Hana Yoo
Hay silencios incómodos… y luego está el silencio que se siente cuando ves al chico con el que compartiste una “no-cita” la noche anterior, sentado justo frente a ti en clase, con esa cara de “ni lo menciones”.
Exacto.
Kang Minho.
El universo tiene un sentido del humor pésimo.
—¿Me estás mirando o solo estás comprobando si sigo existiendo? —preguntó él sin levantar la vista de su laptop.
—Solo me aseguraba de que no hubieras desaparecido por arte de magia —contesté con una sonrisa falsa—. Qué lástima.
Él soltó una pequeña risa nasal.
Una risa.
¿Eso cuenta como progreso?
—Relájate, Yoo. No pienso hablar de anoche.
—Perfecto, porque no fue una cita.
—Jamás dije que lo fuera.
—Lo estás insinuando con esa cara de autosuficiencia.
—Esa es mi cara normal.
Rodé los ojos. Era impresionante su habilidad para irritarme con tan poco esfuerzo.
El profesor interrumpió la tensión al entrar en el aula, cargando con una pila de carpetas.
—Muy bien, estudiantes. Quiero ver avances del proyecto. En especial del equipo Yoo–Kang —dijo, como si disfrutara de nuestra incomodidad.
Minho levantó la mano con calma.
—Profesor, ya tenemos el esquema listo.
—¿Ah, sí? —preguntó el profesor, mirándome—. ¿Y tú, Hana?
—Eh… claro —dije con una sonrisa nerviosa—. Tenemos… muchas ideas.
—¿Muchas ideas o muchas excusas? —susurró Minho, sin despegar la vista del portátil.
Le di un codazo por debajo del escritorio.
Él ni se inmutó.
¿Era de acero?
Después de la clase, nos sentamos en el área común del campus.
Sacó su laptop, la colocó con precisión quirúrgica y empezó a escribir como si estuviera resolviendo una crisis económica mundial.
Yo lo observaba en silencio, con mi bebida de vainilla entre las manos.
—¿Sabes? —dije al fin—. Podrías delegar un poco. No todo tiene que ser perfecto.
—No es perfección, es eficiencia.
—Ajá. Y yo soy la reina de Inglaterra.
—No sé. Con tu forma de caminar distraída, podrías serlo en un drama histórico.
Parpadeé, confundida.
¿Eso fue un cumplido disfrazado?
—¿Acabas de decir que me veo bien vestida de época? —pregunté, arqueando una ceja.
—Solo si el papel requiere que derrames té en lugar de café.
—Increíble. Ni cuando tratas de ser amable lo logras.
Él sonrió de lado. Una sonrisa muy, muy pequeña, pero suficiente para que mi estómago hiciera una maroma involuntaria.
Lo odié por eso.
Más tarde, en la cafetería del campus.
Mi turno estaba tranquilo hasta que lo vi entrar.
Otra vez.
Con la misma compostura impecable y un libro bajo el brazo.
—¿Vas a empezar a cobrarme renta? —pregunté cuando se acercó al mostrador.
—¿Por qué? —respondió, mirándome—. ¿Planeas mudarte a mi mesa?
—No, gracias. Prefiero los lugares donde la gente sonríe de vez en cuando.
La señora Go apareció detrás de mí, sonriendo como si disfrutara vernos discutir.
—Parece que hoy hay electricidad en el aire —comentó.
—No es electricidad, es fricción —dije.
—Fricción genera chispas, querida —respondió la señora Go, guiñando un ojo antes de alejarse.
Yo me quedé estática.
Minho… se rio.
Sí. Rió. Con sonido y todo.
—No te rías —dije, ruborizada.
—Es difícil evitarlo cuando te pones así —dijo, apoyando el codo en el mostrador.
—¿Así cómo?
—Como si quisieras desaparecer pero no puedes dejar de hablar.
Quise replicar, pero mi cerebro decidió tomar vacaciones por un segundo.
Solo pude empujarle el vaso de café hacia adelante.
—Aquí tienes, antes de que diga algo que te haga sentir superior otra vez.
—Demasiado tarde —respondió, tomando el vaso con una sonrisa tan tranquila que casi parecía… dulce.
Más tarde, en la biblioteca.
Estábamos revisando las ideas finales para la propuesta del proyecto.
Yo tecleaba torpemente mientras él revisaba gráficos y números.
—Entonces, la cafetería universitaria sostenible… —dije— ¿realmente crees que eso funcionaría?