Amor en Millstone.

Prólogo.

—¡No es justo! —Mis manos tiemblan de impotencia.

Su mirada me dice que la decisión ya está tomada y que nada de lo que diga cambiará las cosas. Mis hombros se hunden y siento las lágrimas arder en mis ojos.

Lucir débil es una de las cosas que más detesto así que trato de aguantar esas lágrimas, no esperaba está decisión de su parte por lo cual ni siquiera puedo mantenerme calmada ante una conversación con él.

—La decisión está tomada —Dice dejando unas hojas sobre la mesa—. Es lo mejor para ti, solo será por un año y cuando regreses las cosas estarán más calmadas.

—¿Calmadas? —El señor Milcíades que se encuentra detrás de él niega con la cabeza, pidiéndome silencio pero no puedo callar—. ¡No es justo! No hice nada. Me acusan solo por ser quien realizó la operación pero yo no tuve la culpa de que muriera.

Finalmente levanta la mirada y se frota la frente.

Esto no es mi culpa y él es consciente sobre ello entonces ¿Por qué soy yo quien debe de pagar los platos rotos?

—No te estoy mandando solo por lo sucedido —Su confesión me sorprende tanto que doy un paso atrás.

—¿Entonces?

—Te he malcriado porque nunca dejé de sentir culpa por lo que viviste y por lo que mi hijo no supo darte como padre pero Serena tu actitud se está descarrilando.

—¿Mi actitud? —Alzo una ceja incrédula más que desafiante—. Claro, siempre es mi actitud, ¿Verdad?

—Justamente de esa actitud estoy hablando —Las arrugas en su rostro parecen más visibles cuando no está de buen humor—. Mira Serena, las quejas sobre tus tratos con los familiares de los pacientes ya llenan los cajones de mi oficina.

Una risa amarga se me escapa ¿En serio? ¿Me mandan a un hospital rural porque no sé tratar con los familiares? Me duele la cabeza, siento náuseas y el sueño me aplasta pero aquí estoy, frente al dueño del Hospital Todson, discutiendo mi traslado como si fuera una adolescente castigada.

—Serena Todson, mírame cuando te hablo —Levanto la vista de golpe.

Su expresión no es de enojo, sino de cansancio y eso me duele más que cualquier reproche porque esos gestos suyos me hacen saber que no soy la única afectada con la situación.

Le hago una seña al señor Milcíades que no tarda en pasarme las pastillas. Saco una y mientras sirvo un vaso de agua puedo sentir la mirada de mi abuelo sobre mí.

—Toma tus medicamentos para la migraña —Digo al extenderle el vaso, agradecido acepta el vaso con pastillas y luego de tomarlas suspira.

—Abuelo, no es tu culpa que mi padre sea un... —Me muerdo la lengua—. No quiero hablar de él ahora pero no creo que la decisión que tomaste sea la más acertada —Me dejo caer en el sofá a su lado—. Irme sería como admitir que acepto la culpa de lo sucedido.

—¿Y desde cuándo te importa lo que los demás piensen de ti? —Su voz se quiebra apenas aunque intenta sonar firme—. Lo siento, Serena, mi decisión ya está tomada. Necesito resolver esta demanda... logramos sacarte del peor embrollo pero la familia insiste en seguir adelante.

Extiende su mano hacia mí y yo la tomo sin pensarlo.

Su apretón es fuerte casi desesperado y me siento mal por hacerlo pasar por esto. Yo mejor que nadie sé que el hombre que tengo frente a mi tiene un corazón sensible y que su nieta es su mayor debilidad, que todo lo que está sucediendo ahora no es el verdadero problema sino el que sea yo quien está metida en el embrollo.

—Si estás lejos, puedo protegerte pero si te quedas aquí todo se complicará más ¿Comprendes?

Me quedo en silencio, mirando el vaso de agua que está descansando sobre la mesita... No quiero irme.

Pensar que le daré el gusto a muchos de los colegas del hospital me pone de mal humor tampoco quiero darles la satisfacción de pensar que huyo pero las arrugas en su frente, el cansancio en sus ojos... ese hombre me ha salvado demasiadas veces como para negarme ahora.

—Está bien —Susurro como si las palabras me quemaran la garganta—. Iré a Millstone.

El apretón de su mano se afloja y su expresión se suaviza apenas.

—Gracias cielo, te prometo que tendrás a alguien muy capacitado para guiarte allí.

—Solo por un tiempo —Digo sin darle mucha importancia a sus palabras de aliento—. No pienso quedarme allí más de lo necesario y un año me parece una locura.

—Con eso me basta —Contesta él y en sus ojos hay un alivio que me duele más que mi propia rabia, maldita sea la hora que esa mujer nos dio este dolor de cabeza.

Me recuesto en el sofá por completo dejando que el cansancio gane partido. Escucho a mi abuelo hablar con su secretario y luego siento algo cálido sobre mis hombros, creo que me quedo dormida ya que no recuerdo nada más.



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En el texto hay: hospital, doctor, romcom

Editado: 14.12.2025

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