Amor en el lugar equivocado

Capítulo 11: Eau de Mosca

El abrazo en la puerta de Elisa había cambiado las reglas del juego. Ya no eran "la arquitecta y su colega" ni "la amnésica y su cuidador". Eran Dax y Elisa, dos personas que, oficialmente, estaban saliendo. La idea le parecía a Dax tan maravillosa y frágil como una burbuja de jabón, y temía que cualquier movimiento brusco la hiciera estallar.

Por eso, cuando Elisa le dijo un martes por la tarde que tenía un "plan secreto", Dax sintió una mezcla de emoción y nerviosismo.

—¿Plan secreto? ¿Más karaoke? ¿Otro sundae monstruoso? —preguntó, esperando que no fuera algo que involucrara a Sergio.

—Algo mejor. Quiero comprarte un regalo —dijo ella, con una sonrisa tímida que le robó el aliento.

—¿Un regalo? ¿Por qué?

—Porque sí. Por el café. Por las historias. Por aguantar a Sergio en los carnavales —respondió, cogiendo su mano—. Y porque quiero.

Así terminaron en una perfumería de lujo, un lugar con aire acondicionado que olía a mil flores diferentes y donde los vendedores miraban a los clientes como si estuvieran evaluando su coeficiente olfativo. Elisa, concentrada y seria, como si estuviera descifrando un plano estructural, se dedicó a oler una fragancia tras otra.

—Quiero algo que te defina —murmuró, pasando un frasco bajo la nariz de Dax—. Algo único.

Dax, que normalmente usaba un desodorante en barra sin olor y poco más, se sentía abrumado. —Cariño, con que huela a limpio, es más que suficiente.

—¡No! Esto es importante —insistió ella—. Tiene que ser especial.

Tras veinte minutos de intensa deliberación, una vendedora con sonrisa de hielo les presentó la opción perfecta: "Fougère Épica", una fragancia que, según ella, "combinaba notas amaderadas con un toque cítrico y un fondo audaz y terroso". A Elisa le encantó. A Dax le olía a bosque húmedo después de que un animal hubiera pasado por allí, pero la ilusión en los ojos de ella era tan brillante que asintió con entusiasmo.

—Es perfecto —declaró Elisa, pagando por el frasco de vidrio esculpido como si fuera una reliquia.

Al día siguiente, Dax se preparó para su primera cita oficial como "novio". Se duchó, se vistió con esmero y, como un acto de fe, se aplicó generosamente el "Fougère Épica". Quería honrar el regalo. Quería oler como a Elisa le gustaba.

El plan era un picnic en el parque. El sol brillaba, la manta estaba extendida y la cesta de comida que había preparado Leo (con instrucciones estrictas de no mencionarlo) parecía deliciosa. Elisa llegó con otro de sus ligeros vestidos de verano y una sonrisa que se ensanchó al verlo.

—¡Hueles increíble! —exclamó, acercándose para olfatear su cuello—. Exactamente como me lo imaginé.

Dax se sonrojó. —Es todo gracias a tu criterio.

Los primeros quince minutos fueron idílicos. Comieron sandwiches, brindaron con sidra y rieron. Pero entonces, notó el primer zumbido. Una mosca pequeña y persistente comenzó a dar vueltas alrededor de su cabeza. Dax la ahuyetó con la mano, disculpándose.

—No pasa nada, es el campo —dijo Elisa.

Sin embargo, la mosca no era un evento aislado. En cuestión de minutos, una segunda se unió a la fiesta. Luego una tercera. Pronto, un pequeño enjambre de moscas verdes y brillantes orbitaba alrededor de Dax como si fuera un festín ambulante.

—Es... peculiar —comentó Elisa, observando cómo Dax se movía inquieto, sacudiendo los brazos como un malabarista en crisis.

—¡No entiendo por qué! —mintió él, desesperado, sabiendo perfectamente que la culpa era del "Fougère Épica" y su "audaz y terroso fondo" que, aparentemente, era irresistible para la entomología local.

La situación alcanzó su punto más bajo cuando una mosca, más audaz que las demás, se posó justo en la punta de su nariz. Dax cruz los ojos para mirarla y soltó un bufido, espantándola. Elisa lo observó, y por un momento, él temió que la magia se hubiera roto, que ella viera a un idiota acosado por insectos en lugar de al hombre romántico que ella quería.

Pero entonces, un sonido escapó de los labios de Elisa. Un pequeño hipido. Luego otro. Y de repente, se estaba riendo. No una risa cortés, sino una carcajada profunda, descontrolada, que le hizo agarrarse el estómago y rodar ligeramente sobre la manta.

—¡Tus ojos! —logró decir entre risas— ¡Los has cruzado! ¡Parecías un personaje de dibujos animados!

Dax, al principio ofendido, no pudo evitar contagiarse. La risa de ella era demasiado genuina. Pronto, ambos se reían a carcajadas, ahuyentando a la mitad de las moscas con el ruido.

—Lo siento —jadeó Elisa, secándose las lágrimas—. Es que... tu perfume... atrae a todo el ecosistema.

—¡Es el "Fondo Terroso"! —admitió Dax, riendo—. ¡Debe oler a carroña de lujo!

—¡Oh, Dax! —exclamó ella, recuperando el aliento—. Es el regalo más desastroso que he hecho en mi vida.

—No —dijo él, suavizando su tono. Su risa se apagó, pero la sonrisa permaneció—. Es el mejor. Porque es de ti. Y porque me has dado la escena más ridícula y memorable de mi vida.

Elisa se inclinó hacia adelante, apoyándose en sus manos, y lo besó. Fue un beso rápido, dulce, y que supo a sidra y a risas compartidas.

—Está bien —susurró ella contra sus labios—. La próxima vez, te compro un desodorante de fresa.

—O podemos simplemente quedarnos con mi aroma natural a "colega aburrido" —sugirió él.

—Nunca has sido aburrido, Dax —respondió ella, recostándose en la manta—. Desde el primer día, has sido... memorable.

Mientras empacaban, ya sin la compañía de las moscas, Dax pensó que no le importaría si ese perfume atraía a todos los insectos del continente. Valía la pena con tal de verla reír así de nuevo.

Al llegar a casa, Leo lo estaba esperando en el sofá.

—¿Y? ¿Triunfó el "Fougère Épica"? —preguntó, con aire de experto.

—Podría decirse que sí —respondió Dax, sonriendo—. Atrajo a un público muy, muy entusiasta.

Desde su jaula, Copo, quizás oliendo los restos del perfume en la camisa de Dax, dio su veredicto final.




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