Amor en venta.

CAPÍTULO 2: LA MUJER DIFERENTE

Arturo odiaba las galerías de arte.

No por el arte en sí—aunque honestamente no podía distinguir entre un Pollock genuino y las manchas de pintura que su sobrina de cinco años hacía en preescolar—sino por las personas que las frecuentaban. Había algo profundamente agotador en la forma en que todos fingían entender metáforas visuales complejas mientras bebían vino barato servido en copas de plástico que se suponía parecían "irónicamente proletarias".

Pero aquí estaba, un martes por la noche, dos semanas después de su epifanía alcohólica, parado frente a la Galería Momentum en el distrito bohemio de la ciudad, un vecindario que su chofer había tenido que buscar en Google Maps porque "los De la Vega no frecuentan esta zona, señor".

—¿Está seguro de que quiere que me estacione aquí?—había preguntado Miguel, su chofer de los últimos ocho años, mirando nerviosamente a dos jóvenes con piercings faciales que fumaban en la esquina—. Parece... diferente.

"Diferente" era el eufemismo de Miguel para "no hay un solo establecimiento con servicio de valet en un radio de tres kilómetros".

—Estaré bien, Miguel. Puedes irte. Tomaré un Uber de regreso.

—¿Un qué?

—Un... olvídalo. Solo te llamo cuando esté listo.

Ahora, parado frente al edificio convertido—antes una fábrica textil, según el letrero pretenciosamente minimalista—Arturo se preguntó qué demonios estaba haciendo aquí.

La respuesta simple: Valentina había sido invitada y había declinado porque "arte conceptual de fotógrafos desconocidos" no era bueno para su marca personal. Isabella estaba en un viaje de negocios en Nueva York. Lucía había sugerido que fuera solo "para explorar nuevas perspectivas", lo cual era su código para "conoce gente con dinero a quien pueda presentarme después".

La respuesta complicada: en las dos semanas desde su crisis existencial, Arturo había comenzado a notar patrones que antes ignoraba. Cada evento al que asistía era calculado. Cada persona que conocía quería algo. Cada conversación era una negociación disfrazada de socialización.

Y estaba cansado. Tan profundamente cansado.

Entonces cuando vio la invitación a esta galería—enviada por un conocido lejano que aparentemente pensó que "Arturo De la Vega" y "apreciación artística" podían coexistir en la misma frase—decidió ir solo. Sin Valentina como accesorio. Sin agenda. Solo para ver qué se sentía existir en un espacio donde nadie lo conociera.

Empujó la puerta de metal—sin portero, qué concepto revolucionario—y entró.

El interior era exactamente lo que esperaba: paredes de ladrillo expuesto, pisos de concreto pulido, iluminación estratégicamente dramática que probablemente se suponía que evocaba algo profundo pero principalmente hacía difícil ver dónde estabas caminando. Había quizás cincuenta personas, la mayoría en sus veinte o treinta, vestidas en lo que Arturo había aprendido a reconocer como "estudiadamente casual": jeans caros hechos para parecer baratos, camisetas vintage que costaban más que camisetas nuevas, y suficientes lentes sin prescripción para sugerir que la miopía era una elección estética.

En las paredes colgaban fotografías en blanco y negro. Grandes. Impactantes.

Y completamente devastadoras.

Arturo se acercó a la primera imagen casi sin darse cuenta, atraído por algo que no podía nombrar. Era el retrato de un hombre mayor—sesenta, tal vez setenta—sentado en las escaleras de concreto de lo que parecía ser una estación de metro abandonada. Su ropa estaba desgastada pero limpia. Sus manos, enormes y trabajadas, descansaban sobre sus rodillas. Pero eran sus ojos los que te atrapaban: profundos, conocedores, infinitamente tristes pero de alguna manera no derrotados.

El título debajo de la foto decía simplemente: "Miguel, 68. Constructor de puentes. Desempleado, 14 meses."

Arturo se movió a la siguiente. Una mujer joven—no más de veinticinco—en el uniforme de un restaurante de comida rápida, sentada en una parada de autobús a las que debían ser las tres de la madrugada según la timestamp en la esquina. Sostenía un libro de texto universitario abierto. Sus ojos estaban rojos de cansancio, pero había determinación en su mandíbula.

"Rosa, 23. Estudiante de enfermería. Tercer turno, segundo trabajo."

La siguiente: un niño, no más de ocho años, vendiendo chicles en una intersección. Pero no estaba mirando a la cámara con la expresión triste que uno esperaría. Estaba riendo—una risa genuina, completa—hacia algo fuera del cuadro.

"Tomás, 8. Ayuda a su familia. Sueña con ser astronauta."

Arturo continuó a través de la galería, imagen tras imagen. Cada fotografía capturaba a alguien en los márgenes de la sociedad—personas sin hogar, trabajadores de bajos ingresos, inmigrantes, ancianos olvidados—pero ninguna era explotativa o condescendiente. En cambio, cada retrato parecía revelar algo esencial sobre la humanidad del sujeto. No eran víctimas para lamentar; eran personas completas, complejas, con historias y dignidad y una presencia que llenaba el marco.

La serie se titulaba "Los Invisibles".

—¿Qué opinas?

La voz vino de su izquierda. Arturo se volvió para encontrar a una mujer de aproximadamente su edad, tal vez un poco menor—veintiocho, si tenía que adivinar. Cabello castaño oscuro recogido en un moño despeinado que se veía genuinamente accidental en lugar de estratégicamente desaliñado. Sin maquillaje visible, o tan bien aplicado que parecía no tener ninguno. Jeans que eran simplemente jeans, no una declaración. Camiseta blanca básica. Botas de trabajo desgastadas que habían visto kilómetros reales.

Y una cámara Leica colgando de su cuello—el único objeto en su persona que probablemente costaba más de cien dólares.

—Son... impactantes—dijo Arturo, buscando una palabra que no sonara condescendiente—. ¿Los conoces?

—A algunos—respondió ella, estudiándolo con una expresión que Arturo no podía descifrar. No era el usual interés femenino que estaba acostumbrado a reconocer—esa combinación de atracción y cálculo. Era más bien evaluación. Como si estuviera decidiendo si valía la pena continuar la conversación.



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En el texto hay: romcom

Editado: 03.11.2025

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