Eran pasadas las diez de la mañana y el sol ya se sentía como si fuera el mediodía. Estaba tan potente que casi parecía que el suelo les derretiría los zapatos. Fede sentía un agotamiento extremo. Ya sin energías, se movía casi de milagro.
Los hermanos caminaban sin ningún problema, Fede no entendía cómo ellos no podían agotarse aunque sea un poco. El pobre chico ya tenía la cara roja, la camisa pegada al cuerpo por el sudor y el alma casi se le salía por la boca.
—¡Vamos, Federico! ¡Muévete o llegaremos mañana! —Dorian, como todo un entrenador, iba al lado de Fede, quejándose cada vez que el pobre chico quería descansar un poco.
—Su nombre es Fede, no Federico —Elena se interpuso en el camino— ¡Ya déjalo en paz! ¡Es mi amigo!
—¿Y cómo conseguiste un amigo tan lento como este? ¿En la tienda de tortugas?
—En la escuela, a donde no todas las clases son de deportes ¡Ya déjalo en paz!
—No soy tortug… —Fede ya no tenía ni aliento para replicar nada.
—¿Qué dijiste? —Dorian se burló— No te escucho, porque me distrae el sonido que hacen tus pies cuando los arrastras por el suelo ¡Vamos, mueve esas rodillas! ¡Alza los pies! ¡Mantén la postura! —Dorian insistía en órdenes como si estuviera en un entrenamiento olímpico.
—Un descansito… o un taxi…
—¿Un taxi? —Dorian sacó un silbato del bolsillo de su short deportivo, que hizo un sonido que casi deja sordo a Fede— ¡Aquí nadie toma un taxi! ¡Mueve los pies!
—¡Te voy a acusar con papá de que viniste a molestar a mi amigo!
—Acúsame, no es mi culpa que el pigmeo sea tan lento. Para la próxima busca amigos que por lo menos puedan caminar hasta tu casa sin morir en el trayecto.
—¡Dorian! —protestó Elena— No todos tienen tus pulmones de atleta. ¿Lo sabías?
—No se necesita ser atleta para caminar un par de cuadras. Deja de defenderlo, ¿qué? ¿No tiene boca para hablar por sí mismo o también eres su abogada?
—¡Sí tengo… boca! —Fede se recargó en una pared— Lo que no tengo es oxíge…no.
—Trata bien a mi amigo o te acusaré con papá —Elena le dio una de esas miradas cargadas de coraje.
—Bien, claro que puedo hacerlo. Puedo tratar mejor al pigmeo por mi hermanita pequeña —Dorian le apretó la mejilla izquierda a su hermana y recibió un manotazo.
Entonces empezó a sonar de nuevo su silbato una y otra vez.
—¡Vamos campeón, unos pasos más! —El sarcasmo en la voz de Dorian era épico— ¡Ya casi llegas, solo un kilómetro más y estaremos en casa! ¡Vamos, tú puedes!
—¿Un kilómetro? —De la impresión, Fede se dejó caer sentado en el suelo.
—¡No es un kilómetro, Fede! —Elena se agachó preocupada a ver a su amigo— No tienes que hacerlo si no quieres. Puedo conseguir un taxi que te lleve a tu casa. Mi hermano es un tonto que piensa que todos viven entrenando. Ignóralo.
—Sí bebé llorón. Si vas a tu casa hasta yo mismo te pido un taxi —Dorian se dio la vuelta.
—¡NO! —A como pudo, Fede se puso de pie. No dejaría que nadie lo llame bebé llorón. Eso le pegó a su orgullo— Yo puedo hacerlo —dijo y empezó a caminar de nuevo.
—Si se desmaya, tú lo vas a cargar, Dorian —advirtió Elena y al pasar a un lado de su hermano le dio un empujón.
—Como sea —Dorian rodó los ojos—. Ahora resulta que yo tengo la culpa que desperdicies tu tiempo con un debilucho que no puede hacer un poco de ejercicio.
"Si fuera un gato, ya habría perdido seis de mis siete vidas en esta caminata" pensó Fede, mientras avanzaba casi arrastrándose por lograr su cometido.
Dicho esfuerzo rindió frutos y llegó a casa de Elena. Se dejó caer sentado en la entrada principal, en las escaleras, con la respiración de alguien que está al borde del colapso.
“¡Lo logré! ¡Toma eso Dorian! ¡¿Quién es el bebé llorón ahora?!”, pensó, y se quedó mirando el cielo como si esperara ver fuegos artificiales.
El portón se abrió y apareció un hombre alto, de hombros anchos y gesto tan serio que hasta pareció que el brillante día se transformaría en tormenta.
Era el papá de Elena.
—¿Y tú eres...? —preguntó con voz grave, mirando a Fede de pies a cabeza evaluándolo como si tuviera una máquina de rayos X en los ojos.
—Hola... Fede soy... Soy Hola... —se aclaró la garganta— Soy Fede —respondió con la voz tan pequeña como una hormiga.
—¿Te perdiste en el camino? —El hombre miró a su hijo un momento— ¿Es un niño perdido? Si está extraviado puedes pedir una ambulancia o llamar a las autoridades.
Dorian se rió.
—Papá, no empieces. Fede es mi amigo. —intervino Elena, entrando detrás—. Dorian lo hizo caminar desde la fonda hasta aquí sin parar, ¡mira cómo está! ¡Solo le gusta molestarme!
—¿Este es el amigo del que tanto hablas? —El gesto de sorpresa en el rostro del papá de Elena le duró dos segundos.
—Hasta parece chiste —se burló Dorian— y no uno muy bueno.
—¡Papá, Dorian nos está molestando!
—Dorian, respeta al niño.
—No soy un niño... —murmuró Fede de mala gana. Pero nadie lo escuchó.
—No se parece en nada al tipo de amistades que sueles tener, hija —dijo el padre, con ese rostro serio que no dejaba saber lo que pasaba por su mente. Luego, se agachó un poco, y miró a Fede a los ojos— ¿Eres novio de mi hija?
—¡Papá! —Elena se sonrojó de vergüenza y coraje.
—Tengo otras preguntas para tu novio.
—¡No tengo novio! ¡¿Dónde voy a encontrar uno contigo y Dorian molestándome?! —Elena se metió a la casa llamando a gritos a su madre— ¡Mamá, Dorian y papá están molestando a mi amigo!
—Si no eres novio de mi hija, no tengo más preguntas.
La voz gruesa, su enorme tamaño y la seriedad del hombre casi le causan el infarto al chico. Fede sentía que si seguía otro par de minutos ahí, vomitaría de los nervios. No pudo decir ninguna palabra.
Dando por concluida su advertencia, el hombre se fue hacia el interior de la casa con paso firme y sin mirar atrás.
—Oye no te vayas a hacer pipi del miedo—Dorian estalló en una carcajada—. Tengo que admitirlo, eres gracioso. Si no trataras de ligarte a mi hermana, me caerías bien.