Hana Yoo
Los martes tienen una habilidad especial para hacerte sentir productiva… hasta que te das cuenta de que estás emparejada con el ser humano más irritante del planeta.
Kang Minho.
El chico perfecto.
El que nunca se despeina, nunca se retrasa y, aparentemente, nunca sonríe más de tres segundos seguidos.
Y yo, la reina del caos, la del café derramado y las excusas creativas.
Una dupla destinada al desastre.
En la biblioteca, mediodía.
Estábamos sentados en el mismo rincón de la biblioteca que el día anterior. Mis notas parecían más un campo de batalla que un esquema.
Minho, en cambio, tenía todo ordenado: laptop, libretas alineadas, un bolígrafo caro… y cara de fastidio.
—Tienes una letra imposible de leer —comentó sin levantar la vista.
—No es imposible, es artística —respondí, subrayando algo al azar.
—Artísticamente ilegible, tal vez.
—¿Siempre eres así de encantador, o solo conmigo?
—Depende. ¿Siempre haces tanto ruido para respirar?
Me quedé en silencio, con los labios apretados.
A veces siento que discutir con él es como discutir con una pared.
Una pared bonita, pero igual de testaruda.
Pasaron veinte minutos de silencio.
Yo fingía estudiar, pero lo observaba de reojo.
Sus manos se movían rápido al escribir, y su ceño fruncido era tan concentrado que…
¡No! No pienses eso, Hana. No pienses que se ve bien.
Me sacudí la cabeza y seguí leyendo, justo cuando mi teléfono vibró. Era Yuri.
Mensaje:
“¡Doble cita esta noche! Tú vienes, sin excusas.”
—¿Problemas? —preguntó Minho sin mirarme.
—No. Solo mi mejor amiga tratando de arruinar mi paz mental.
—¿Tu paz mental? —bufó—. No sabía que tenías de eso.
Rodé los ojos.
—¿Sabes? Un día podrías probar a ser amable. No duele tanto.
—No estoy seguro —respondió él, con una ligera sonrisa que no quise admitir que me pareció linda.
Más tarde, en la cafetería del campus.
Mi turno acabó a las siete.
Estaba lista para irme a casa, ponerme pijama y fingir que el proyecto no existía, cuando mi teléfono volvió a vibrar.
Yuri:
“Te espero en el café de la esquina. Y antes de que digas que no: ya invité a alguien.”
Ya podía imaginarlo: otro intento fallido de hacerme socializar.
Suspiré, pero fui de todos modos. Porque… bueno, Yuri nunca acepta un no.
Entré al lugar, buscando su cabellera roja entre la multitud.
Ahí estaba, saludando con efusividad… y junto a ella, un chico.
Y frente a él, Kang Minho.
Me congelé.
—No. No, no, no, no.
Yuri me vio y agitó la mano.
—¡Hana! ¡Aquí!
—¿Qué hace él aquí? —pregunté al acercarme, susurrando con horror.
—¡Sorpresa! —dijo Yuri, riendo nerviosa—. Es que… resulta que el chico que invité es su amigo.
Minho alzó la mirada, visiblemente tan incómodo como yo.
—No sabía que tú eras la “amiga” —dijo, usando los dedos para hacer comillas.
—Créeme, si lo hubiera sabido, tampoco habría venido —le respondí.
Yuri y su cita se miraron incómodos.
—¿Eh… pedimos algo de comer? —intervino él, intentando cambiar de tema.
Nos sentamos. Yo a la derecha de Yuri, Minho frente a mí.
El ambiente era tan tenso que el camarero parecía tener miedo de acercarse.
—Entonces… ¿ustedes se conocen? —preguntó el chico.
Minho y yo respondimos al mismo tiempo:
—No mucho.
—Demasiado.
Silencio.
Luego, Yuri rió para romper el hielo.
—Bueno, ¡al menos se entienden!
—“Entendernos” no es exactamente la palabra —dije, mirando mi vaso de agua.
Minho giró la cuchara entre los dedos, tranquilo.
—Yo diría que nos toleramos… con esfuerzo.
—Lo dices como si fuera algo positivo.
—Lo es. Para algunos, la tolerancia es un logro —replicó, con una sonrisa apenas perceptible.
Quise contestarle, pero el camarero llegó con los pedidos.
El universo, otra vez, me salvó de decir una tontería.
Después de la cena.
Yuri se fue antes con su cita, dejándonos a Minho y a mí caminando en dirección al metro.
El silencio era incómodo, pero al mismo tiempo… tranquilo.
—No sabía que tenías amigos —dije finalmente.
—Tampoco sabía que tú salías de la biblioteca —contestó él, sin dejar de mirar al frente.
—Trabajo, estudio y tengo vida social, aunque no lo creas.
—Vaya, tres logros simultáneos. Estoy impresionado.
Reí sin querer.
No lo planeé, simplemente me salió.
Y, por primera vez, lo vi sonreír de verdad. No la sonrisa cínica de siempre, sino una más suave, casi… humana.
—¿Por qué sonríes? —pregunté.
—Porque acabas de admitir que te caigo bien.
—¡No lo hice!
—No lo dijiste, pero se notó.
Lo miré con fingido desdén, pero mi corazón latía más rápido.
Era molesto. No por él… sino por mí.
Cuando llegamos a la estación, se detuvo.
—Puedo acompañarte, si quieres.
—No hace falta —dije rápido—. No soy una niña.
—Nunca dije que lo fueras. Solo… sería descortés dejarte sola a estas horas.
Lo miré. Había sinceridad en su tono, no arrogancia.
Asentí, sin palabras.
Caminamos en silencio hasta el anden.
El tren llegó, y el viento levantó un poco mi cabello.
Él lo notó, sonrió apenas y dijo:
—Supongo que ya no somos enemigos.
—Eso está por verse —respondí, intentando ocultar mi sonrisa.
Cuando el tren partió, lo vi a través del reflejo de la ventana:
Minho, con las manos en los bolsillos, observando hasta que desaparecí entre la multitud.
Y por primera vez, me pregunté si el universo realmente me odiaba… o si solo estaba jugando a juntar dos polos opuestos hasta que uno de los dos se derritiera.