Amor en tiempos de reconstrucción

La Primera Impresión

El viento soplaba con una melancolía que arrastraba el polvo y los recuerdos entre las calles destruidas de Santa Esperanza. El terremoto había transformado al pintoresco pueblo en un lugar irreconocible, lleno de escombros y almas en pena. En medio del caos, dos figuras emergieron, pero no como un equipo, sino como dos polos opuestos obligados a coexistir: Sofía y Alejandro.

Sofía era una mujer menuda, con ojos cálidos que parecían contener todas las estrellas del cielo. Era conocida por su dulzura, esa amabilidad que la llevaba a detenerse para escuchar hasta las historias más triviales de sus alumnos o consolar a quien lo necesitara. Pero había algo en ella que infundía respeto y un toque de temor: cuando se enojaba, su mirada podía atravesar como un rayo, y sus palabras, normalmente suaves, se convertían en un fuego abrasador que nadie podía ignorar.

Alejandro, por otro lado, era su opuesto en muchos sentidos. Alto y de rostro anguloso, siempre llevaba una expresión que parecía esculpida en hielo. Sus respuestas eran breves, su tono firme, y sus movimientos, calculados. A primera vista, podía parecer distante, incluso frío, pero en realidad, ese hermetismo era una coraza que protegía un corazón marcado por pérdidas y promesas incumplidas.

El encuentro entre ambos ocurrió en la plaza central, entre montones de escombros y estructuras tambaleantes. Sofía, con las mangas de su camisa remangadas y el rostro lleno de polvo, supervisaba a un grupo de voluntarios cuando Alejandro apareció con su mochila y un plano enrollado bajo el brazo.

—¿Usted es la encargada? —preguntó Alejandro con un tono seco, mirando a Sofía de arriba abajo como si evaluara si estaba a la altura del desafío.

—Encargada, no —respondió ella, cruzando los brazos con firmeza.— Pero soy quien conoce este pueblo mejor que nadie. ¿Y usted?

—Arquitecto voluntario —contestó él, sin ofrecer más detalles.

—Perfecto —dijo Sofía, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.— Entonces póngase a trabajar. Empezaremos por la escuela.

Alejandro frunció el ceño. Sin siquiera mirarlo dos veces, Sofía ya le daba órdenes, algo que no estaba acostumbrado a tolerar. Pero antes de que pudiera replicar, ella ya estaba caminando hacia los restos del edificio escolar.

Los primeros días de trabajo fueron un desfile de enfrentamientos sutiles pero constantes. Sofía tenía un carácter apasionado y no dudaba en expresar su opinión cuando sentía que algo debía hacerse de una manera específica. Alejandro, por su parte, era metódico y estaba acostumbrado a que sus decisiones no fueran cuestionadas. Cuando Sofía sugería reorganizar los horarios para aprovechar mejor la luz del día, Alejandro replicaba con un frío "No es eficiente." Cuando Alejandro insistía en priorizar la estructura del tejado antes que las paredes, Sofía lo miraba con incredulidad y decía: "Es que usted no entiende lo que este lugar significa para nosotros."

Un día, la tensión entre ambos llegó a su punto más alto. Alejandro estaba revisando los planos cuando Sofía llegó con una lista de materiales que, según ella, debían priorizarse.

—¿Por qué esta lista? —preguntó él, sin levantar la vista.

—Porque son las cosas que necesitamos para que la escuela vuelva a funcionar lo antes posible —respondió Sofía, con su tono decidido.

—Eso no tiene sentido —replicó Alejandro, alzando finalmente la vista para encontrar los ojos de ella.— Si no aseguramos primero la estructura, todo esto será inútil.

Sofía apretó los labios, tratando de mantener la calma.

—Lo que no tiene sentido es que venga aquí y piense que sabe más que quienes han vivido toda su vida en este lugar.

—Y lo que no tiene sentido es tomar decisiones basadas en emociones —dijo Alejandro, con una frialdad que encendió la ira de Sofía.

—¿Emociones? —repitió ella, su voz subiendo un tono.— Lo que usted llama emociones es lo que mantiene a este pueblo en pie. Si no lo entiende, entonces no debería estar aquí.

El silencio que siguió fue pesado. Ambos se miraron fijamente, como si ninguno quisiera dar el brazo a torcer. Finalmente, Alejandro se giró y volvió a centrarse en los planos, ignorando deliberadamente a Sofía.

A pesar de sus constantes roces, ambos continuaron trabajando juntos, principalmente porque no tenían otra opción. Sofía se aseguraba de que los voluntarios no perdieran la motivación, mientras Alejandro organizaba las tareas con precisión quirúrgica. Aunque se evitaban siempre que podían, no podían negar que, en los momentos en que sus habilidades se complementaban, el progreso era notable.

Una tarde, mientras Sofía ayudaba a un grupo de niños a pintar unas tablas para lo que sería la entrada de la escuela, Alejandro pasó junto a ellos sin decir palabra. Uno de los niños, intrigado por la actitud del arquitecto, preguntó:

—¿Por qué siempre está tan serio?

Sofía, aún molesta por su último enfrentamiento con Alejandro, suspiró.

—Porque hay personas que creen que mostrar emociones es una debilidad —dijo, más para sí misma que para el niño.

Sin embargo, esa noche, mientras revisaba los planos bajo la luz tenue de una lámpara de emergencia, Alejandro no pudo evitar pensar en las palabras de Sofía. Por más que intentara justificarse, algo en su interior le decía que había algo de verdad en lo que ella decía.

Los días pasaron, y aunque las discusiones entre ellos no cesaban, algo comenzó a cambiar. Poco a poco, ambos empezaron a notar detalles que antes pasaban por alto. Sofía se dio cuenta de que, a pesar de su actitud fría, Alejandro siempre se aseguraba de que todos los voluntarios tuvieran agua y descansaran lo suficiente. Alejandro, por su parte, no pudo evitar admirar la forma en que Sofía lograba mantener la moral alta entre los habitantes del pueblo, incluso en los momentos más difíciles.

El punto de inflexión llegó una mañana, cuando una fuerte lluvia sorprendió a todos en medio del trabajo. Mientras todos corrían a refugiarse, Alejandro se dio cuenta de que Sofía estaba tratando de proteger unas cajas de herramientas esenciales de la lluvia. Sin dudarlo, corrió hacia ella y, juntos, lograron poner las cajas a salvo.




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