La relación avanzaba a un ritmo que a Dax le parecía un milagro diario. Pero todo milagro tiene su prueba de fe, y la de ellos llegó en forma de un mensaje de texto de su madre: "Hijo, paso por la ciudad mañana. Tengo ganas de ver a esa chica especial de la que me hablas. ¿Preparamos una comida juntos? Un beso. Mamá."
El pánico se apoderó de Dax. Su madre, Carmen, era una mujer con un corazón de oro pero las manos de un chef estrella Michelin. Su arroz con pollo era legendario, y su mirada podía detectar un gramo de sal faltante a diez metros de distancia.
—Mi madre viene a comer —anunció con voz ronca, mostrándole el mensaje a Elisa.
—¡Qué bien! —exclamó ella, con genuino entusiasmo—. Por fin podré conocerla. ¿Qué le cocinamos?
—Ese es el problema. Nosotros no cocinamos. Yo pido sushi y finjo que lo hice.
—¡Tonterías! —Elisa lo miró con determinación—. Será un gesto bonito. Haremos algo especial. ¿Qué tal... un arroz?
Dax palideció. "Arroz" y "Elisa" en la misma frase le provocaban escalofríos desde el incidente del "Risotto Goma" (una historia que aún no se atrevía a contarle).
Pero ella estaba decidida. Así que, a la mañana siguiente, con Carmen a dos horas de distancia, se plantaron en la cocina de Dax con una pila de ingredientes y el aura optimista de quien está a punto de declarar un desastre natural.
La primera batalla fue con la cebolla.
—Solo hay que picarla fina—improvisó Elisa, cogiendo el cuchillo como si fuera un bisturí—. ¿Verdad, Copo?
—¡Cortar,cortar! —graznó el loro desde su jaula, que habían trasladado a la cocina como espectador privilegiado.
Elisa apoyó la cebolla en la tabla y, con una concentración feroz, hundió la punta del cuchillo en el centro. La cebolla rodó y escapó. Al tercer intento, logró clavarla. Entonces, empezó a serrarla con un movimiento torpe y peligroso. Los ojos se le empezaron a inundar de lágrimas no solo por los gases, sino por la frustración.
—¡Está viva! ¡Esta cebolla está claramente viva y me tiene manía! —anunció, con la voz quebrada por el llanto y con trozos de cebolla de tamaños geológicamente diversos esparcidos por la encimera.
Dax, que observaba desde la puerta con el corazón en un puño, no pudo contenerse más.
—Cariño,déjame ayud...
—¡No!—gritó ella, blandiendo el cuchillo—. ¡Tú diseñas rascacielos, pero esto es mi campo de batalla! ¡Yo puedo!
La siguiente víctima fue el ají. "Para darle sabor", había dicho. Sin quitar las semillas ni la vena, lo partió en dos con las manos. Un minuto después, se tocó la comisura del ojo.
—¡Ay, me arde! ¡Dax, me arde mucho! —gritó, corriendo hacia el fregadero para lavarse la cara con los ojos cerrados.
Dax corrió a su lado, buscando una toalla limpia. —¡No te frotes! ¡Es el picante del ají!
—¡Pues pica más que tu canto!—respondió ella, ciega y dramática.
Mientras Dax intentaba secarle la cara con suavidad, la carne, que ella había dejado "marinando" en una mezcla aguada de soja y las lágrimas de cebolla, comenzó a parecer más un experimento de biología que un alimento.
Fue entonces cuando sonó el timbre.
—¡Es tu madre!—chilló Elisa, con un ojo rojo y la mejilla enrojecida—. ¡Y esto parece el escenario de un crimen!
Dax, desesperado, tomó una decisión. Empujó suavemente a Elisa hacia una silla. —Tú, descansa. Yo me encargo.
Con la velocidad de un ninja en apuros, Dax empezó a picar cebolla con precisión quirúrgica, retiró el ají de las manos de los dioses del picante y rescató la carne, secándola y sazonándola correctamente. En diez minutos, el caos empezó a transformarse en orden. El arroz se estaba haciendo, la carne se doraba en la sartén y un aroma delicioso empezaba a llenar la cocina.
Elisa lo observaba, boquiabierta. —¿Dónde aprendiste a hacer eso?
—A veces,para impresionar a una arquitecta, un hombre debe saber dominar una cocina —dijo él, lanzándole una sonrisa mientras salteaba las verduras.
Carmen, una mujer menuda con ojos vivaces, entró en la cocina oliendo el aire con aprobación.
—Huele maravilloso,hij... —Se detuvo al ver la escena: su hijo, manejando la sartén con destreza, y Elisa, sentada con un ojo inyectado en sangre y trozos de cebolla pegados en el delantal.
—Mamá,esta es Elisa. Elisa, mi madre, Carmen.
Elisa se levantó, intentando parecer digna. —Señora, es un placer. Yo... estaba al mando, pero hubo una baja.
Carmen miró la tabla de picar, los restos del ají y la cara de suplicio de la chica. Luego miró a su hijo, que le lanzaba una mirada de "por favor, no digas nada". Una sonrisa lenta y comprensiva se dibujó en su rostro.
—Cariño —le dijo a Elisa, cogiéndole las manos—. Lo importante no es quien termina la receta, sino quien tiene el valor de empezarla, aunque le lloren los ojos y le pique la cara. Eso demuestra más amor que cualquier arroz perfecto.
La comida fue un éxito. El arroz de Dax estaba sublime, y Carmen pasó la mayor parte del tiempo riéndose de las historias del "desastre controlado", como bautizaron la cocina. Cuando Carmen se fue, le dio un abrazo largo a Elisa.
—Cuida de mi hijo —le susurró—. Y por favor, deja la cocina para él. Tú tienes otros talentos, está claro.
Al cerrar la puerta, Elisa se apoyó en el pecho de Dax.
—Tu madre es increíble.
—Y tú eres la mujer más valiente que conozco—respondió él, besando su sien—. Atacas las cebollas sin miedo.
—Es que...quería que todo fuera perfecto para ella.
—Y lo fue—aseguró Dax—. Fue perfectamente nuestro.
Desde la cocina, Copo, que había recibido un trozo de ají por error de Elisa, dio su opinión final, picante y clara.
—¡Ay,ay, ay! ¡Pica, idiota! —chilló, bebiendo agua frenéticamente de su bebeder
Editado: 20.11.2025