La cena transcurrió con un poco de tensión, en especial para él. Mis hijos empezaron a invadirlo con preguntas y a contarles de sus aventuras, sus gustos y hablaban tanto que ni siquiera le daba tiempo a él a que le respondiera alguna de sus preguntas, al final su cuerpo se relajó y solo les prestaba atención a los niños. Ni siquiera me miraba.
Empecé a observarlo en silencio mientras él estaba atento a la historia de nuestros hijos y nuestra princesa intervenía una que otra que vez. Podía ver que su físico había cambiado un poco, se notaba más fornido, sus músculos resaltan bajo esa camisa que le quedaba un poco ajustada. Relamí mis labios, sentía cómo mi boca estaba deseosa de probar de nuevo ese cuerpo.
Bajo mi mirada a sus manos, esas grandes manos que me apretaban con fuerza mientras me follaba en algún rincón de la casa. Miro sus labios, unos que siempre han sido mi perdición, y su cabello... luce más largo haciendo que algunos mechones caigan en su frente llegando hasta sus ojos. Humedezco mis labios y siento como mi respiración ha empezado a acelerarse, trago con fuerza saliva y aprieto mis manos con fuerza conteniendo las ganas de tirarme entre sus brazos.
Por un momento voltea su rostro y nuestras miradas se encuentran, pude ver como sus ojos se oscurecieron a pesar de tenerlos azules. La manzana de Adam sube y baja y tensa su mandíbula.
―¡Papi! ¿Hoy puedo dormir contigo?― Pregunta nuestro hijo.
―Claro― Su voz suena ronca y aparta su mirada de la mía.
―¿Yo también?― Dice Samanta y él asiente con su cabeza.
―¡Sí!― Los chicos chocan las manos.
―Recuerden irse a lavar antes de ir a la cama― Les digo levantándome de la mesa y empiezo a recoger.
―¡Sí, señora!― Dicen al mismo tiempo los niños.
Mis hijos se levantan de la mesa después de terminar de comer y antes de salir abrazan a su padre y salen corriendo hacia su habitación. De nuevo nos quedamos solos con este incómodo silencio, decido darme la vuelta y llevar los platos a la cocina.
Puedo sentir su presencia a mis espaldas, pero no me vuelvo y sigo lavando los platos hasta que lo escucho murmurar algo en otro idioma y sale dejándome sola. En ese momento me doy cuenta de que estaba reteniendo el aire y tengo que sostenerme del mesón, ya que mis piernas fallan.
Salgo de mi casa hasta llegar al jardín, necesito alejarme. Mis lágrimas empiezan a abandonar mi rostro, voy hasta el enorme árbol que tenemos y me apoyo en él, dejándome caer y poder abrazar mis rodillas. Lloró sintiendo rabia, tristeza y desesperación.
Han pasado años y aún lo sigo amando.
Después de calmarme decido ir antes que mis hijos bajen a buscarme. Limpio mi rostro antes de entrar y voy al baño del primer piso para lavar mi rostro, no quiero que mis hijos me vean así. Levanto mi mirada y me encuentro con mis ojos hinchados por el llanto, tomó aire antes de abandonar el baño y subir las escaleras para ir hacia mi habitación.
Al llegar al segundo piso Ricardo sale de la habitación de nuestro hijo y me mira serio al ver mi semblante, no digo nada y pasó por su lado para ir a nuestra alcoba.
―Lamento todo esto― Dice entrando a la habitación.
―No te preocupes, solo te pediré de nuevo que mis hijos no vayan a saber nada de lo que está pasando― Volteo a mirarlo – ¿Entendido?― Asiente y me doy la vuelta de nuevo hasta caminar hacia el baño y dejo la puerta abierta sin importar me desnudo y entro a la ducha.
No sé si me está mirando, rezo porque así sea y empiezo a mojar mi cuerpo despacio pasando el jabón, de un momento a otro la puerta se cierra siendo azotada, me hace brincar y me doy la vuelta que no está. Sonrió, yo no seré la única que sufra por no tocarlo.
Los niños se acuestan en el medio de nuestra cama y nosotros quedamos uno al extremo del otro. Ricardo les cuenta un cuento y mis hijos caen rendidos.
Cierro los ojos tratando de dormir, pero es imposible, lo escucho moverse y levantarse al sonar un móvil. Me hago la dormida cuando lo veo acercarse al sillón donde dejo sus pantalones y saca un móvil y contesta en otro idioma, se escucha la voz de una mujer en la otra línea y sale de la habitación cerrando la puerta despacio.
Mi pecho se oprime sintiendo un dolor fuerte, me hago ovillo y lloro en silencio.
No sé en qué momento me he quedado dormida, al despertar me doy cuenta de que Ricardo no volvió a su habitación y salgo con cuidado para no despertar a mis hijos. En el camino pongo mi bata y bajo las escaleras y me encuentro a Ricardo durmiendo en el mueble de la sala, suspiro y me dirijo hacia la cocina y empiezo a preparar el desayuno y no tardó en escucharlo acercar.
―Buenos días― Dice entrando a la cocina.
―Te voy a pedir el favor de que tengas cuidado con lo que haces, no quiero que mis hijos te vean durmiendo en el mueble porque van a empezar a hacer preguntas― Digo sin mirarlo.
―Está bien― Dice –Voy a ducharme― Se da la vuelta y sale de la cocina. Me detengo y me acerco al marco para verlo subir las escaleras. Está sin camisa y puedo apreciar su espalda ancha llena de tatuajes, algunos que ni siquiera había visto.
Los días pasan y mi casa se volvió una rutina.
El primer día, ambos llevamos a los niños al colegio y al llegar él se fue a dormir toda la mañana. Decía que los cambios de horarios lo tenían agotado, pero yo sabía que en parte era por haberse quedado hablando con esa mujer. A la hora de salida de los niños, ambos íbamos por ellos y luego salíamos al parque a comer helado y llegábamos a casa y mis hijos opacaban a su padre por completo.
Ricardo se esmeraba por nuestros hijos, compartía y hacía las tareas con ellos y cuando terminaban jugaban hasta la hora de la cena. Cenábamos en silencio y, a la hora de dormir, los niños lo hacían con nosotros y, en la madrugada, siempre llamaba a esa mujer y salía de la habitación hasta que el sol empezaba a salir e ingresaba y se acostaba al lado de nuestros hijos. Mientras tanto, entre nosotros no ocurría nada, nos ignorábamos la gran parte del día y fingíamos llevarnos bien en la presencia de los niños.