Amor en venta.

CAPÍTULO 4: TRES MESES DE FALSA NORMALIDAD

Tres semanas después de la reunión con Ricardo

Arturo estaba aprendiendo que mantener múltiples vidas simultáneas requería el tipo de habilidades organizacionales que, francamente, había asumido que su asistente manejaría por él.

Su teléfono tenía ahora tres calendarios codificados por color: azul para su vida real (reuniones corporativas, eventos sociales, citas con el dentista que costaban más que el salario mensual de la mayoría de las personas), rojo para las sesiones de planificación con Ricardo (cada vez más frecuentes y cada vez más parecidas a dos criminales planeando un atraco), y verde para lo que había comenzado a llamar "Proyecto Autenticidad" (un nombre que Ricardo había descrito como "nauseatamente pretencioso incluso para tus estándares").

Verde actualmente contenía: dos cenas con Adriana, cuatro mensajes de texto intercambiados que él había analizado con la intensidad de un académico decodificando textos antiguos, y una cita para café programada para mañana que le había tomado tres días de ida y vuelta confirmar porque aparentemente las fotógrafas freelance tenían horarios impredecibles que no respetaban la conveniencia de millonarios con crisis existenciales.

Pero primero: cena con Valentina. Porque mantener la ilusión de normalidad mientras planeabas secretamente tu propia desaparición social requería continuar con la rutina establecida, sin importar cuán insoportable se estuviera volviendo.

Restaurante Lumière, 8:30 PM

Lumière era el tipo de restaurante donde el menú no tenía precios (porque si tenías que preguntar, claramente no pertenecías ahí), los meseros tenían más conocimiento sobre vino que la mayoría de sommeliers profesionales, y la lista de espera era de tres meses a menos que tu apellido abriera puertas automáticamente.

Arturo había llegado primero, lo cual era inusual. Valentina operaba bajo el principio de que llegar quince minutos tarde era "hacer una entrada" y llegar a tiempo era "parecer demasiado disponible".

Revisó su teléfono. Un mensaje de Ricardo: "Documentos listos en 70%. Tu tío ficticio Fernando está tomando forma. Considerando darle un bigote villano para efecto dramático."

Arturo respondió: "No te atrevas."

"Demasiado tarde. Ya encargué fotos falsificadas con bigote. Tu 'tío traidor' será icónico."

"Te odio."

"Eso costará extra. Agrégalo a tu tab de 75k."

Otro mensaje, este de Adriana: "Confirmo mañana. 10 AM en Café Libertad. Si llegas en un Ferrari, cancelaré."

Arturo sonrió. Había aprendido rápidamente que Adriana no bromeaba sobre estas cosas. Su segundo encuentro—una cena "casual" en un bistro del vecindario—había comenzado con ella saludándolo con: "Por favor dime que no trajiste chofer."

"Uber", había mentido. (Miguel estaba a tres cuadras, esperando con el Mercedes, sintiéndose presumiblemente muy confundido sobre por qué su jefe estaba slumming en restaurantes sin valet service.)

"Bien. Porque si veo un chofer, asumiré que esto es algún tipo de experimento antropológico donde el rico observa cómo viven los normales, y tendré que irme por principios."

La ironía no se le había escapado a Arturo.

Su teléfono vibró otra vez. Esta vez Lucía: "¡Arturo! ¿Viste mi pitch deck? Los inversionistas aman el concepto. ¿Podemos reunirnos esta semana? Necesito tu opinión (y posiblemente tu inversión 😉💰)"

Antes de poder responder, Valentina apareció en la entrada del restaurante con el timing de alguien que había calculado exactamente cuánto tiempo mantener a su audiencia esperando para máximo impacto.

Lucía Versace (por supuesto). Tacones que añadían cuatro pulgadas y probablemente habían causado la extinción de alguna especie exótica. Cabello que había requerido mínimo dos horas de trabajo profesional para lograr ese look de "me desperté así". Y la expresión de alguien que sabía exactamente cuántas cabezas acababa de girar en su dirección.

Se deslizó en la silla frente a Arturo con la gracia de un ballet ensayado.

—Perdón por llegar tarde, cariño. El tráfico estaba imposible.

Arturo, quien había revisado la app de tráfico quince minutos atrás y sabía que las calles estaban despejadas, simplemente sonrió.

—No hay problema. ¿Quieres vino?

—¿Tienes que preguntar?—ella hizo una señal al sommelier, quien apareció con la velocidad de alguien respondiendo a la Bat-señal—. Guillaume, sorpréndeme. Pero nada de blancos. Me hacen lucir hinchada en fotos.

Guillaume—quien Arturo estaba 70% seguro que en realidad se llamaba Gary y el acento francés era parte de la performance laboral—asintió solemnemente.

—Por supuesto, Mademoiselle Cortés. Tenemos un Châteauneuf-du-Pape excepcional que complementará perfectamente su... luminosidad.

¿Su luminosidad? Arturo tuvo que morderse el labio para no reír.

Valentina, sin embargo, aceptó el cumplido como si fuera un hecho científico observable.

—Perfecto. Y trae también el foie gras para empezar. Arturo, ¿estás bien con foie gras?

"No realmente", pensó Arturo, quien recientemente había leído un artículo sobre las prácticas de producción de foie gras y había encontrado la experiencia visceralmente perturbadora. Pero decir eso requeriría una conversación sobre ética alimentaria que Valentina recibiría con la misma consideración que una conferencia sobre física cuántica.

—Claro—dijo en cambio.

Guillaume desapareció, y Valentina inmediatamente sacó su teléfono, revisando algo con la concentración de un cirujano evaluando una tomografía.

—¿Qué opinas de este vestido para la gala del próximo mes?—giró su pantalla, mostrando un diseño que parecía estar hecho principalmente de buenas intenciones y esperanza, con tela siendo un componente secundario.

—Es... revelador.

—Exactamente. Isabella dice que es demasiado, pero ella siempre ha sido conservadora con la moda. Cree que porque es abogada tiene que lucir como si estuviera perpetuamente en una corte. Aburrido.



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En el texto hay: romcom

Editado: 03.11.2025

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