca y salió un sonido que era un cruce entre una puerta oxidada y un gato siendo pisado. La audiencia soltó una risa comprensiva.

Elisa lo miró, y en lugar de avergonzarse, se rió con ganas, acercándose para compartir su micrófono y ayudarlo con el estribillo. Fue un desastre. Él desafinaba, ella se reía, y en el fondo, Leo los animaba como un director energúmeno.

Pero en medio del caos, mientras forcejeaban con la melodía y se miraan riendo, Dax vio cómo los ojos de Elisa brillaban con una emoción real, no un rescoldo del pasado, sino algo nuevo, construido sobre helado demasiado dulce y una canción terriblemente cantada.

Al bajar del escenario, jadeantes y sonrientes, Elisa se apoyó en su hombro por un momento, sin la barrera del yeso entre ellos.

—Has sido el peor cantante que he escuchado en mi vida —dijo, sin apartar la cabeza de su hombro.

—Lo sé—admitió Dax, sintiendo el calor de su cuerpo—. Pero ha sido divertido.

—Sí —susurró ella—. Ha sido divertido.

No hubo un beso. No hubo un milagro que borrara la amnesia. Pero cuando Dax la acompañó a su puerta, Elisa se volvió antes de entrar.

—Oye, Dax —dijo.

—¿Sí?

—Mañana...¿traes café? Y... ¿puedes contarme otra vez lo de cómo nos conocimos? Me gusta cómo lo cuentas.

Dax asintió, con un nudo en la garganta y el corazón latiendo con la fuerza de un bombo de karaoke. No era el pasado lo que ella quería oír, sino el comienzo de su historia. Y por primera vez, Dax sintió que, tal vez, estaba bien empezar de nuevo desde cero, incluso si eso significaba cometer todos los errores otra vez, pero juntos.

Al llegar a su apartamento, Copo lo recibió desde su jaula con un graznido que sonó casi... comprensivo.

—¡Pío pio, idiota! —chilló.

Y por primera vez, Dax se rio.




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