Clara Bennet
No sabía qué me dolía más: que me lo ocultara o que lo hiciera parecer tan normal.
La casa era hermosa, sí. Pero no era solo una casa. Era una hacienda. Antigua, elegante, con historia en cada rincón. Y él… él era el dueño. El mismo Ethan que me ayudaba a cargar cajas en la ciudad, que me escuchaba hablar de mis sueños como si fueran los suyos. Ese Ethan ahora se desdibujaba frente a mí.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —pregunté, sin rodeos.
Ethan se quedó en silencio. Caminó hasta la chimenea, apoyó una mano sobre la repisa y suspiró.
—Porque contigo no quería ser “el Walker de la hacienda”. Solo quería ser Ethan. El que se enamoró de ti entre luces de feria y galletas de jengibre.
—¿Y pensaste que mentirme era mejor que confiar en mí?
—No te mentí —dijo, mirándome a los ojos—. Solo… no te lo conté.
—Eso es lo mismo, Ethan.
Me alejé unos pasos. La casa era hermosa, pero en ese momento, me sentía atrapada. Como si cada cuadro, cada mueble, cada rincón me gritara que yo no pertenecía allí.
—¿Qué más no sé de ti? —pregunté, con la voz quebrada.
—Nada más. Te lo juro. Todo lo que viví contigo fue real. Solo… tenía miedo de que esto cambiara lo que somos.
—Pues lo cambió —dije, antes de salir al porche, dejando que el frío me despejara la mente.
*****
Esa noche no dormí bien. Me quedé en la habitación de huéspedes que Ethan me ofreció, mirando el techo, escuchando el viento golpear las ventanas. La casa era silenciosa, demasiado. Como si también estuviera esperando que yo decidiera qué hacer.
A la mañana siguiente, bajé a desayunar. Ethan ya estaba en la cocina, preparando café.
—Buenos días —dijo, con voz baja.
—Buenos días —respondí, sin mirarlo.
El silencio entre nosotros era incómodo. Dolía. Y lo peor era que yo no sabía si estaba más molesta con él… o conmigo por haber creído que lo conocía por completo.
—Clara, no quiero que esto nos aleje —dijo, acercándose—. No fue por orgullo. Fue por miedo. Miedo de perderte.
—¿Y ahora? —pregunté—. ¿Tienes miedo de que me quede?
Él no respondió. Solo me miró, con esa mezcla de culpa y ternura que me partía el alma.
—Necesito espacio, Ethan. No para irme… pero sí para pensar.
Tomé mi abrigo y salí. Caminé por el campo nevado que rodeaba la hacienda, sin rumbo, solo con la necesidad de respirar. De entender.
Porque aunque lo amaba, aunque cada parte de mí quería creerle… había una herida que no se curaba con palabras bonitas.
Y el invierno, esta vez, no solo traía nieve. Traía decisiones.
Ethan Walker
La casa estaba en silencio desde que Clara salió. El tipo de silencio que no se siente cómodo, sino que pesa. Como si las paredes supieran que algo se rompió.
Me quedé en la cocina, con dos tazas de café enfriándose sobre la mesa. Una para mí. Una para ella. Pero solo una fue tomada.
No sé qué esperaba. ¿Que me abrazara? ¿Que dijera “no importa”? No. Clara no es así. Y por eso la amo. Porque no se conforma con verdades a medias. Porque quiere lo real, incluso si duele.
Me senté en el porche, mirando el campo blanco que rodea la hacienda. La nieve seguía cayendo, lenta, constante. Como si el invierno no tuviera prisa. Como si supiera que algunas cosas necesitan tiempo para derretirse.
—¿Qué hiciste, Ethan? —me dije en voz baja.
La verdad es que tuve muchas oportunidades para contarle. En cada visita a la ciudad, en cada cena, en cada conversación sobre nuestras vidas. Pero siempre lo pospuse. Por miedo. Por orgullo. Por esa absurda idea de que si ella sabía quién era yo aquí, dejaría de verme como el hombre que conoció entre luces de feria.
Y ahora… ahora no sé si me sigue viendo igual.
Escuché pasos en la nieve. Me giré con la esperanza de verla, pero era Tom, uno de los trabajadores de la hacienda.
—¿Todo bien, señor Walker?
—No, Tom. No todo está bien —respondí, sin rodeos.
Él asintió, como si entendiera más de lo que decía.
—A veces, lo que uno no dice pesa más que lo que sí —murmuró antes de seguir su camino.
Me quedé pensando en eso. En todo lo que no dije. En todo lo que Clara merecía saber desde el principio.
Y entonces lo supe: no podía quedarme esperando a que ella volviera. Tenía que hacer algo. Algo que no fuera con palabras, sino con verdad.
Porque si quería que Clara me viera de nuevo como antes… tenía que mostrarle quién soy. Todo de mí. Sin miedo.
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Editado: 13.10.2025