Amor En La Parada

Capítulo 11:Entre Conversaciones y Tormentas

El miércoles amaneció con un cielo oscuro y una humedad sofocante que anunciaba una lluvia inminente. No le di mucha importancia hasta que, al salir de la universidad, me encontré con un aguacero inesperado.

Me detuve bajo el techo de la entrada, observando la cortina de agua que caía sin piedad sobre la calle. Las gotas rebotaban en el pavimento, formando pequeños riachuelos que se deslizaban hacia las alcantarillas. Un par de estudiantes corrieron bajo la lluvia, riendo mientras trataban de cubrirse con sus mochilas.

—Genial… —murmuré, abrazándome a mí misma en un intento de conservar algo de calor.

No había llevado paraguas, otra vez. Consideré la idea de salir corriendo hasta la parada del autobús, pero descarté la idea al imaginarme completamente empapada en el trayecto.

—¿Otra vez sin paraguas?

Reconocí la voz al instante.

Sin necesidad de girarme, supe que era Daniel.

—No tenía previsto que lloviera así —dije simplemente.

Él estaba ahí, con su mochila en un hombro y el mismo paraguas negro de la última vez. Su expresión era relajada, como si no le molestara haberse encontrado conmigo en esta situación.

—Ven, te acompaño.

Antes de que pudiera protestar, ya había abierto el paraguas y se había colocado a mi lado, inclinándolo lo suficiente para cubrirnos a ambos.

Suspiré, aceptando en silencio su compañía mientras caminábamos hacia la parada.

El sonido de la lluvia golpeando el paraguas llenaba el aire entre nosotros. Era un ruido constante, casi relajante, aunque interrumpido por los charcos que salpicaban al paso de los autos.

—No sueles hablar mucho —comentó de repente.

—¿Y eso te molesta?

—No, solo lo noto.

Asentí levemente, sin añadir nada más.

Después de unos segundos, él volvió a hablar.

—¿Siempre has sido así?

—¿Así cómo?

—Reservada.

Lo miré de reojo.

—No es que lo sea con todo el mundo.

—¿Ah, no?

—No. Simplemente… no veo la necesidad de hablar más de lo necesario con alguien que apenas conozco.

Él no pareció ofenderse. Al contrario, sonrió con algo de diversión.

—Entonces, ¿significa que me estás conociendo?

—Significa que coincidimos en la parada.

Daniel rió suavemente.

—A estas alturas, eso ya es más que coincidencia.

No respondí.

Cuando llegamos a la parada, la lluvia seguía cayendo con fuerza. Apenas había un par de personas esperando el autobús, refugiadas bajo el pequeño techo.

Daniel cerró el paraguas y sacudió el exceso de agua antes de guardarlo.

Me acomodé en mi lugar habitual, mientras él hacía lo mismo. Esta vez, fue él quien sacó algo de su mochila: una bolsa de galletas.

—¿Quieres? —ofreció, extendiéndola hacia mí.

La miré con duda, pero luego tomé una galleta.

—Gracias.

—Vaya, lo aceptaste sin pensarlo —bromeó.

—No eres un desconocido cualquiera.

—Eso suena como un pequeño avance.

Rodé los ojos, pero no pude evitar una ligera sonrisa mientras comía la galleta.

Nos quedamos en silencio por unos minutos, masticando con tranquilidad mientras la lluvia seguía cayendo.

—¿Sabes? —dijo de repente—, las galletas saladas siempre me recuerdan a mi infancia. Mi abuela solía darme una caja cada vez que la visitaba.

Me sorprendió que compartiera algo personal sin previo aviso. Lo miré de reojo, pero él simplemente seguía observando la lluvia con la misma expresión tranquila de siempre.

—Nunca fui fan de los dulces, así que siempre preferí este tipo de cosas —continuó.

No supe qué responder de inmediato. No estaba acostumbrada a ese tipo de charlas casuales.

—Supongo que… tiene sentido. Cada quien tiene sus gustos.

—Exacto —dijo, sonriendo.

La lluvia seguía cayendo, y el frío de la noche nos envolvía, pero, por alguna razón, la espera se sintió menos monótona.




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