Amor en el lugar equivocado

Capítulo 13: Feliz Cumpleaños, Caos y Champán

El domingo del cumpleaños de Leo había llegado, y con él, una nueva oportunidad para que Dax y Elisa demostraran que, como pareja en público, eran un cóctel explosivo de buenas intenciones y pésima ejecución.

—¿Estás seguro de que este es un buen regalo? —preguntó Elisa, sosteniendo una pesada y alargada caja que envolvía con torpeza, usando medio rollo de cinta adhesiva.

—Es perfecto—aseguró Dax—. Es un telescopio. A Leo le encanta el espacio. Y es difícil de romper.

Famosas últimas palabras.

La fiesta era en el apartamento de un primo de Leo, un lugar moderno con paredes blancas y muebles de diseño claro, un escenario perfecto para el desastre. Al llegar, Leo los recibió con su energía habitual.

—¡Mis favoritos!¿Trajeron el caos como regalo adicional?

—Algo así—murmuró Dax, dejando el telescopio con cuidado en una mesa.

Al principio, todo fue bien. Hasta que sonó la música. Canciones latinas con ritmos contagiosos invadieron la sala. Leo, viendo a Dax tararear en un rincón, lo empujó al centro de la pista.

—¡Vamos,arquitecto! ¡Muéstrale a tu chica esos movimientos!

Dax, cuyo sentido del ritmo era comparable al de un bloque de hormigón, intentó bailar. No era baile, era una serie de espasmos descoordinados que parecían una lucha contra un enjambre de abejas invisibles. Elisa, en un intento de ayudarlo, se puso frente a él y trató de guiarlo, pero terminó siendo golpeada suavemente en la nariz por su brazo flotante.

—Lo siento—susurró él, colorado.

—No te preocupes—rió ella—. Es adorable. Pareces un espantapájaros teniendo un cortocircuito.

La verdadera catástrofe llegó con el champán. Viendo que las copas estaban vacías, Elisa, con un impulso de ser útil, agarró una botella sin abrir que estaba en un cubo de hielo.

—¡Voy a servir!—anunció, con determinación.

—Elisa, espera, déjame a mí... —intentó advertir Dax, pero era demasiado tarde.

Ella había visto en películas cómo se abrían las botellas de champán con un toque glamuroso. Así que, con la botella firmemente empuñada, empezó a forcejar con el corcho. Lo giró, lo jaló, pero en lugar de un "pop" elegante, lo que hubo fue un explosivo "¡BANG!".

El corcho salió disparado como un misil, impactando directamente en la frente de un amigo de Leo que pasaba por allí con una bandeja de canapés. El amigo, sorprendido, soltó la bandeja y se llevó las manos a la cabeza.

Pero eso era solo el comienzo. La fuerza de la explosión hizo que Elisa perdiera el control de la botella, que, inclinándose de forma brusca, roció un géiser espumoso sobre la mesa de las copas, volcando media docena de ellas como si fueran bolos. El champán burbujeante cayó en cascada sobre los vestidos, los trajes y el pelo de los invitados más cercanos, incluyendo a una mujer que soltó un grito ahogado.

Un silencio incómodo cayó sobre la fiesta, solo roto por el sonido de las burbujas.

Fue Leo quien, frotándose la frente donde había recibido una salpicadura, rompió el hielo con una carcajada estruendosa.

—¡JA!¡Eso es espiritú festivo! ¡No os preocupéis, es champán, ¡mancha pero no mata!

La tensión se rompió y todos estallaron en risas. Elisa, empapada y avergonzada, se cubría la cara con las manos.

—Lo siento,lo siento mucho...

Dax se acercó, también mojado, y la rodeó con sus brazos.

—Nunca aburrida—susurró en su oído, haciéndola reír a través de la vergüenza.

Decididos a huir de la escena del crimen, Dax tomó el telescopio y, tomando de la mano a una Elisa aún goteante, se dirigieron a la terraza para tomar aire. En su prisa, Dax no vio el marco elevado de la puerta de salida. Su pie se enganchó y, soltando la mano de Elisa para intentar recuperar el equilibrio, se lanzó hacia adelante. El telescopio voló de sus manos y, en una secuencia de cámara lenta, cayó con un crujido sordo y metálico contra el suelo de la terraza.

Al mismo tiempo, Elisa, tratando de esquivarlo, tropezó con una maceta y cayó de lado sobre un sofá de exterior, sin daño alguno, pero con la gracia de un patinador novato.

Se hicieron un silencio. Dax, en el suelo, miró los restos del telescopio. La lente principal estaba hecha añicos y el tubo se había doblado en un ángulo antinatural.

—Creo que... el telescopio ya no verá las estrellas —dijo Elisa desde el sofá, con voz débil.

Dax se incorporó y, en lugar de enfadarse, empezó a reír. Una risa liberadora y contagiosa. Elisa se unió a él, y allí, en la terraza, rodeados de los restos del regalo y aún mojados de champán, rieron hasta que les dolieron los costados.

—¿Sabes qué? —dijo Leo, apareciendo en la puerta con una copa nueva y seca para cada uno—. Este ha sido, sin duda, el mejor regalo de cumpleaños que he recibido jamás. Nunca olvidaré esta noche.

Al final, sentados en el suelo de la terraza entre los restos del telescopio, viendo las estrellas de verdad a través del cristal roto de la lente, Dax y Elisa supieron que no importaba cuántas copas rompieran, cuántas personas mojaran o cuántos regalos destruyeran. Lo único que importaba era que, al caer, siempre caían riendo, y al final de la noche, seguían agarrados de la mano.

Al día siguiente, Copo, oliendo el aroma residual a champán en la ropa de Dax, dio su veredicto.

—¡Pop,pop, idiotas! —graznó, aprobando completamente el caos.




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