Amor en Pausa

Capítulo 6: Entre montañas, excusas y corazones acelerados

Hana Yoo

Si alguien me hubiera dicho que terminaría atrapada en una cabaña con Kang Minho, habría pedido un cambio de carrera.

Pero aquí estoy.

En un autobús universitario rumbo al Retiro Nacional de Emprendimiento, donde veinte equipos competirán por el primer lugar… y donde dormiré bajo el mismo techo que el chico más exasperante (y más guapo, admitámoslo) de mi generación.

Y todo esto por “representar a la universidad con orgullo”.

Genial.

—¿Lista para el viaje? —preguntó Yuri, que también venía con su equipo.

—Lo que estoy es preparada psicológicamente para no asesinar a Minho —dije, ajustando mis audífonos.

—Ja, sí claro. Si no lo matas, seguro lo besas.

—¡Yuri!

—¿Qué? Las tensiones se resuelven de una de dos formas: con un grito o con un beso.

Rodé los ojos.

Aunque una parte muy pequeña de mí (esa que quiero ignorar) se quedó pensando en lo segundo.

En el autobús, tres horas después.

Minho dormía al lado de la ventana, con los auriculares puestos.

Yo trataba de leer mis notas, pero mis ojos se desviaban cada cinco minutos hacia él.

Su cabeza se ladeó un poco… y terminó apoyada en mi hombro.

Congelada.

Ni respiré.

Podía oír su respiración tranquila, y mi corazón empezó a latir como si hubiera corrido un maratón.

Quise moverme, pero no pude.

Él murmuró algo entre sueños.

—…café… sin azúcar… Hana…

Mi alma abandonó el cuerpo.

—¿Qué? —susurré, mirándolo.

Pero antes de que pudiera reaccionar, el autobús frenó y él se enderezó de golpe.

—¿Dormí? —preguntó, despeinado.

—No, para nada —dije, fingiendo concentración—. Solo… hiciste una micro siesta de una hora.

—Perfecto. Productivo como siempre.

No se dio cuenta de nada.

Y yo tampoco estaba segura de si quería que lo hiciera.

Centro de retiro – montaña de Jirisan

Nos asignaron habitaciones compartidas por equipos.

Y, por supuesto, el destino decidió que la calefacción de nuestra cabaña fallara.

—No me lo creo —dije, frotándome los brazos—. ¡Hace más frío que en un congelador!

—Tranquila, revisarán el sistema en la noche —respondió Minho, calmado como siempre.

—¿Y mientras tanto? ¿Me congelo?

—Podrías… usar esto —dijo, tendiéndome su chaqueta.

La miré, luego a él.

—¿Estás seguro?

—Sí. Si te enfermas, el proyecto se arruina, y no pienso perder por una pulmonía ajena.

—Eres tan… romántico —dije con ironía.

—Lo intento.

Me la puse. Olía a su colonia, ese aroma limpio y suave que lo rodeaba siempre.

Y sí, no ayudó en nada a mi autocontrol.

Más tarde, en la sala común.

Los organizadores organizaron una “actividad de integración”: preparar una cena grupal.

Yo, que apenas sé hervir agua, terminé a cargo del arroz.

Minho, por supuesto, se ofreció para “coordinar la eficiencia culinaria”.

—No te acerques al fuego, por favor —me dijo mientras encendía la estufa.

—¿Qué crees que soy? ¿Una chispa humana?

—No, pero tu historial de accidentes me preocupa.

Intenté ignorarlo y revolver el arroz… hasta que, por supuesto, se me cayó la tapa de la olla.

—¡Ah!

—¿Ves? —dijo él, riendo apenas—. Te lo advertí.

—Solo tropecé. ¡No soy un peligro público!

—Claro, y el café se derramó solo.

Le lancé una mirada asesina.

Él rió, bajo, suave, esa risa rara que apenas usaba.

Y, sin darme cuenta, también terminé riendo.

Noche – 10:30 p.m.

El evento oficial había terminado.

Cada equipo se fue a su habitación.

Pero la calefacción de nuestra cabaña seguía sin funcionar.

—El técnico dijo que hasta mañana —informó Minho, revisando su laptop.

—Genial. Moriremos congelados.

—Hay mantas extras. Usa las del clóset.

—Ya las tengo. Pero no sirven si son del grosor de una servilleta.

Él suspiró, se quitó la sudadera y me la pasó sin mirarme.

—Toma.

—¿Qué haces? ¡Vas a tener frío tú!




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