Amor entre espinas

Capítulo 36: El títere, no quiere dejar de ser tonto

―¿Todos estamos de acuerdo?

Mi padre hace la pregunta con la dificultad que le dejó el accidente y todos los presentes nos miramos unos a otros, pero tras un par de segundos donde creo que todos meditamos en lo que ya hemos debatido por casi media hora, tanto mi hermana como mi madre y yo, asentimos.

―Está bien, papá ―expreso tras un suspiro.

Él parece quedar tranquilo con mi respuesta, más al notar que hay alguien en la sala que aún no ha mostrado contentamiento, indaga―:

―¿Y tú, Alberti? ¿Qué opinas?

Mosconi, mi dulce príncipe que ha estado todo este tiempo con los brazos cruzados recostado en una pared, niega.

―Lo siento, señor Danielli, pero no puedo ni estaré de acuerdo. Si me disculpa, creo que ninguno debería hacer nada y al contrario, tendrían que dejar que los abogados y yo nos encarguemos de esto ―habla dejando notar por completo su punto, el cual de verdad respeto―. Sin embargo, si es lo que desean, los apoyaré. Eso sí, de determinarse que es lo que yo creo, haré que todo el peso de la ley caiga sobre ambos, sin excepción.

Una sonrisa es lo que mi papá le dedica a Alberti, una muy forzada sonrisa que comprendo a la perfección. Después de todo, sé que él es que más está angustiado por los serios problemas que estamos atravesando y aunque para ser franca, me hubiera gustado evitarle la angustia al ocultarle el nuevo desastre que su madre ha hecho para perjudicarnos, no podía hacerlo ya que aunque aún está delicado, no merece mentiras de nuestra parte. Es más, por esa misma razón fue que no dudé en contarle lo que vivimos mientras estuvo en coma así como tampoco lo hice cuando mi príncipe nos anunció el crimen de Idara y Paolo hacia nuestra empresa. Él debía saberlo y yo tuve que relatárselo.

―Con eso estamos arreglados, ¿no? ―Digo acercándome a Alberti y tomando su mano―. Siendo así, ¿nos vamos?

―Espera, Steph ―interviene mi madre―. ¿Estás segura de que quieres ir tú?

―Sí, claro. Ustedes, mantengan la calma.

En realidad, lo que debí de haber dicho era: «No, pero soy la única que puede hacerlo. No tengo otra opción», pero lo dejo y tiro de mi príncipe para que camine.

―Alberti. ―Mi padre llama y ambos nos detenemos―. Gracias por… Todo lo que has hecho. No te preocupes. Una vez ya salimos de esto… Podemos hacerlo de nuevo.

Mosconi asiente y salimos de la casa para subir a su automóvil y dirigirnos al sitio donde deben estar detenidos Idara y mi primo.

El viaje inicia en silencio. Nada de las típicas conversaciones entre él y yo que tanto amo, pero supongo que no puede darse en estos instantes. Alberti está demasiado tenso y es lo obvio en estas circunstancias. Su padre invirtió mucho dinero en la empresa de mi familia y que ahora suceda esto… Al menos, en este instante entiendo el porqué de su comportamiento tan extraño en mi casa, la razón por la que necesitaba tanto estar conmigo; de seguro no fue fácil para él denunciar a una parte de mis familiares y luego notificar al resto de ello y del problema que ocasionaron.

―Te amo ―pronuncio suavemente, dándole un beso en la mejilla para quizás hacerlo sentir mejor. Pese a ello, reconozco que no es la solución a nuestras dificultades, pero espero que ayude un tanto a su paz mental―. Como dijo papá, todo irá bien.

Un suspiro se escapa de sus labios, luego niega y aprieta el volante con fuerza.

―No lo comprendes, princesa. No es como aquella vez que Idara colocó a la empresa en números rojos por sus malas decisiones administrativas. Esto es mucho peor y no lo menciono por mi seguridad en que su acción ha sido adrede, sino porque hay mucho más dinero de por medio y la pérdida no es ni la cuarta parte de lo que fue en esa época. Stephanie, lo lamento, pero si el señor Danielli se ha mostrado positivo, es porque no ha visto la contabilidad.

De repente siento mis ojos arder y lo peor, un horrible deseo de llorar. No obstante, busco la forma de recostarme en su hombro y poner mi mano sobre la suya cuando él la coloca sobre la palanca de cambios.

―Yo confío en ti. Creo en nosotros. Quizás yo no te pueda ayudar mucho, pero los dos encontraremos la forma de salir adelante. ―Tomo una ligera pausa para embriagarme de su aroma y así, dejo salir lo que realmente me está mortificando de todo esto―. Perdóname. Siento envolverte en mis problemas. No quería afectarte.

En un rápido movimiento, pues está conduciendo, Alberti me da un beso en los cabellos mientras con una mano, acaricia mi cintura.

―Ni siquiera deberías pronunciar eso. Yo decidí ayudarte y no voy a retractarme. Estaré contigo siempre. Además, el dinero no importa. Si tengo que pedirle prestado a mi padre para conservar tu patrimonio, lo haré. Sólo que… ―Observo que se tensa más, preocupándome al instante―. ¿De verdad piensas eso?

―¿Qué? ¿Acerca de que creo en ti y que juntos saldremos adelante?

―No, me refería a que si en verdad me amas. ―No espero otra palabra y le doy un golpe en el hombro mientras lo veo enfadada―. Perdón, pero lo pregunto no porque la respuesta no la tenga en claro sino porque… ¿No crees que estás siendo muy dura conmigo? Entiendo que aún te sientas molesta por lo que sucedió en tu casa y acepto todas tus condiciones. Sin embargo, ¿no puedes ser blanda? Es cierto que no tenemos fecha para la boda, pero quiero casarme contigo. No asesines mi ilusión de hacerte mi esposa.




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