Amor en tendencia

Capitulo 8

Lucía

El cielo tenía ese color entre gris y violeta que anuncia la lluvia sin decidirse. Caminaba rápido, los auriculares puestos, fingiendo que no escuchaba el murmullo de la gente al pasar. Desde que el video del beso volvió a hacerse tendencia, salir a la calle era un pequeño acto de valentía.
El problema no era la gente. Era lo que ese beso me había hecho sentir cada vez que alguien lo mencionaba.

A veces lo revivía sin querer. El calor de su boca, el vértigo en el estómago, el instante suspendido en que no supe si el mundo giraba o se detenía. Me odiaba por eso. Y, al mismo tiempo, me aterraba no poder olvidarlo.

Respiré hondo frente al escaparate de una cafetería. Adentro, el aire olía a pan recién hecho y lluvia. Y allí estaba él.
Mateo.
Una gorra negra, gafas oscuras, un vaso entre las manos y ese modo distraído de mirar el mundo como si no le perteneciera. Me vio casi al mismo tiempo que yo lo vi, y su sonrisa fue tan natural que sentí que me quedaba sin aire.

Entré antes de pensar.
—¿También te escondes de la tormenta? —dijo, señalando el cielo.
—De muchas tormentas —respondí.

Nos reímos. Era incómodo y a la vez, sorprendentemente fácil.
Tomamos una mesa al fondo, entre plantas y luz tenue. Él hablaba de una canción que no lograba terminar, yo fingía entender de acordes y compases. Y sin embargo, cada palabra suya se me metía debajo de la piel.
El café se volvió una costumbre peligrosa: cada tarde que coincidíamos, el aire entre nosotros se hacía más denso, más lleno de cosas que ninguno se atrevía a decir.

Una de esas tardes, caminamos hasta el mercado viejo.
Los puestos estaban llenos de frutas y risas, niños corriendo, turistas comprando recuerdos baratos. Mateo se probó un sombrero ridículo y yo lo fotografié con mi celular.
—Bórrala —protestó—, tengo una reputación que cuidar.
—¿De payaso profesional? —le dije.
—Exacto.

Nos reímos, pero en sus ojos había algo distinto. Una calma que no le conocía.
Luego, mientras cruzábamos la calle, rozó mi mano. No por accidente. Su pulgar se quedó quieto sobre el dorso de la mía, y yo sentí que el corazón se me movía de sitio.

No hablamos del beso. Ni del video. Fingimos que no existía. Pero cada vez que me miraba, sabía que ambos recordábamos lo mismo.

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Mateo

Esa noche, al volver a casa, la sonrisa se me borró apenas crucé la puerta.
Mi padre estaba en el estudio, rodeado de papeles y botellas caras. El sonido del reloj de pared marcaba el ritmo del silencio.
—Llegas tarde —dijo sin levantar la vista.
—No tenía citas pendientes contigo —respondí.
—No me hables como si fuera tu enemigo.
—Entonces deja de tratarme como a un empleado.

Lucas levantó la cabeza. Sus ojos eran duros, pero cansados.
—Eres un St. James. Te guste o no, la gente espera algo de ti.
—La gente espera música, no un muñeco de escaparate —repliqué.

Él se levantó despacio, cruzó el escritorio y me puso una mano en el hombro.
—No arruines lo que he construido. Conozco ese brillo en tu mirada, Mateo. Es el mismo que tenía tu madre antes de…
—No te atrevas a hablar de ella.

El silencio cayó como un portazo.
Lucas suspiró.
—La chica del video no puede volver a aparecer a tu lado. No ahora.
—Se llama Lucía. Y no necesito tu permiso para verla.
—La prensa no perdona.
—Ni tú.

Me fui antes de gritar.
En el pasillo, el eco de sus palabras me siguió como un fantasma. Sabía que no se detendría. Mi padre siempre obtenía lo que quería, y esta vez quería separarnos.

---

Los días siguientes fueron una guerra invisible.
Mensajes extraños en mis redes, llamadas perdidas, periodistas husmeando en cada esquina. Sienna, mi ex, reapareció como si hubiera estado esperando la señal.
—Solo quiero hablar —me dijo, sonriendo con los labios pintados de rojo.
—No tengo nada que decirte.
—¿Y si lo digo yo por ti? A tu padre le encantaría oír que volviste conmigo.

Su perfume era el mismo que recordaba: dulce y falso. Me aparté.
—Ya no puedes manipularme, Sienna.
—Todos creen que sí. Y a veces eso basta.

Su amenaza se disfrazó de sonrisa, pero la entendí.
Esa noche, llamé a Lucía. No contestó.

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Lucía

Los mensajes empezaron como bromas pesadas.
“Cuidado con lo que deseas.”
“Sabes con quién te metes?”
Pensé que era alguna fan celosa, hasta que encontré la nota bajo mi puerta. Sin remitente, escrita con tinta roja: Él no es quien dice ser.

Intenté no pensar, pero las palabras se quedaban flotando incluso cuando dormía.
Fui a caminar al parque para despejarme. El aire olía a hierba húmeda y palomitas. Niños en bicicletas, parejas en mantas, el mundo girando sin mí.
Hasta que la vi.
La rubia del concierto. Sienna.

Estaba sentada en un banco, las piernas cruzadas, mirándome como si ya me conociera. No dijo nada, pero su sonrisa fue un desafío. Me dio miedo admitirlo, pero supe que aquella mujer no era solo parte del pasado de Mateo. Era parte de su presente.

Me alejé, fingiendo calma, aunque el corazón me golpeaba en las costillas.

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Esa noche, Mateo apareció frente a mi puerta. Sin cámaras, sin gorra, sin escudos.
—Necesitaba verte —dijo.

Sus ojos tenían un cansancio nuevo, un peso que me dolió.
—Mateo, hay cosas que no entiendo.
—Yo tampoco. Solo sé que cuando estoy contigo todo el ruido desaparece.

No supe qué responder. Él dio un paso, luego otro.
El espacio entre nosotros se redujo hasta ser apenas un suspiro.
—No deberíamos… —murmuré.
—Lo sé.

Sus dedos rozaron mi mejilla, y sentí el impulso de cerrar los ojos. No lo hizo. Tampoco yo.
Solo nos quedamos así, suspendidos en el instante que separa la cordura del deseo.



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En el texto hay: humor, romance comedia, romcom

Editado: 26.10.2025

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