KORAIMA
Un fin de semana al mes me reúno con mis chicas, somos amigas desde el jardín de niños; Clear, Mónica, Vielka y yo somos las cuatro mosqueteras. Después que nos convertimos en adultas y llenas de responsabilidades quisimos sacar tiempo para ponernos al corriente de los acontecimientos de la vida de cada una, amamos reunirnos para tomarnos un buen vino o margaritas.
Mónica y yo somos las más inquietas, nos gusta mucho reír, hacer juntes con mucha comida y karaokes. Clear y Vielka son más tranquilas, más centradas y las que nos aterrizan cuando hacemos locuras para divertirnos.
―La próxima vez que nos juntemos, vamos a ir a la playa. Necesito tomar un poco de sol, me voy a desaparecer, mi piel está muy pálida―dije mirando a Clear, ya habíamos hablado de tema y quería que me apoyara.
―Por mi está bien ―respondió Mónica guiñándome un ojo.
―Me apunto, también necesito vitamina D en mi cuerpo ―Agregó Vielka.
Después de ponernos al día con los nuevos acontecimientos, comer, beber y reír mucho hicieron de la noche del sábado maravillosa. Nos quedamos dormidas en la sala tiradas en el sofá como de costumbre.
Clear y yo vivimos juntas desde que ingresamos a la universidad de Atlanta, ella estudio finanzas y yo veterinaria.
Siempre había sentido una conexión especial con los animales. Desde pequeña, pasaba horas en el bosque, hablando con los pájaros y acariciando a los gatos callejeros. Mis amigas me decían que estaba loca. Sin embargo, nunca me importó, les respondía que me iba a convertir en la mejor veterinaria del condado para protegerlos. Ahora, después de más de diez años me convertí en una exitosa veterinaria.
Zack, mi compañero de carrera y yo tenemos la clínica veterinaria más grande del lugar, pude dedicarme a mi verdadera pasión: cuidar de mis amigos peludos. Pero un día, un caso extraño llega a su consulta, un animal con una enfermedad nunca antes vista.
Nuestra clínica veterinaria era más que un simple lugar de trabajo. Era un santuario donde los animales heridos encontraban consuelo y las familias hallaban esperanza. Con una sonrisa y un corazón lleno de compasión, yo atiendo a cada paciente, grande o pequeño. Pero detrás de su fachada alegre, Clara guardaba un secreto: una profunda tristeza por la pérdida de su propia mascota años atrás.
Siempre me he considerado una veterinaria como ninguna otra. No solo atiendo a los animales de mi ciudad, sino que también organizo expediciones a lugares remotos para rescatar a especies en peligro de extinción. Armadas con mis conocimientos y valentía, mi equipo y yo nos enfrentamos a peligros desconocidos y a también a paisajes exóticos.
El día está muy soleado y a la vez resplandece, es un lunes tranquilo, voy camino a la clínica, mientras conduzco escucho una emisora cualquiera donde plantean temas del amor y desamor. Es muy chistoso porque ya no recuerdo que es tener una relación amorosa; entre mis estudios, las prácticas y las chicas no tengo tiempo para más.
Subo el volumen porque el tema está interesante, me rio al escuchar como una de las locutoras dice que lleva dos divorcios y que aún cree en el amor y que está dispuesta a intentarlo nueva vez sin remordimientos.
Yo aún espero mi príncipe irreal que todavía no quiere aparecer y al paso que voy creo que nunca aparecerá. Cambio mis pensamientos y recuerdo que debo pasar al café cercano a la clínica para comprar algunos bocadillos para desayunar, hoy no pude correr y voy a romper la dieta para comer unos ricos carbohidratos.
Entro un poco apresurada al café, está lleno y una larga fila en la caja, me muevo entre dos chicas que están conversando para hacerle señas a Katy, ella es la dueña de café y mi amiga; es prima de Vielka. Ella sabe lo que siempre pido y me muestra un paquete ya listo. Me hace señas para que vaya al final del mostrador a retirarlo.
―Amiga, como siempre me has salvado la vida.
Levanta las manos moviendo la cabeza en respuesta a mis palabras, le digo adiós con las manos y salgo corriendo porque voy retrasada, por estar con mi rapidez casi me llevo a un caballero en la puerta.
―Lo lamento ―digo apenada, levanto la cabeza y para mi mala suerte es un dios griego.
―Tranquila, no hay problema ―responde con una bella sonrisa en sus carnosos y apetecibles labios color fresa.
Sin más muevo mis pies para poder llegar a tiempo. Luego de llegar al hospital y atender a todos mis pacientes y resolver algunos temas pendientes me siento a solas en mi consultorio, me llega el recuerdo de cuando choqué con ese hombre; aunque solo me fije en sus labios que me resultaron tan familiares. Él llega a mi mente, hace tanto tiempo que se fue.
Mis ojos se llenan de lágrimas cada vez que lo recuerdo, duele tanto que tengo que darme pequeños golpecitos en mi pecho oprimido lleno de dolor. Busco mi bolso para sacar una pequeña foto donde estamos los dos, es el único recuerdo que tengo de él.
Siempre me repito que voy a estar bien, que ya fue y que todo está en un lindo y a la vez doloroso pasado. Todo el mundo siguió con su vida y yo debo hacer lo mismo.