Amor en Pausa

Capítulo 1: El accidente del café

Hana Yoo

Lunes.

Esa palabra ya suena como amenaza, ¿no?

Y si le sumas una noche sin dormir, un ensayo atrasado y un café que parece ser lo único que sostiene tu existencia... tienes mi rutina universitaria en resumen.

—Solo cinco minutos más y llego —me dije apretando los libros contra el pecho mientras corría por el pasillo del edificio de Economía.

El aroma a café recién hecho se mezclaba con el de los marcadores y el perfume de los estudiantes. Mis audífonos sonaban bajito con una canción optimista, y por un momento, pensé que tal vez ese lunes no sería tan malo.

Ja. Qué ingenua.
Doblé la esquina y, antes de poder reaccionar, choqué contra algo o alguien tan sólido que el café salió volando como en cámara lenta.
—¡Ah, no! —grité, viendo el líquido marrón derramarse por una camisa blanca impecable.

El chico frente a mí se quedó quieto, observando el desastre en su pecho. Tenía el cabello negro perfectamente peinado y una mirada fría que podría congelar un volcán.
—¿Estás bromeando? —dijo con una voz profunda, cortante.

—¡Lo siento! ¡Lo siento muchísimo! Yo… no te vi venir, y—
Intenté limpiarle la camisa con una servilleta, pero cuando mi mano tocó su pecho, él dio un paso atrás tan rápido que casi tropiezo.
—¡Oye! —dijo, alzando una ceja—. No hace falta que me sobes el pecho, ¿sabes?

—¿Qué? ¡No estaba sobando nada! —balbuceé, sintiendo cómo mi cara ardía—. ¡Solo intentaba ayudarte!
Un grupo de estudiantes que pasaban se detuvo a mirar. Algunos se reían.
Yo quería evaporarme.
El tipo miró su camisa manchada y luego su reloj de pulsera, como si el universo acabara de arruinarle la existencia.
—Genial. Reunión en diez minutos y huelo a cafetería barata.

—Puedo pagarte la tintorería —dije, sacando mi cartera como si eso pudiera arreglar algo.
—No te molestes —respondió, lanzándome una mirada altiva—. No creo que puedas pagar esta camisa.
Lo dijo con tanta seguridad que por un segundo me quedé sin palabras.
Luego apreté los puños.
—Qué amable —murmuré, pero creo que me escuchó, porque su mandíbula se tensó.
Sin decir nada más, se dio la vuelta y se alejó con pasos firmes, dejando un rastro de aroma a colonia cara y café amargo.

Más tarde, en clase…
Mi mejor amiga, Yuri, me miraba con la boca abierta, como si acabara de confesarle un crimen.
—¿Le derramaste café al presidente del comité estudiantil?
—¿Al qué? —pregunté, todavía medio en shock.
—¡Hana! ¡Ese era Kang Minho! —susurró, golpeando mi brazo—. El genio de Economía, hijo de un empresario, el chico que todo el mundo idolatra y al que nadie se atreve a hablarle.
—Bueno —dije con resignación—, ya pueden tacharme de la lista de los que no se atrevieron.
Yuri estalló en carcajadas mientras yo me hundía en mi asiento.

Cafetería del campus.
Trabajo ahí medio tiempo. Es mi refugio... o lo era, hasta ese día.
La señora Go, mi jefa, me lanzó una mirada de advertencia mientras servía los pedidos.
—Hana, si vuelves a derramar café sobre alguien, te descuento el salario del mes.
—¡No fue mi culpa! —protesté, limpiando el mostrador—. El universo me odia. Estoy segura.
—Entonces deja de provocarlo —respondió ella, volviendo a atender a otro cliente.
La campanita de la puerta sonó, y mi corazón se detuvo.
Era él.

Kang Minho, con una camisa nueva, un portafolio y esa misma expresión de “todo me molesta”.
¿Por qué tenía que venir aquí?
—Bienvenido, joven Kang —saludó la señora Go con una sonrisa amable—. ¿Lo de siempre?
—Sí, gracias —respondió él sin mirarla mucho. Se sentó en su mesa habitual, junto a la ventana.
Yo me escondí tras la máquina de espresso.
—¿Él viene aquí seguido? —pregunté en voz baja.
—Todos los días —dijo la señora Go, distraída—. Dice que aquí puede concentrarse.
Genial. Mi nuevo cliente habitual es mi nuevo enemigo.

Respiré hondo, preparé el pedido y caminé hacia su mesa con la bandeja. Mis manos temblaban.
—Aquí tiene su café —dije, intentando sonar profesional.
Él levantó la vista.
—¿Tú otra vez?
—Juro que esto no es persecución —respondí—. Es coincidencia.
—¿Coincidencia o castigo divino? —dijo, tomando el vaso.
—Si sirve de algo, es de la casa —intenté sonreír.
—No acepto sobornos.
Rodé los ojos.
—Entonces disfrute su café, señor perfección.
Me di la vuelta, y escuché una risa apenas audible.
¿Acaba de reírse? No. No puede ser.
Seguro fue el vapor de la máquina de espresso.

Al día siguiente en la clase de economía aplicada.
El profesor entró con un entusiasmo sospechoso.
—¡Atención, clase! Su proyecto final será en parejas. Deberán crear una propuesta de emprendimiento universitario.
Los murmullos llenaron el aula. Yo miré a Yuri con esperanza, pero el profesor añadió:
—Las parejas serán asignadas al azar.
Y ahí supe que el universo aún no había terminado conmigo.
—Yoo Hana… —leyó en voz alta— y Kang Minho.
El silencio fue inmediato.
Luego, las risas.
Yo me hundí en el asiento.
—No —murmuré.
—No —escuché que dijo él al mismo tiempo.
Nuestros ojos se cruzaron desde lados opuestos del aula. Si las miradas mataran, ese habría sido mi final académico.

Más tarde en la biblioteca del campus.
Nos sentamos frente a frente, con las laptops abiertas y una pila de libros entre nosotros.
Nadie decía nada.
El silencio era tan incómodo que podía oír los latidos de mi corazón.
—Si vamos a trabajar juntos —dije al fin—, al menos intentemos no matarnos.
Él levantó la vista de su pantalla.
—Eso dependerá de ti.
—Perfecto. Yo empezaré buscando ideas. —Teclé con más fuerza de la necesaria, solo para demostrar que no me intimidaba.
Un minuto después, añadí:
—Por cierto, la tintorería cobra menos de lo que piensas.
Él me miró sorprendido. Luego, muy despacio, sonrió por primera vez.
—Veo que no eres tan torpe como pareces.
—Ni tú tan perfecto como crees —le respondí, alzando una ceja.
Por un segundo, el aire entre nosotros cambió.
No era odio.
No del todo.
Y mientras fingíamos concentrarnos en el proyecto, una parte de mí no podía evitar pensar que aquel lunes, tan desastroso, tal vez no había sido un castigo del universo… sino su forma retorcida de empezar algo nuevo.




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