Amor en Ruedas

Capítulo X

Pude ver a Kate cerca de mí con una sonrisa malévola en el rostro, después de eso mi cabeza empezó a dar vueltas y mi vista se nubló por pequeños puntos negros; no oía nada específico, solo murmullos y un fuerte pitido, que me atontaba más todavía. El cuerpo me dolía horrible, sentía como si me estrujaran en un fuerte abrazo que me había rotó los huesos, la cabeza me punzaba y la piel me ardía, como cuando caes de panzazo al agua.

Vi a alguien acercarse y arrodillarse junto a mí-. ¡Diann!- exclamó Nathan apartándome un mechón de cabello del rostro, -¿estás bien? Respóndeme por favor. ¿Qué fue lo que pasó? ¡Estas sangrando!- su voz sonaba agitada. Volteé para mirarlo. Su rostro reflejaba absoluta preocupación.

¿Se preocupa por mí?, pensé y sonreí para mí misma, eso me hacía feliz.

-Creo que me caí- le respondí aun sonriendo.

Ya lo sé, mi respuesta sonaba muy estúpida, pero fue lo único que pude articular. Al oírme una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

–Sí, Diann, te caíste- me dijo con ternura mientras con una toalla me limpiaba la sangre.

-Todos a un lado- ordenó la entrenadora. Había toda una bolita de gente a nuestro alrededor–. Diann, ¿me oyes?, ¿qué fue lo que sucedió?- preguntó cuándo pudo abrirse paso hacía mí ya que nadie se había movido un solo centímetro.

-Esta consiente- respondió Nathan por mí, –pero creo que tiene una contusión.

-Tenemos que llevarla a la enfermería- la entrenadora se puso de pie-.          Necesito que alguien la cargue- agregó indicando con la mirada a todos los de la bolita de alrededor que se dispersaran.

Dylan se arrodilló y extendió los brazos dispuesto a cargarme, no me pareció extraño en lo más mínimo porque era mi amigo y siempre que podía me ayudaba.       

–Yo la llevó- intervino Nathan.

Eso sí me sorprendió, no me esperaba en lo absoluto que él se ofreciera a cargarme, pero se lo agradecía, realmente ansiaba estar entre sus brazos nuevamente.

El golpe me soltó los pensamientos.

Dylan lo vio confundido y luego se encogió de hombros-. Okay, yo solo los acompaño, quiero cerciorarme de que este bien.

Nathan asintió y me tomó entre sus brazos, se levantó y caminó hacia el pasillo. Todos se veían algo preocupados, excepto Kate. Su malvada sonrisa había sido reemplazada por un gesto de frustración y enojo. Obviamente las cosas no habían salido como ella esperaba.

Enterré el rostro en el pecho desnudo de Nathan y al oír su corazón me estremecí, por lo que me apretó más hacía él. Llegamos rápido a la enfermería, la enfermera ya nos estaba esperando junto con Dylan y la entrenadora.

-Recuéstala sobre la camilla por favor- ordenó al vernos entrar-. ¿Sigue consiente?

-Eso creo- respondió Nathan depositándome en la camilla.

-¿Qué fue lo que le pasó?- preguntó la enfermera mientras con una lamparita observaba mis ojos.

-No lo…

-Estaba subiéndose a la silla de ruedas, y creo que olvidó ponerle los frenos o algo, porque se fue hacia atrás y ella cayó de cara, su frente fue lo primero en azotar contra el piso…- interrumpió Dylan a Nathan, quien al oír la historia apretó la mandíbula y cerró sus manos en puños con fuerza.

Me quejé al sentir la mano de la enfermera haciendo presión sobre mi frente. Dolía mucho, como si me fuera a explotar. Nunca había tenido una migraña como la de ese momento. Quería que me quitaran la cabeza, no la aguantaba más.

–Su frente recibió un gran golpe, afortunadamente basta con un vendolete para cerrar la herida, no se necesitan puntos, no es muy grande. Solo necesita reposar- explicó la enfermera.

-Qué alivio- suspiró la entrenadora–. Entonces se la dejo, voy a vigilar a mis chicos y en cuanto pueda vuelvo- la enfermera asintió-. Vámonos chicos- agregó la entrenadora, dirigiéndose a Dylan y a Nathan.

-Preferiría quedarme con ella- dijo Nathan. Supliqué a la entrenadora con la mirada, deseaba tenerlo cerca de mí.

-Mmm…- lo pensó un poco –esta bien- aceptó por fin-. Gracias por haberla traído y por quedarte.

-No es nada, haría más que eso por ella.

¿Qué?

Seguramente el golpe me había afectado más de lo que todos creían porque era imposible que esas palabras hubieran salido de la boca de Nathan.

La enfermera limpió la herida, puso el vendolete y una gasa encima, también me vendó la cabeza; todo con el típico cuidado y cariño de una enfermera cualquiera. Pidió a Nathan que vigilara que no me durmiera porque podía ser peligroso por la contusión que acababa de sufrir, pero yo pedí silencio; cada palabra que salía de sus bocas resonaba en mi cabeza con fuerza, como si me las gritaran al oído; la enfermera acepto con la condición de que no me durmiera por nada del mundo.




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