Amor en la mafia

Prólogo

Prólogo

—Y bien, cómo te sientes hoy —hizo la pregunta a la que ya estaba acostumbrada, no tenía idea la razón del porqué siempre era como una rutina, pero no me acostumbraba a ella. Respiré profundo y encogí los hombros, ya que al apegarme a ese sentimiento de vacío interior, no había nada que expresar. Aleyna, solo intenta abrirte conmigo, quiero saber cómo has estado y que has hecho durante estos días que no nos vimos. ¿Estás tomando tus pastillas? —cuestionó y aunque a veces lo olvidaba, era necesario tomar esas drogas, ya que con ellas sentía un poco de calma, apagaba los pensamientos que me atormentaban por las noches.

Me abstuve solamente de asentir y él imitó mi gesto, anotando algo en su pequeña libreta.

—Bien, y qué te parece hablar de algo, hiciste alguna actividad de las que te puse durante la semana —quiso saber y medite en esa pregunta, debido a que fue bastante complicado hacer aquellas cosas que él me había mandado. Empezando porque una de ellas era ver alguna película que me gustaba y sería imposible volver a hacerlo, ya que ese tipo de actividades me traían recuerdos que anhelaba borrar, también intente ir al parque a respirar aire fresco, (otra de las tareas que tenía), pero al verme rodeada de personas sentí estar sofocada y regresé al coche para irme a la oscuridad de mi departamento.

A decir verdad estaba yendo al psiquiatra, no porque yo lo deseara, de hecho encontraba todo eso inútil y lo único que me hacía volver era poder tener una receta para mis pastillas, porque no podría dormir sin ellas. Me aterraba cerrar los ojos y ver las escenas sangrientas que aparecían, noche tras noche deseé apagar mi vida solo para calmar mis pensamientos, pero no logré mi objetivo debido a que necesitaba recuperarme para hallar al bastardo que me destruyó por completo.

Decían que estaba muerto, empero yo sabía que no, porque esa rata asquerosa y traidora yo le llevaba el rastro, si tan solo hubiera sabido que todo eso pasaría entonces las cosas fueran distintas, él estuviera aquí conmigo y yo no acabaría en ese punto muerto deseando morir.

No dejaba de pensar en esa noche antes de la desgracia, le había dicho que tendríamos un hijo y su rostro se iluminó de felicidad, nunca habíamos sido más dichosos, ambos nos amábamos y nuestro mayor anhelo era tener una familia, porque cada vez que lo veía a los ojos me encontraba a mí misma, era maravilloso saber que existía mi alma gemela y me aferré tanto a él, que al perderlo sentí como si estuviera muerta en vida, ya el mundo no tenía color y las canciones dejaron de sonar. Las películas que veíamos cada jueves perdieron ese sentido divertido y alegre que nos daba compartirlas, en el presente solo existía una oscuridad interminable de soledad y un deseo ferviente que crecía día tras días, por vengarme del malnacido que me lo quitó todo.

—¿Puede darme la receta ya? —corté toda intensión de crear un supuesto vínculo para abrirme y contarle todo lo que había pasado conmigo.

—Aleyna, sé que no es fácil para ti abrirte conmigo, pero sabes esto no es simplemente para que yo te dé la receta y tomes pastillas, es necesario dar con el punto del problema que tienes —aclaró.

—Solo deme la receta — pugné y soltó un suspiro haciendo un gesto de estar decepcionado, yo sabía que como profesional quería ayudarme, pero al contarle todo estaba poniendo en riesgo su propia vida, así que era mejor ir a la consulta por una receta y regresar a casa.

—Ok —se resignó escribiendo para arrancar el papel y entregarlo, no obstante antes de llegar a mi mano cerró el puño viéndome a los ojos. Tienes mi número de teléfono por si necesitas hablar, ok, no dudes en hacerlo si necesitas conversar con alguien —puntualizó y asentí para terminar recibiendo aquello por lo que venía cada semana a esa cita.

Me puse de pie y le agradecí por su tiempo, después salí a la calle en busca de mi auto y al subirme de inmediato saqué el frasco de pastillas que guardaba en el tablero del coche, lo bebí con una cerveza a medio terminar para después lanzar la lata por la ventanilla. El doctor había recomendado no ingerir alcohol con ese medicamento, pero me ayudaba con los efectos para sentirme más tranquila.

Conduje a donde siempre, esa calle donde un día me dejaron tirada medio muerta desangrándome después de haberme arrancado lo único que me quedaba de él, apreté los puños en el volante y contuve las ganas de gritar que surgían cada vez que veía ese punto de la acera al lado de un contenedor de basura.

Respiré hondo siguiendo mi camino por el lado derecho y me dirigí a casa de la única persona que quedaba viva, él podía darme alguna información, aunque llevaba semanas tratando de localizarlo y nunca estaba en ese lugar, la última vez que lo vi dijo que debía encargarse de ser lo más cauteloso posible porque temía que lo estuvieran siguiendo. De ese grupo nada más logré dar con el paradero de Emiliano, un fiel amigo que luchó hasta el final por ayudarnos, sin embargo, al no poder hacer nada más tuvo que escapar y yo no lo culpaba porque se trataba de sobrevivir.

Estacione el vehículo en un callejón y de ahí caminé unos 10 minutos hasta llegar a aquella solitaria casa en deplorables condiciones, toqué una vez y sentí alivio al ver su rostro asomarse por las cortinas rotas de la puerta, me miró ampliando los ojos y volvió a poner en su lugar las telas que tapaban el vidrio para finalmente, abrirme.

—Qué haces aquí, Alex, sabes que es peligroso —advirtió.

—Por favor, déjame entrar, necesito información sobre algo y solo tú puedes dármela —rogué y no parecía convencido, ya que estaba a punto de cerrarme la puerta en la cara, yo puse la mano evitando que lo hiciera y proseguí. Hazlo por él, si llegaste a ser un hombre de su confianza, déjame entrar —recordé viejos tiempos y sus ojos se cerraron soltando un largo resoplido.

Pero por fortuna, me dejó entrar.

Al ingresar en aquel lugar me di cuenta de que estaba peor de lo que podía imaginarme, la última vez no se veía tan mal, pero lo asumí a que debía fingir ser un hombre indigente para no llamar la atención sobre su pasado.




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