Amor en el lugar equivocado

Capítulo 16: Dos Vestidos y un Tacón Desafiante

La tienda "Bianchi" era un santuario de tul, encaje y seda, un lugar donde los sueños de las novias se hacían realidad en un susurro de gasa. Un lugar, en definitiva, donde Elisa y su madre, Carmen, parecían dos astronautas perdidos en un planeta de delicadeza.

—Hija mía, respira —dijo Carmen, viendo la palidez de su hija frente a un muro de vestidos blancos—. Es para elegir un vestido, no una declaración de guerra.

—Eso es fácil decirlo, mamá. Todos son... blancos. Y grandes. Parecen nubes enfadadas.

La asesora, una mujer impecable llamada Soledad con una sonrisa que parecia pintada, intervino con calma.

—En"Bianchi" creemos que el vestido elige a la novia. Déjese guiar. Probaremos el estilo "A-line" primero.

Una hora después, Elisa había probado tantos vestidos que había perdido la cuenta. Los había con cola de sirena, princesa, imperio... Todos la hacían sentir como una impostora jugando a disfrazarse.

Hasta que probó Aquel.

Era un vestido de corte sirena, pero no estrangulador. De escote corazón, con un delicado bordado de flores de encaje que se esparcía desde la cintura hasta la cola. Era elegante, sensual y, al mismo tiempo, divertido. Cuando salió del probador y se miró en el espejo gigante, se quedó sin palabras. Incluso Carmen se llevó una mano al pecho, con los ojos brillantes.

—Ese es, mi amor —susurró—. Es tú.

Elisa sonrió, con lágrimas en los ojos. Había encontrado a su vestido. El momento era perfecto.

Y entonces, llegó el turno de los zapatos.

—Para un vestido tan sublime, necesitamos un tacón que eleve su silueta —anunció Soledad, regresando con tres cajas que parecían contener instrumentos de tortura medievales.

El problema de Elisa no era la moda, era la física pura y dura. Su relación con los tacones era como la de Dax con el baile: una batalla campal contra la gravedad. El primer par, unos stilettos de 12 centímetros, la hicieron tambalearse como un cervatillo en una pista de hielo. El segundo, con una plataforma mínima, le produjo un calambre instantáneo.

—No puedo, mamá. Voy a morir en el altar. Moriré elegantemente, pero moriré.

—No exageres, Elisa. Busca el equilibrio —sugirió Carmen.

Fue entonces cuando su mirada se posó en el tercer par. Eran una obra de arte. De un blanco satinado, con una tira delgada que se enrollaría alrededor del tobillo y un tacón de aguja tan alto y delgado que parecía desafiar las leyes de la ingeniería.

—Esos —dijo Elisa, con un destello de desafío en los ojos.

—¿Estás segura, hija? Parecen varitas mágicas para enemigos —bromeó Carmen.

—Son perfectos. Me harán ver como una diosa.

Con una determinación férrea, Elisa se calzó los zapatos. Se levantó con la elegancia forzada de una jirafa aprendiendo a patinar. Dio dos pasitos vacilantes frente al espejo. "Sí, puedo con esto", pensó, embriagada por la imagen de la diosa griega que reflejaba.

—Quiero probarme el vestido otra vez, con estos zapatos —anunció.

Lo que sucedió a continuación fue una secuencia en cámara lenta inevitable. Soledad y Carmen la ayudaron a meterse de nuevo en el vestido. Al salir del probador, Elisa, queriendo ver el conjunto de cuerpo entero en el pedestal del espejo, dio un paso decidido. El tacón delgado se enredó en el borde de la pesada alfombra de terciopelo de la tienda. Con un grito ahogado que sonó más a "¡Oh, no, otra vez!" que a sorpresa, Elisa se fue de frente.

En su caída, su mano buscó instintivamente un apoyo, que resultó ser una percha con un vestido de novia de estilo vintage, mucho más sencillo, de corte recto y mangas de encaje traslúcido. Novia y vestido ajeno cayeron en un revolotear de tul y satén.

—¡Elisa! —gritó Carmen, corriendo hacia ella.

El golpe no fue fuerte, gracias a la alfombra y al vestido que amortiguó la caída, pero fue humillante. Y allí, tirada en el suelo, enredada en un vestido que no era el suyo, Elisa tuvo una epifanía. Miró el vestido sencillo que ahora compartía con ella en el suelo. Era cómodo, ligero, bonito. Se miró luego el espectacular vestido de sirena, que ahora parecía un instrumento de tortura potencial.

Se levantó con ayuda, se sacudió y, con una sonrisa de pura lucidez, miró a su madre y a la aterrada Soledad.

—Lo tengo —declaró.

—¿Qué tienes, hija? ¿Una conmoción? —preguntó Carmen, preocupada.

—Tengo la solución. —Señaló el vestido de sirena, colgado aún majestuosamente—. Ese es mi vestido para la ceremonia y las fotos. —Luego, señaló el vestido sencillo y arrugado en el suelo—. Y este... este será mi vestido para bailar, para comer y para no morir en el intento. Me quedo los dos.

El silencio en la tienda "Bianchi" fue absoluto. Soledad, que en sus veinte años de carrera lo había visto todo, nunca había visto esto.

—Pero, señorita... comprar dos vestidos de novia... no es lo habitual —logró decir.

—Lo mío con Dax tampoco es habitual, Soledad —respondió Elisa con una amplia sonrisa—. Nuestra historia viene con capítulos de catástrofes. Mi vestuario debería estar a la altura.

Carmen, después de un momento de shock, comenzó a reír. Una risa clara y contagiosa que llenó la tienda.

—Tienes toda la razón del mundo.Será la novia más cómoda y feliz de la historia. Y, de paso, la única con un vestido de repuesto por si se cae otra vez.

Al final, salieron de "Bianchi" con dos grandes cajas y la factura más inusual de la historia de la tienda. Elisa cojeaba ligeramente, pero su sonrisa era de puro triunfo. Iba a tener la boda más elástica, práctica y personalizada del mundo.

Y esa noche, cuando le contó a Dax por videollamada que había comprado dos vestidos de novia, él solo sonrió, con ese amor resignado y absoluto que solo ella podía inspirar.

—Suena perfecto.Así, si uno se mancha con champán, tenemos un reemplazo listo.




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