La reconstrucción de Santa Esperanza seguía avanzando lentamente, pero aún quedaban muchas heridas abiertas, tanto en el pueblo como en sus habitantes. Sofía y Alejandro, aunque habían tenido momentos de tregua, todavía se encontraban en lados opuestos del espectro emocional y metodológico. Fue precisamente esa brecha la que se volvió más evidente cuando un nuevo desafío los obligó a unir fuerzas más allá de sus deseos.
Una mañana, mientras el sol apenas iluminaba las ruinas del mercado central, un grupo de voluntarios llegó apresuradamente con noticias alarmantes: las lluvias de la noche anterior habían debilitado aún más los cimientos de la iglesia del pueblo, y si no se hacía algo pronto, corría el riesgo de colapsar por completo. La iglesia no solo era un símbolo espiritual para Santa Esperanza, sino también un refugio improvisado para las familias que aún no tenían un techo seguro.
El líder de los voluntarios convocó una reunión urgente en la plaza. Alejandro llegó con su usual puntualidad, cargando un cuaderno de notas y un plano actualizado del área. Sofía, por su parte, apareció unos minutos después, con el cabello aún húmedo por la prisa y un grupo de niños siguiéndola de cerca.
—La prioridad debe ser reforzar la estructura de inmediato —declaró Alejandro, mientras desplegaba el plano sobre una mesa improvisada. Señaló las áreas más afectadas con su característico tono firme y sin lugar a discusiones.
—No basta con reforzar la estructura —replicó Sofía, cruzando los brazos.— Tenemos que evacuar a las familias que están usando la iglesia como refugio antes de hacer cualquier trabajo. No podemos arriesgarnos a que alguien salga herido.
Alejandro la miró, sus ojos destilando una mezcla de paciencia limitada y lógica fría.
—Si no empezamos ya, la estructura podría colapsar antes de que terminemos la evacuación. Cada minuto cuenta.
—Y cada vida también cuenta —respondió Sofía, sin ceder terreno.— Si algo les pasa a esas familias, ¿de qué servirá salvar el edificio?
El líder de los voluntarios, consciente de la tensión creciente, intervino antes de que la discusión escalara.
—Ambos tienen puntos válidos, pero no tenemos tiempo para discutir. Necesitamos un plan que combine ambas prioridades. ¿Pueden trabajar juntos en esto?
El silencio que siguió fue tan pesado como un ladrillo. Sofía y Alejandro se miraron, ambos claramente incómodos con la idea. Sin embargo, la urgencia de la situación los obligó a dejar de lado sus diferencias, al menos por el momento.
—Está bien —dijo Alejandro finalmente, con un tono seco.— Yo me encargaré de supervisar el refuerzo de la estructura. Pero alguien más debe organizar la evacuación.
—Yo me encargo —respondió Sofía, con determinación.
Con los roles definidos, ambos se pusieron a trabajar. Alejandro se dirigió al interior de la iglesia junto a un grupo de albañiles experimentados, evaluando los puntos más vulnerables y dando instrucciones precisas. Mientras tanto, Sofía reunió a los residentes y les explicó la necesidad de evacuar, utilizando su empatía natural para calmar los temores de las familias.
Sin embargo, trabajar en paralelo no significaba que las tensiones desaparecieran. Cada vez que uno necesitaba coordinar algo con el otro, el ambiente se cargaba de una fricción palpable. Cuando Alejandro pidió que se movieran algunos bancos para facilitar el acceso a las columnas principales, Sofía protestó que esos mismos bancos estaban siendo utilizados por los ancianos como asientos temporales.
—¿Por qué siempre priorizas los objetos por encima de las personas? —le espetó Sofía, con una mirada desafiante.
—Y tú, ¿por qué siempre dejas que las emociones nublen tu juicio? —respondió Alejandro, sin levantar la voz, pero con un tono que dejaba clara su frustración.
A pesar de los choques, la colaboración forzada empezó a dar resultados. Las familias fueron evacuadas en tiempo récord gracias a la capacidad de Sofía para organizar grupos y motivar a los voluntarios. Mientras tanto, Alejandro logró reforzar los pilares principales utilizando vigas improvisadas, asegurando que la estructura resistiera al menos hasta que pudieran implementar soluciones más permanentes.
El momento más crítico llegó al final de la tarde, cuando una grieta en una de las paredes laterales comenzó a expandirse peligrosamente. Alejandro, que estaba trabajando cerca, no dudó en intervenir. Ordenó a los albañiles que apuntalaran la zona mientras él mismo colocaba refuerzos adicionales.
Sofía, al ver la situación, corrió hacia la iglesia, ignorando las advertencias de los demás.
—¿Qué estás haciendo? —le gritó, su voz llena de preocupación genuina.
—Intentando evitar que esto se venga abajo —respondió Alejandro, sin apartar la vista de su trabajo.
—¡Es demasiado peligroso! Sal de ahí.
—No puedo dejarlo a medias. Si no hacemos esto ahora, todo el esfuerzo habrá sido en vano.
Por primera vez, Sofía no tuvo una réplica lista. En lugar de eso, se quedó cerca, ayudando a pasar herramientas y asegurándose de que los demás se mantuvieran a salvo. Cuando finalmente terminaron, Alejandro salió del edificio cubierto de polvo y con las manos llenas de cortes, pero con una mirada de satisfacción contenida.
—Está hecho —dijo, más para sí mismo que para los demás.
Sofía lo miró con una mezcla de alivio y admiración. Aunque no lo admitiría en voz alta, había algo en la dedicación de Alejandro que le resultaba imposible de ignorar.
—Hiciste un buen trabajo —dijo finalmente, con un tono más suave de lo habitual.
Alejandro levantó una ceja, sorprendido por el cumplido.
—Tú también. Las familias están a salvo gracias a ti.
Ambos intercambiaron una mirada que, por un breve instante, dejó de lado todas las tensiones previas. Sin embargo, el momento fue interrumpido por el líder de los voluntarios, quien se acercó para informarles que el peligro inmediato había pasado.
Editado: 06.07.2025