Clara Bennett
El primer día de feria fue un éxito. Las galletas volaban del mostrador como si tuvieran alas. La gente del pueblo era cálida, curiosa, y muy generosa con los elogios. Pero había algo más. Algo que no podía ignorar.
Cada vez que Ethan se acercaba a mi puesto, las miradas cambiaban. Algunas eran de admiración, otras de sorpresa. Incluso escuché a una señora decir en voz baja:
—No puedo creer que él esté ayudando en un puesto.
—¿Quién? —preguntó otra.
—Ethan Walker, querida. El hijo de los Walker.
Me giré, fingiendo que no escuché. Pero mi mente ya no estaba en las galletas.
Más tarde, mientras caminábamos por la plaza, le pregunté:
—¿Conoces a todo el pueblo?
—He vivido aquí casi toda mi vida —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Y tu familia también?
—Sí, pero ya no están tan presentes. Yo me encargo de todo ahora.
No mentía. Pero tampoco decía todo.
Ethan me llevó a cenar a un pequeño restaurante local. Todos lo saludaban por su nombre. El dueño le ofreció “lo de siempre” sin preguntar. Y cuando pagó, el camarero se negó a aceptar propina.
—La casa invita, señor Walker.
Yo solo sonreí, pero por dentro, las piezas empezaban a moverse.
****
A la mañana siguiente, Ethan me pasó a buscar temprano.
—Quiero mostrarte algo —dijo, con una sonrisa misteriosa.
Subimos a su camioneta y tomamos un camino rodeado de árboles. La nieve cubría todo como una manta suave. Después de unos minutos, el bosque se abrió y apareció una casa enorme, de piedra clara, con techos altos y ventanales que reflejaban la luz del invierno.
—¿Qué es este lugar? —pregunté, bajando lentamente.
—Mi casa —respondió, como si fuera lo más normal del mundo.
Me quedé en silencio. No por la belleza del lugar, sino por lo que significaba. Esa casa no era una cabaña cualquiera. Era una hacienda. Antigua, elegante, imponente.
Entramos. El interior era cálido, decorado con gusto clásico y detalles navideños. Chimeneas encendidas, cuadros antiguos, muebles de madera tallada. Todo hablaba de historia… y de dinero.
—¿Por qué nunca me hablaste de esto? —pregunté finalmente.
Ethan se detuvo frente a una chimenea y me miró.
—Porque contigo no quería ser “el Walker de la hacienda”. Solo quería ser Ethan. El que se enamoró de ti entre luces de feria y galletas de jengibre.
Mi corazón latía con fuerza. No sabía si estaba molesta, confundida o simplemente sorprendida. Pero una cosa era clara: el Ethan que conocí en la ciudad no era toda la historia. Y ahora, por fin, estaba viendo el resto del cuento.
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Editado: 13.10.2025