Amor En Tiempos De Invierno

Capitulo 8

Narrado por Clara

La feria terminó con una mezcla de nostalgia y alegría. Las luces comenzaron a apagarse una a una, como si el pueblo se preparara para dormir después de una larga celebración. Las últimas galletas se vendieron antes del atardecer, y la gente se acercaba a despedirse con sonrisas sinceras y abrazos cálidos.

—Tus galletas fueron lo mejor de la feria —me dijo una niña con las mejillas rojas por el frío—. ¡Mi mamá dice que deberían venderlas todo el año!

Sonreí, agradecida. No solo por el cumplido, sino porque por primera vez, sentí que pertenecía a este lugar.

Ethan llegó poco después, con las manos en los bolsillos y la bufanda mal puesta, como siempre.

—¿Lista para cerrar? —preguntó.

—Lista para lo que venga —respondí.

Caminamos juntos por la plaza, ahora más tranquila, con la nieve cayendo en copos suaves. La música de fondo se había apagado, pero el silencio tenía su propia melodía.

—¿Sabes? —dijo Ethan, deteniéndose frente al árbol de Navidad del centro—. Pensé que este año sería como el anterior. Pero fue mejor. Porque esta vez, no te vi llegar… te vi quedarte.

Lo miré. Sus ojos estaban llenos de algo más que ternura. Había certeza. Y eso me dio valor.

—¿Te quedarías aquí? —preguntó, como si la pregunta llevara meses en su garganta.

—¿Y tú vendrías a la ciudad si te lo pidiera?

—Sí. Sin pensarlo.

—Entonces no importa dónde estemos. Solo que estemos juntos.

Nos abrazamos bajo las luces del árbol, rodeados de nieve, de recuerdos, y de un futuro que ya no daba miedo.

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Un año después, Snowridge Hollow volvió a vestirse de blanco. Las luces navideñas colgaban de los techos, los niños jugaban en la nieve, y el aroma a chocolate caliente flotaba en el aire.

Pero esta vez, yo no era una visitante.

Mi puesto de galletas ahora era permanente, justo en la esquina de la plaza. Tenía un letrero nuevo, pintado a mano: “Sweet Clara’s – Galletas con historia”. Y sí, cada una tenía una historia. La mía.

Ethan y yo vivíamos entre la ciudad y el pueblo. Habíamos encontrado un equilibrio. Él me ayudaba con el negocio, y yo lo acompañaba en la hacienda, que ahora también sentía un poco mía. Incluso Margaret, su madre, había suavizado su trato conmigo. No éramos amigas, pero nos entendíamos. Y eso bastaba.

Esa tarde, mientras decoraba el árbol del local, Ethan entró con una caja en las manos.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Una tradición nueva —dijo, abriendo la caja.

Dentro había una docena de galletas… hechas por él. No perfectas, pero hechas con amor.

—¿Las hiciste tú?

—Con tus recetas. Y con mis manos torpes.

Reí. Lo abracé. Y supe que, a pesar de todo, habíamos llegado.

Porque a veces, el amor no llega con fuegos artificiales. Llega con una caja de galletas, una nevada suave, y la certeza de que, pase lo que pase, no estás sola.

Y así, en medio del invierno, entendí que el amor verdadero no se encuentra. Se construye. Día a día. Galleta a galleta.




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