Llevo dos días que no parezco yo, las ojeras se me notan ya que no he pegado ojo por las noches. Me las paso llorando y maldiciéndome porque sé que la culpa es mía. En el entrenamiento tampoco estoy dando lo mejor de mí pero es que no puedo, no puedo desde que leí la carta de María.
Salgo del trance que me encuentro, aunque es habitual en estos días y me centro en mi hermano que llega con cara seria. Desde ese día no se ha querido separar de mí y se lo agradezco enormemente.
Reacciono ante sus palabras y cojo las llaves, el móvil y salgo de casa. Me monto en el coche y pongo rumbo al aeropuerto. No quiero que se vaya, quiero que siga formando parte de mí, de mi vida. Suena egoísta pero es la verdad.
Al llegar cruzo corriendo las puertas y miro a todas partes en busca de María. Solo espero que no sea demasiado tarde y tener la oportunidad de convencerla de que se quede. Oigo la llamada del vuelo a Santander por la terminal 4 así que corro hasta allí. Cuando llego la veo sentada en un banco, bueno se está levantando para dirigirse a la puerta de embarque.
María se queda paralizada, quedándose quieta en cuanto oye mi voz pero no se gira a mirarme. Por ese motivo agarro su cintura con mis manos y la giro para quedar frente a frente. Nos miramos a los ojos durante unos segundos sin decirnos nada.
María se gira para encararme, para mirarme mientras veo como sus ojos se cristalizan.
Cuán equivocada estaba.
María me da un último vistazo, se gira, coge su maleta y pone rumbo a la entrada. Pero antes de que se aleje demasiado le digo:
Veo como poco a poco desaparece de mi campo de visión, como se aleja de mí, de vida y sé que la he perdido para siempre, sé que probablemente no vuelva a verla nunca más.
Estoy completamente seguro de que nadie te querrá, sincera y apasionadamente, nunca de la misma manera y con la misma intensidad que yo. Pero deseo que alguien pueda hacerte feliz y pueda cumplir tus sueños porque yo no puedo. Ojalá hubiera tenido una oportunidad, el destino nos hubiera dado el tiempo, porque estoy seguro de que hubiera sido yo quien te hiciera la mujer más feliz del planeta, pero no ha podido ser, no ha podido, por más que hubiese querido.
Ahora tengo que dejarte marchar, tengo que decirte adiós por más que me duela, pero tienes razón, esto probablemente sea lo mejor para los dos. No soportaría seguir haciéndote más daño y si para ser feliz necesitas alejarte de mí, lo entiendo y respeto. Prefiero consumirme yo en el dolor de tu ausencia que provocarte más daño.