Amor en el lugar equivocado

Capítulo 15: La Propuesta Más Epica (Y Desastrosa)

La idea había germinado en la mente de Dax durante semanas. No quería algo grandioso y frío, sino algo ellos. Por eso, decidió que la propuesta de matrimonio sería en casa, durante una cena íntima, pero con toques perfectos. Contrataría a un trío de cuerdas que se escondería en la terraza, cocinaría su pasta favorita y, cuando el momento fuera el adecuado, se arrodillaría bajo la tenue luz del comedor.

El plan, en teoría, era infalible.

Paso 1: La Bendición (y el primer presagio de caos).

Lo primero era hablar con Lucas,el hermano mayor y sobreprotector de Elisa. Dax lo citó en una cafetería, sudando más que un helado en agosto.

—Lucas,quiero pedirle matrimonio a Elisa —soltó, sin preámbulos.

Lucas lo miró fijamente por cinco segundos que se sintieron como un siglo. Luego, una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.

—Genial.Con todo el desastre que traen ustedes dos, por lo menos será una vida nunca aburrida. Tienes mi bendición, arquitecto. Solo una condición: si la haces llorar de tristeza, yo te haré llorar a ti. De dolor.

Dax tragó saliva. —Es justo.

Paso 2: El Anillo (y el segundo desastre).

El día D,todo estaba en marcha. Los músicos (un trío de estudiantes de conservatorio que parecían muy serios) estaban escondidos en la terraza, sus instrumentos listos. La pasta estaba hecha, la mesa puesta con el mantel que a Elisa tanto le gustaba, y las velas esperaban para ser encendidas.

Dax se vistió con su mejor traje. Se miró al espejo, respiró hondo y se palpó el bolsillo del pantalón para sentir la cajita... que no estaba.

El corazón se le detuvo. Un vacío helado lo recorrió de la cabeza a los pies.

La oficina.

Había ido a enseñarle el anillo a su socio por la tarde, para despedir la semana, y en el trayecto de vuelta a casa, distraído repasando mentalmente los pasos de la noche, lo había dejado sobre su escritorio.

—¡No, no, NO! —gritó hacia el techo.

Miró el reloj. Elisa llegaría en 20 minutos. Su apartamento estaba a 15 minutos en coche, si el tráfico lo permitía. No había opción. Corrió hacia la terraza donde los músicos observaban pájaros con aburrimiento.

—¡Emergencia! —jadeó—. Tengo que salir cinco minutos. ¡No se vayan! Cuando yo les haga la señal desde la puerta del comedor, ¡empiecen a tocar!

El violinista principal, un joven de cejas muy finas, arqueó una de ellas.

—Señor,nuestro tiempo es limitado. Tenemos otro compromiso.

—¡Solo cinco minutos! —rogó Dax, y salió disparado hacia su coche.

Paso 3: La Espera (y la deserción).

El tráfico fue un infierno.Lo que deberían haber sido 15 minutos se convirtieron en 25. Para colmo, no podía localizar a Elisa. Él le había dicho que llegara a las 8:30 p.m., y eran las 8:20. Si ella llegaba antes que él... el plan se iría al traste.

Mientras Dax maldecía cada semáforo en rojo, Elisa llegó puntualísima a las 8:30 p.m. a su apartamento. Al encontrar la puerta abierta y la casa a oscuras, con solo velas encendidas, se sintió confundida.

—¿Dax?—llamó.

No hubo respuesta. Solo el leve susurro del viento en la terraza. Los músicos, al ver a una mujer entrar, se pusieron alerta. Pero Dax no estaba para dar la señal. Esperaron. Cinco minutos. Diez.

—Esto es un abuso —murmuró el chelista.

—Señora—dijo finalmente el violinista, asomándose por la puerta de la terraza—, ¿el señor Dax le dijo algo?

—¿Dax? No, no está. ¿Y ustedes quiénes son? —preguntó Elisa, más confundida que nunca.

El violinista intercambió una mirada con sus compañeros.

—Hemos sido contratados para una propuesta de matrimonio.Pero si el novio no aparece... nosotros tenemos que irnos.

Antes de que Elisa pudiera procesar esa bomba informativa, el trío empacó sus instrumentos y se marchó por la puerta principal, con un "Buena suerte" nada alentador.

Paso 4: El Regreso (y el clímax del caos).

Minuto y medio después,Dax irrumpió en el apartamento, despeinado y sudoroso, con la cajita del anillo ahora firmemente agarrada en su mano.

—¡Elisa!¡Lo siento, el tráfico era...! —Se detuvo en seco. Ella estaba de pie en medio del comedor, con un precioso vestido verde esmeralda, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

—Hola, cariño. ¿Buscabas a estos? —preguntó, señalando con la cabeza hacia la terraza vacía.

Dax palideció. —¿Se fueron?

—Sí. Dijeron algo de una... ¿propuesta de matrimonio?

El silencio que siguió fue tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Dax respiró hondo. El plan original estaba en cenizas. No había música, no había suspense, solo ellos y la verdad, cruda y torpe.

—Sí —confesó, acercándose. Su voz era suave pero firme—. Elisa, todo salió mal. Olvidé el anillo, los músicos se fueron, probablemente he quemado la pasta... pero hay una cosa que no puedo olvidar, y es que te amo más que a nada en este mundo.

Se arrodilló en el suelo de madera, frente a ella. Abrió la cajita con manos temblorosas. El anillo brilló bajo la luz de las velas.

—Elisa, ¿quieres...

En ese preciso instante, Elisa, tan nerviosa y emocionada como él, dio un paso hacia adelante para abrazarlo. Su pie se enredó en el borde de la alfombra persa. Con un grito ahogado, se tambaleó hacia atrás, buscando apoyo en la mesa. Su mano golpeó de lleno su propia copa de vino tinto, que volcó en un arco perfecto y se vació por completo sobre el regazo de su vestido verde esmeralda.

Un silencio.

Elisa miró la enorme mancha púrpura que se extendía sobre la seda, luego miró a Dax, todavía arrodillado, con la boca abierta.

Y entonces, empezó a reír. Una risa histérica, liberadora y llena de pura y absoluta felicidad.

—¡SÍ! —gritó, entre lágrimas de risa, ignorando por completo el vestido arruinado—. ¡Sí, quiero casarme contigo, aunque nuestra vida sea una comedia de errores eterna!

Dax se levantó de un salto y la abrazó, mancha de vino y todo, riendo contra su cuello.




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