Amor en tendencia

capitulo 12

Lucía

Han pasado semanas desde el escándalo. No sabría decir cuántas con exactitud; los días se mezclan en un gris que no termina. Dejé de contar desde que apagué las notificaciones, desde que borré cada publicación, cada foto, cada rastro que pudiera recordarme a nosotros.

Volví a mi pequeño apartamento, al trabajo en el café donde todo huele a pan recién horneado y a promesas que ya no se cumplen. Me repito que esto es lo que siempre quise: tranquilidad, anonimato, una rutina sin cámaras ni titulares. Pero la verdad es que no hay silencio que apague lo que todavía me grita adentro.

Las mañanas son peores. El sonido del molinillo, el tintinear de las tazas, las conversaciones ajenas... todo me resulta tan lejano.
A veces miro el celular como si fuera un enemigo. Me quedo observando esa pantalla en blanco, esperando un mensaje que nunca llega. Y, sin embargo, lo desbloqueo cada noche, con esa absurda esperanza de encontrar su nombre ahí.

Una canción en la radio del café lo trae de vuelta. Su voz en mi memoria, su risa al otro lado de una videollamada, sus manos en mi cintura aquella noche en que me prometí no enamorarme.

El silencio pesa más cuando era su voz la que llenaba mis días.

Afuera, la ciudad sigue viva, pero yo siento que quedé fuera de ella. Soy una sombra que respira, que finge, que sobrevive. Intento convencerme de que todo fue un error, una historia demasiado intensa para ser real.
Pero hay momentos —como ahora, mientras cierro la caja registradora y el cielo se vuelve anaranjado— en los que me descubro sonriendo sola.
Y entonces me asusto.
Porque todavía lo amo.
Porque todavía lo espero.

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Mateo

Las puertas de cristal se abren como siempre, automáticas, impersonales. El logotipo “Castillo Corp.” brilla en el mármol, pero hoy me parece una mueca. No piso este lugar desde que firmé aquel maldito contrato con Sienna, y cada paso que doy se siente como si caminara dentro de una mentira.

Lucas me espera en su despacho. Traje gris, sonrisa de hierro. Hay un ejemplar del diario financiero sobre la mesa: “La alianza Castillo–Rothschild asegura el futuro del sector de medios”. En la foto, Sienna sonríe. Yo no.

—Llegas tarde —dice él, sin levantar la vista del documento que sostiene.
—Llegué cuando tuve algo que decir —respondo, y cierro la puerta.

No hay cortesía que valga entre nosotros.

Empieza el juego de siempre: frases medidas, silencios calculados, una cordialidad que esconde veneno. Pero algo en su tono cambia cuando menciono el video.
—Curioso que nadie haya encontrado al responsable —digo, probando terreno.
Él se encoge de hombros, casi divertido.
—En los negocios, las verdades salen cuando conviene.

Hay algo en su forma de decirlo, una sombra de satisfacción, que me lo confirma sin necesidad de más.

—Fuiste tú —digo, apenas un susurro.

Lucas levanta la mirada, sin negarlo.
—Tu error fue creer que podías elegir algo sin consecuencias.

Me quedo quieto. No hay sorpresa, solo rabia contenida. Siento que algo dentro de mí se rompe, algo que tal vez nunca vuelva a armarse.
—Ella no era una amenaza —le digo con voz tensa.
—Era un riesgo. Y tú eres mi inversión más costosa. No iba a permitir que una desconocida destruyera años de trabajo.

La palabra “desconocida” me quema.
Doy un paso hacia él.
—No es a ella a quien destruiste. Fui yo.

Él sonríe. Una sonrisa que parece disfrutar el daño.
—Tarde o temprano lo entenderás, hijo. El poder no se sostiene con emociones.

Ahí lo sé. No hay vuelta atrás.
—Prefiero ser nadie, que ser una copia de ti.

Sus pupilas se endurecen.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y en ese espacio siento que algo se apaga entre nosotros. No un vínculo, sino lo poco que quedaba de respeto.

Salgo de la oficina sin mirar atrás.

--

Lluvia. Siempre lluvia cuando algo termina.
Camino sin rumbo por la ciudad, el aire empapándome la camisa, y por primera vez en años no tengo destino.

Podría volver al apartamento, fingir que nada pasó, seguir los pasos que él trazó para mí. Pero ya no puedo. No después de saber que todo —mi carrera, mi reputación, incluso mi relación— fue manipulado.

Saco el teléfono y marco el número de mi asistente.
—Redacta mi renuncia —digo.
—¿Desde cuándo, señor Castillo?
—Efectiva hoy.

Cuelgo.
Respiro.

Miro hacia el edificio que lleva mi apellido. Las luces siguen encendidas. Mi padre debe seguir ahí, detrás de su escritorio, creyendo que aún me controla.

“Por fin soy libre… pero no sé qué hacer con tanto silencio.”

Cruzo la calle. La lluvia borra las luces y el ruido. Todo parece más simple y más doloroso a la vez.
En un escaparate veo mi reflejo: un tipo empapado, ojeroso, sin rumbo. Quizás ese soy yo, por primera vez.

---

Al otro lado de la ciudad, Lucía cierra la puerta de su apartamento después de otro día de trabajo.
Encuentra un sobre en el buzón, sin remitente. El papel es grueso, dorado, elegante.

Lo abre con manos temblorosas.
Dentro hay una invitación: Evento Benéfico Fundación Castillo.

Por un momento, el corazón se le detiene.
Al reverso, una frase escrita a mano:

> “Necesito verte. —M”

Lucía se queda mirando esas letras como si fueran una herida abierta.
El silencio vuelve, pero ya no es el mismo.
Esta vez, duele… porque significa que el pasado está por regresar.



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En el texto hay: humor, romance comedia, romcom

Editado: 26.10.2025

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