Amor en Trámite

Capítulo 3.- Una cita de cabeza

Mientras Fede pensaba en las palabras de Tuercas, se fue emocionando. Sus pasos empezaron a aumentar de velocidad y no se dio cuenta, cuando en vez de caminar ya iba corriendo.

La casa de Elena estaba cerca, así que pensó que podía llegar en menos de dos minutos. Corrió sintiéndose más veloz que un automóvil de carreras, más ligero que el viento, más liviano que una pluma, casi podía volar... Casi.

Olvidó que su condición física no era la mejor y tan solo pudo correr dos cuadras.

Entonces conforme se le dificultaba seguir corriendo, bajó la velocidad. Empezó a sentirse como globo desinflado y se imaginó en medio de un caluroso desierto al ver lo largo del camino que le hacía falta. Este se estiró como una liga ante su mirada. Se imaginó que poco a poco la calle se fuera alargando y el camino se convirtió en algo tan inmenso como un desierto.

Solo era una cuadra de distancia lo que lo separaba de su amiga Elena, sin embargo para Fede parecía que iba a cruzar un país entero para poder llegar hasta ella.

Se dobló un poco tratando de recuperar algo del oxígeno perdido. Sintió que el sudor empezaba a perlar su frente. Respiró agitado y muy notablemente cansado y por un momento pensó que ya no podía seguir adelante.

Hizo una pausa. Observó un par de vehículos pasar a su lado. La calle estaba tranquila, casi vacía. Quizás porque todavía era temprano, y las personas comunes aún dormían en fin de semana.

Pero él quería ver a su amiga, así que se esforzaría al máximo. Reinició su caminar con decisión. Quiso correr pero sus pies no se lo permitieron, ya le pesaban como una tonelada, y el aliento se le agotaba. Así que tan rápido como pudo —lo cual no era mucho— llegó.

Elena estaba en la puerta de su casa, despidiendo a alguien que se marchaba en un taxi. En cuanto vio llegar a su amigo, sonrió ampliamente.

—¡Fede, estás aquí! —Saludó alegremente— Pensé que llegarías tarde como sueles hacerlo ¡Qué genial que hayas llegado temprano! Hoy fuiste anti puntual —dijo Elena sin perder su linda sonrisa.

—¿Llegué temprano? —Se preguntó Fede y miró la hora en su reloj de mano. Todavía faltaban veinte minutos para que dieran las nueve de la mañana. En efecto, había llegado temprano.

De haberlo razonado antes, hubiera caminado despacio para llegar.

—Sí, todavía no son las nueve. Pensé que ibas a llegar más tarde. Estaba aquí despidiendo a mi tía Chonita que acaba de irse.

—Yo pensé que estabas esperando por mí —Fede lo dijo con inocente emoción, pero al decirlo en voz alta le dio algo de vergüenza.

—No, no estaba esperándote porque quedé contigo de verte a las nueve, y como siempre llegas tarde pensé que ibas a llegar hasta las diez.

—¡No es cierto, yo no llego tarde! —Fede hizo un puchero molesto. Luego, en berrinche, se dejó caer en el piso sentado ahí en la banqueta de la calle.

—¿Y ahora qué haces, gruñón? ¿Por qué te sientas en la calle? —dijo Elena con voz divertida— El suelo está caliente, te va a dar diarrea.

—¡Elena, no digas diarrea! ¡Qué horrible esa boca tuya!

—La diarrea te da por sentarte en el piso caliente, genio. Además, no es una mala palabra —Elena rodó los ojos y se cruzó de brazos.

—Busca un sinónimo por favor.

—¿Eso quieres? —Elena se encogió de hombros y se dio la media vuelta. Como si fuese a regresar al interior de su casa.

—¡O...oye! ¿A dónde vas? —Preguntó Fede, empezando a tartamudear.

—A mi casa —dijo ella fingiendo estar despreocupada— me estás restregando en la cara que de nosotros dos, tú eres el cerebrito. Por eso me pides que busque un sinónimo. Como no sé de esas cosas, voy por un diccionario. Tal vez podemos vernos de nuevo, no sé... La próxima semana tal vez tenga tiempo.

—¡No! —Fede se puso de pie casi de un brinco —¡No te vayas, Elena!

—Pero tú me dijiste que me fuera.

—Claro que no dije eso.

—Tal vez con esas palabras no, pero eso es lo que quisiste decir —comentó quejosa— a eso se le llama leer entre líneas, Fede.

—No, no era eso lo que quería decir. Pero ya olvidémoslo. Quiero decirte, bueno, preguntarte otra cosa. A eso vine hoy.

—¿A preguntarme algo? ¿Qué cosa? —La curiosidad hizo que Elena se detuviera y se acercara de nuevo a Fede.

Sin embargo, su cercanía lo puso tan nervioso que el otro se hizo hacia atrás un par de pasos para generar una distancia prudente.

—Yo quiero preguntarte algo —Fede hablaba pausando las palabras, como si quisiera alargarlas y no encontrara cómo decirlas de forma más elocuente o por lo menos quería encontrar muchas palabras para decir más cosas sin decir nada. En realidad no encontró una forma de alargar el tiempo, estaba demasiado nervioso.

—Dime, Fede, ¿qué quieres decirme? —por alguna extraña razón, Elena sintió un poco de desconfianza. Como una pequeña punzada en el pecho. Aquella que viene de la anticipación de saber o de intuir que lo que te van a decir no va a agradarte y ese sentimiento le desagradó. Miró a su amigo y por un momento pensó que este quería abandonarla, que quería acabar con su amistad y fue un sentimiento incómodo, molesto.

—Dime, ¿qué tienes que decirme? —Elena insistió pero ya algo molesta.

Fede respiró muy profundamente, se mordió los labios y tragó saliva. Hizo las manos en un par de puños mientras tomaba valor y miraba a su amiga a los ojos.

Elena por su parte estaba por hablar y adelantarse a rechazarlo antes de ser rechazada, pero antes de que las palabras salieran de su boca, vio a Fede respirar profundamente haciendo un gracioso gesto con sus mejillas como si inflara los cachetes. Lo vio sostener la respiración para sacar el pecho muy chistoso.

Incluso el chico se puso de puntitas. A los ojos de Elena, los graciosos movimientos de Fede lo hicieron ver como un osito tierno de peluche tratando de fingir ser una fiera.

—Elena... —dijo Fede, tratando de hacer una voz gruesa cuando la suya no lo era para nada— Elena —repitió— ¿qué quieres desayunar? —preguntó finalmente, dando pasos de un lado a otro, muy ridículo.



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Editado: 13.10.2025

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