El sonido del tráfico en la avenida se mezclaba con las voces de la gente que pasaba cerca de la parada de autobús. Daniel y yo habíamos terminado el paquete de galletas sin darnos cuenta, y el transporte aún no llegaba.
—No sé si sentirme culpable por haberte robado la mitad de tus galletas o si agradecerte por compartir —comentó él, estirándose un poco.
—Las compartí porque quería, así que no te preocupes —respondí, encogiendo los hombros.
—Entonces gracias. La próxima vez, yo traeré algo.
No respondí. No estaba segura de si realmente habría una próxima vez o si solo lo decía por cortesía. Sin embargo, parte de mí sabía que lo más probable era que sí.
Finalmente, el autobús apareció y subimos. Nos sentamos en filas separadas, como siempre. No porque me incomodara su presencia, sino porque simplemente no tenía la costumbre de sentarme junto a alguien.
El viaje transcurrió sin incidentes. Miraba por la ventana, escuchando música en mis auriculares medio dañados, y de vez en cuando sentía la mirada de Daniel sobre mí. No de una forma incómoda, sino más bien como si intentara asegurarse de que seguía allí.
Cuando llegamos a nuestra parada, ambos bajamos sin decir nada. Yo debía caminar un par de cuadras hasta la universidad, y él solía tomar otra ruta, así que supuse que ahí terminaría nuestra interacción del día.
Pero, para mi sorpresa, comenzó a caminar a mi lado.
—¿Tienes clases temprano hoy? —preguntó, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Sí, en una hora —respondí sin darle demasiada importancia.
—Ah, yo también. Aunque hoy tengo una exposición y aún no la termino.
Lo miré de reojo. Su tono era relajado, pero la forma en la que suspiró después del comentario me hizo pensar que no estaba tan tranquilo como quería aparentar.
—¿Y por qué no la terminaste antes? —pregunté, sin poder evitarlo.
—Porque me distraje jugando en línea —confesó sin vergüenza alguna.
Solté un suspiro.
—Te lo mereces.
Él se rió.
—Lo sé.
El camino hasta la universidad se sintió más corto de lo normal. Justo antes de llegar a la entrada principal, se detuvo.
—Voy para el otro edificio —dijo, señalando con la cabeza hacia la derecha—. Nos vemos en la parada luego.
Asentí y seguí mi camino sin mirar atrás.
Más tarde…
Después de varias horas de clases, mi estómago volvió a protestar. Recordé que no había almorzado y que lo único que había comido en todo el día eran esas galletas.
Sin muchas opciones, decidí pasar de nuevo por el centro comercial. No era lo más barato, pero al menos podría comprar algo rápido antes de volver a la parada.
Caminaba entre los pasillos de comida cuando, de nuevo, me lo encontré.
Daniel estaba frente a una de las vitrinas, mirando indeciso un par de opciones en el menú digital.
—Nos volvemos a encontrar —comentó sin sorpresa cuando me vio.
—Parece que sí.
—¿Vas a comprar algo?
—Sí. No he almorzado.
—Entonces, siéntate conmigo. Así no parezco un raro comiendo solo.
Pensé en rechazar la invitación, pero mi hambre era más fuerte que mi costumbre de mantener la distancia.
Terminé sentándome en la mesa que había elegido. Él pidió una hamburguesa con papas, y yo un sándwich de pollo con jugo. Comimos en silencio al inicio, pero poco a poco, la conversación comenzó a fluir de forma natural.
Hablamos de cosas simples, como la comida del lugar, profesores que daban clases aburridas y lo difícil que era encontrar audífonos buenos que no se rompieran en dos meses.
Cuando terminamos, él se levantó primero y se estiró.
—Nos vemos en la parada más tarde, entonces.
—Sí.
Lo observé alejarse y, por primera vez, me di cuenta de que ya no me molestaba su presencia.
Quizás, solo quizás, estar con él se estaba volviendo parte de mi rutina más rápido de lo que quería admitir.