Hana Yoo
Lo sabía.
Sabía que regresar del retiro universitario no iba a devolver todo a la normalidad. Algo había quedado suspendido en el aire, como un secreto a punto de revelarse… o a punto de destruirme.
Desde que volvimos al campus, Minho había estado… extraño.
Más callado.
Más serio.
Pero también más atento.
Más “él”.
Y eso era un problema.
Porque yo no sabía cómo comportarme cuando él me miraba con esos ojos tranquilos que parecían querer decir algo… pero nunca lo decían.
En la biblioteca.
Habíamos quedado de repasar el informe final.
Yo llegué cinco minutos tarde porque mi profesor de sociología decidió hablar veinte minutos de su gato y la filosofía del afecto.
Cuando entré, Minho ya estaba allí.
Y no estaba solo.
Una chica –alta, elegante, con cabello negro y lacio– estaba sentada frente a él. Su sonrisa era suave, y él la estaba escuchando con atención.
Demasiada atención.
Mi corazón dio un brinco desagradable.
—Oh, Hana —dijo él, volteando apenas—. Ya llegaste.
“Ya llegaste.” Como si no importara.
—Uh… sí. Hola —logré decir, sin ver a la chica directamente.
Ella me miró de arriba abajo, de esa forma sutil pero hiriente que solo la gente con autoestima a prueba de balas puede hacer.
—Soy Hyejin —dijo, extendiendo la mano—. Soy amiga de Minho desde el club de estrategias.
—Ah, wow, qué… estratégico —respondí, dándole la mano muy rápido.
Minho cerró la laptop.
—Ya estábamos por terminar.
¿Ya qué?
¿Terminando qué?
—Estábamos revisando un modelo financiero —aclaró él, notando mi mirada.
—Oh —respondí, fingiendo que me daba igual—. Genial.
Pero no me daba igual.
Para nada.
Diez minutos después.
Hyejin se fue, y Minho se acomodó en su asiento frente a mí.
Yo intenté mirar la laptop, pero mis pensamientos estaban corriendo maratones.
¿Por qué me molestaba?
No tengo derecho.
No somos nada.
Pero…
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Perfecta —respondí, sin levantar la vista.
—Parece que estás molesta.
—No estoy molesta.
—Te conozco suficiente para saber que cuando dices “no estoy molesta”, sí estás molesta.
Alcé la mirada.
—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo me conoces tanto?
Él se quedó callado un segundo.
—Desde que dejaste de ser solo “la chica que derramó café sobre mí”.
Mi corazón tuvo la audacia de fallar un latido.
—No estoy molesta —repetí, más suave—. Solo sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque no sabía que tenías… más amigas.
Me arrepentí en cuanto lo dije.
Él me miró con algo que no supe descifrar.
—Hyejin no es… eso.
—No dije nada.
—No tienes que decirlo —respondió, con un tono que no reconocí.
Un silencio incómodo se extendió entre nosotros.
Como si hubiera algo en el aire que ninguno se atrevía a nombrar.
Kang Minho
Sé reconocer patrones.
Sé cuándo un gráfico sube, cuándo baja, cuándo algo falla.
Pero Hana Yoo… es un gráfico completamente nuevo que mi cerebro no logra descifrar.
Cuando entró a la biblioteca y vio a Hyejin, su expresión cambió apenas unos milímetros. Poca gente lo hubiera notado.
Pero yo sí.
Y desde entonces, está esquivando mis ojos, mis preguntas, mis intentos de normalizar todo.
Y eso me irrita.
Porque yo tampoco sé qué siento. Y ella empeora todo.
Más tarde en la cafetería del campus.
Fui por café (otra vez) y la encontré sentada con su bandeja, sola.
Me acerqué con la confianza que solo alguien sin plan puede tener.
—¿Puedo sentarme? —pregunté.
—Es un país libre —respondió, clavando la pajilla en su bebida.
Me senté igual.
Silencio.
—¿De verdad no te molesta lo de Hyejin? —pregunté.
Ella casi se atraganta.
—¿Por qué debería molestarme?
—No lo sé. Tú dime.
Ella me fulminó con la mirada.
—Eres imposible, ¿sabías?
—Lo escucho seguido.
—Pues créeme, deberías escucharlo más.
Casi sonreí.
No porque me insultara, sino porque su tono era demasiado… personal.
—Hyejin solo me ayudaba —dije—. Nada más.
—Te creo —respondió.
Pero la forma en que evitó mi mirada me dijo lo contrario.
—Hana —dije despacio.
Ella levantó la vista.
Por primera vez en mucho tiempo, no tuve sarcasmos preparados.
—Si te molesta… prefiero que me lo digas tú —dije.
Ella parpadeó, confundida.
—No me molesta —repitió.
—Entonces ¿por qué actúas así?
Ella se cruzó de brazos.
—No estoy actuando. Solo… estoy pensando.
—¿En qué?
—En que no te entiendo —soltó.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿Qué no entiendes?
—Una semana estás frío, otra estás… raro. Y luego aparece una chica hermosa que te conoce desde antes, y yo… yo no sé dónde quedo en todo eso.
Me quedé sin palabras.
Literalmente.
Ella abrió los ojos, horrorizada por lo que acababa de decir.
—Olvida eso —dijo—. No hablé. No escuchaste nada. Fue el azúcar del té.
—Hana.
—No, de verdad, haz de cuenta que—
—No.
Ella se detuvo.
Respiró.
Se acomodó el cabello detrás de la oreja.
Estaba temblando apenas.
Y yo sentí algo apretarse dentro de mi pecho.
—No quiero que pienses —dije al fin, con voz baja— que hay alguien que puede reemplazarte.
Ella me miró, como si no entendiera.
—Hyejin es solo mi compañera en algunos proyectos. No es… importante.
—¿Y yo?
La pregunta salió en un susurro.
Una pregunta peligrosa.
Una pregunta que yo mismo había estado evitando.
Hana Yoo
El mundo se detuvo.
Literalmente.
Ni la máquina de espresso hizo ruido.
Solo estábamos él y yo, frente a frente, con esa pregunta ardiendo en medio: