Hana Yoo
Hay tres cosas que nunca faltan en mi vida universitaria:
• El café (en cantidades peligrosas).
• Las ojeras.
• Y Kang Minho, mirándome como si necesitara urgentemente un manual para existir.
El proyecto final debía presentarse en una semana, y el profesor decidió darnos el honor de exponer en un seminario universitario abierto.
Traducción: estrés, público, y más estrés.
—Vamos a practicar la exposición tres veces por día —dijo Minho, ajustando sus lentes de manera tan seria que casi me dio risa.
—¿Tres veces? ¿No crees que eso es un poco exagerado?
—¿Exagerado? Esto representa el 40% de la nota final.
—Yo represento el 60% de tu paciencia, así que estamos a mano —dije, sonriendo.
Él me lanzó una mirada tan típica suya —mezcla de resignación y sarcasmo elegante— que no pude evitar reír.
Biblioteca del campus.
Llevábamos más de dos horas practicando.
Minho revisaba las diapositivas con una concentración tan intensa que parecía estar hackeando el sistema.
—Podrías, no sé, sonreír cuando hables —le dije, girando mi laptop.
—No quiero parecer falso.
—Entonces sonríe de verdad.
—¿Y si no tengo motivos?
—¿En serio? Yo existo, ¿no te basta?
—Precisamente por eso necesito concentración —respondió sin mirar.
Me crucé de brazos.
A veces deseaba poder apagar su modo robot.
—Mira, no todo es hablar perfecto ni sonar como un político —insistí—. La gente quiere sentir algo.
Él me observó un segundo, luego asintió lentamente.
—Entonces… enséñame.
Me quedé congelada.
—¿Qué?
—Enséñame a “sentir algo” al hablar.
—¡Eso no se enseña!
—Claro que sí. Habla tú, y yo te observo.
No sé por qué, pero su mirada me desestabilizó.
Respiré hondo y empecé:
—Nuestra propuesta se basa en crear una cafetería sostenible… —pero apenas llegué a la segunda frase, noté cómo me observaba con una media sonrisa.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Aprendo —dijo simplemente—. Y, por cierto, sonríes cuando explicas algo que te gusta.
Mi cerebro: error 404.
—N-no lo hago.
—Sí lo haces —dijo, bajando la mirada a la hoja—. Es… agradable.
El aire cambió. Ya no había sarcasmos. Solo ese pequeño silencio, cómodo y peligroso.
Al día siguiente.
El profesor anunció que los grupos seleccionados para representar a la facultad en el Festival de Emprendimiento Universitario serían los tres mejores proyectos.
Y sí: nuestro equipo estaba en la lista.
—¡¿Qué?! —exclamé—. ¿Nos eligieron?
—Era predecible —dijo Minho, como si fuera algo obvio.
—No seas tan humilde, se te va a caer la corona.
Yuri apareció corriendo con una sonrisa enorme.
—¡Felicidades! ¡Los vi en la lista!
—Gracias, pero esto solo significa más trabajo —dije.
—Y más tiempo con Minho —añadió ella, mirándome con picardía.
—¡Yuri!
—¿Qué? Ya es obvio que algo hay.
—No hay nada.
—Claro… y yo soy la nueva presidenta del comité estudiantil.
Minho se acercó justo en ese momento.
—¿Interrumpo algo?
—Nada importante —dijo Yuri con una sonrisa traviesa—. Solo hablábamos de química.
—¿De química? —preguntó él, confundido.
—Sí, de la que ustedes niegan tener.
Yo deseé desaparecer.
Día del festival.
El auditorio estaba lleno.
Los equipos presentaban uno a uno sus proyectos, y Minho repasaba las diapositivas por última vez, con la calma de quien parece tener todo bajo control… excepto sus propias emociones.
—¿Lista? —preguntó.
—No, pero finjo bien.
—Buena estrategia.
Cuando subimos al escenario, las luces nos cegaron por un segundo.
Yo respiré profundo.
Empecé a hablar, y para mi sorpresa, él me siguió con una fluidez perfecta.
Sin interrupciones, sin sarcasmos, sin tensión.
Solo… sincronía.
Cuando terminé mi parte, él tomó el micrófono y sonrió ligeramente antes de continuar.