El día de la boda amaneció con un sol radiante que parecía burlarse de los nervios que revoloteaban en el estómago de Dax. Vestido con su esmoquin y sintiéndose como un pingüino elegante pero aterrorizado, subió a la limusina que lo llevaría a la ceremonia en la casa de la novia.
El susto fue mayúsculo cuando, al entrar, se encontró con dos sonrisas amplias y conocidas.
—¿Qué…?¡Ama!
La bailarina africana que lo había acogido en su despedida de soltero estaba allí, sentada junto a otra amiga.
—¡Hombre torpe!—lo saludó Ama con una carcajada—. Tu novia, la brillante Elisa, nos invitó. Dijo que no podía faltar la mujer que te salvó de aparecer en la sección de policía del periódico.
Dax se sonrojó, pero se relajó al instante. Era una movida tan típica de Elisa que no pudo sino reír. El trayecto, que debería haber sido de tensión silenciosa, se llenó de anécdotas de Ama sobre su grupo de danza y de la torpeza legendaria de Dax.
Hasta que, de repente, Dax se palpó el bolsillo del pecho. Nada.
—Los anillos—murmuró, con pánico—. ¡No los tengo!
El pánico se apoderó del coche. Tras una búsqueda frenética, descubrieron la pequeña caja olvidada en la mesita de la limusina, que se había deslizado bajo un asiento. Crisis evitada por los pelos.
Al llegar a la casa, decorada con globos blancos y dorados, todo era belleza y calma. Demasiada calma. Dax, con los anillos ahora firmemente en su poder, se situó bajo el arco floral, su corazón latiendo al ritmo de la Marcha Nupcial.
Cuando Elisa apareció en la puerta, con su primer vestido (el de sirena), Dax olvidó cómo respirar. Era una visión. Caminaba con una determinación serena, ignorando el tacón traicionero que ya parecía conspirar contra ella.
El juez comenzó la ceremonia. Todo iba sobre ruedas hasta que llegó el momento culminante.
—¿Elisa,aceptas a Dax como tu esposo?
—¡Sí, acepto! —dijo ella con una voz clara y feliz.
—¿Dax, aceptas a Elisa como tu esposa?
—¡Sí, acepto! —declaró él, emocionado.
—Los anillos, por favor —indicó el juez.
Dax, con manos temblorosas, buscó en su bolsillo. Vacío. Buscó en el otro. Nada. Una oleada de pánico le recorrió la espina dorsal. ¿Otra vez? Elisa lo miró con una sonrisa de complicidad, como diciendo "aquí vamos otra vez".
Fue el padrino, Bruno, quien, con un suspiro dramático, sacó los anillos de su propio bolsillo.
—Se me adelantó el pánico,colega. Los vi en el asiento de la limusina y los guardé por si las moscas. Parece que fue un acierto.
El público estalló en risas ahogadas. Dax, aliviado y colorado, procedió a ponerle la alianza a Elisa. Luego, ella tomó la de él. Pero al intentar deslizarla por su dedo, Dax, de los nervios, tenía el puño tan cerrado que era como intentar poner un aro a una estatua. Tuvieron que trabajar en equipo para lograrlo, ante la diversión de todos.
Finalmente, llegó el momento que todos esperaban.
—Puedes besar a la novia—anunció el juez.
Dax se inclinó, lleno de amor y alivio. Pero justo antes de que sus labios se encontraran, Elisa puso una mano suave en su pecho para detenerlo.
—Espera,espera —susurró, con los ojos llorosos de risa—. ¡Me puse un bálsamo labial con chile habanero para tenerlos hidratados y ahora me están ardiendo! ¡No me beses o te quemarás!
Dax se quedó paralizado, sin saber si reír o llorar. Al final, sellaron su unión con un rápido y cuidadoso beso en la comisura de los labios, entre las carcajadas de todos los presentes.
La fiesta fue, como no podía ser de otra manera, épicamente caótica y alegre. Los globos, en vez de flotar elegantemente, fueron usados en una batalla campal iniciada por los sobrinos de Elisa. Los tacones de la novia, efectivamente, no sobrevivieron a la primera canción; el tacón derecho se rompió con un crack definitivo durante un entusiasta intento de seguir el ritmo de una salsa. Elisa, lejos de molestarse, se quitó los zapatos y bailó descalza el resto de la noche.
El broche de oro lo pusieron los fuegos artificiales. Un espectáculo que debía ser breve y romántico se convirtió en una explosión frenética de color y sonido que asustó a Copo, quien, desde su jaula en la terraza, no paró de gritar: "¡Idiotas! ¡Boom! ¡Idiotas felices!".
Al final de la noche, rodeados de globos desinflados, restos de pastel y el último destello de un fuego artificial rezagado, Dax y Elisa se encontraron en medio del jardín. Estaban despeinados, manchados, ella descalza y con los labios todavía un poco ardientes, y él con el esmoquin desabrochado.
Dax tomó sus manos y la miró a los ojos, brillantes de felicidad y cansancio.
—Nada salió como lo planeamos—dijo, con una sonrisa tan amplia que le dolían los cachetes.
—Nada —confirmó Elisa, riendo—. Absolutamente nada.
—Y ha sido perfecto.
Se besaron, esta vez sin bálsamo de chile de por medio, un beso largo, dulce y lleno de la promesa de una vida juntos que, sin duda, estaría repleta de desastres, risas y amor. Todo el caos, los anillos perdidos, los tacones rotos y los labios ardientes no importaban. Porque en su mundo imperfecto, habían descubierto la verdad más perfecta de todas:
Que el amor, su amor, podía con todo. Incluso, y sobre todo, con ellos mismos.
FIN
Editado: 20.11.2025