Estoy sentada en el avión rumbo a casa. Por mi mente no paran de sucederse los momentos vividos hace unos minutos. Ha sido mucho más difícil que la última vez, mucho más. Pensé que las cosas serían de distinta manera pero las cosas no suceden como uno espera y tener que decirle adiós, ha sido lo más duro que he tenido que hacer.
Me obligaste a aprender a nunca más volver. Yo no quería irme, pero no tenía motivos para quedarme. Bueno sí, tenía uno: lo bonito que podía haber sido nuestra historia.
Te tenía a ti pero ya solo podía conjugarte en pasado. Porque es eso, una bonita historia del pasado.
No te imaginas lo pronto que se hace demasiado tarde, demasiado tarde para arreglar lo que ya estaba roto.
Sin embargo, sí que tenía cientos de motivos para marcharme. Y es que pudiendo evitarme momentos de sufrimiento, de llanto y de espera… ¿Qué era lo que más pesaba? ¿Qué opción era la mejor?
Cuando decidí marcharme y no volver me sentí como en aquella historia en la que la princesa espera al príncipe durante 365 días y en la última noche se va. Hay momentos en los que te das cuenta de que el amor se va construyendo evitando los sufrimientos innecesarios. Y aunque contigo siempre he vivido inolvidables momentos, también muchos están bañados de dolor.
A veces ocurren estas cosas, de repente decides dejar de negar la evidencia de qué esto nunca tendrá un final feliz e intentas irte, aunque sabes que al hacerlo, estás corriendo en la dirección contraria. Y es que te has percatado de que tu corazón está riñendo con tu mente y con tu cerebro, esa parte racional. Es un tira y afloja entre la razón y el corazón. Puede que nunca estuviéramos destinados a estar juntos y nos hemos empeñado una y otra vez en que sí lo estamos. Lo que sé es que creer en el amor eterno es creer en un mito que nos desplaza el corazón. La eternidad solo existe en los momentos que nos demuestran que todo merece la pena y ahora mismo no sé si tú mereces la pena.
Se trata de cambiar de pensamiento, de no creer ciegamente en los cuentos de hadas, en tomar conciencia de que valemos mucho más que las migajas de un amor que poco a poco nos destruye.
Y es que tenemos la manía de encerrarnos en círculos viciosos, de no salirnos de los patrones establecidos, de crear un mundo paralelo en el que podamos ir con los ojos vendados.
Es tan corto el amor y tan largo el olvido…
De todas maneras, gracias. Puede sonar hasta algo masoquista, pero tengo que darte las gracias. Gracias porque me he dado cuenta de que nadie se enamora por elección, sino por casualidad. Nadie se queda enamorado por casualidad, sino porque trabaja por ello. Y nadie se desenamora por casualidad, sino por elección. ¡Maldita casualidad que me hizo enamorarme hasta las trancas de ti!
También te agradezco que me hicieses entender que mi dignidad está por encima de cualquier ruego y que vale la pena decir adiós cuando sobran los motivos. Porque en mis tristezas la que manda soy yo y estoy cansada de sufrir por un amor que nunca volverá.
Ni siquiera sabía que podía permitirme dar un giro de 180º a mi vida. Ahora que lo entiendo, ahora qué poco a poco estoy consiguiendo aceptar que nunca serás mío, no tengo que enfadarme con el amor, tengo que pelear por superarlo y no dejar que me empuje contra el suelo.
Te agradezco que decidieras que no merecía la pena seguir alimentando mis ilusiones, aunque con ella me partieras el corazón. Te agradezco que cortaras todo de raíz y hacerme ver que no vale la pena tener algo por lo que no se pelea.
Ahora es momento de no temer a mis propias emociones, de conservar la capacidad de mitigar mi dolor, de llorar y de dedicarme tiempo a mí misma.
Tengo que decir adiós, adiós mi amor.
Una lágrima se me escapa al recordar todo lo que viví y sentí con Marco pero un mensaje en mi móvil me saca de mis pensamientos. Mi corazón se acelera en cuanto veo el mensaje de Marco, porque a fin de cuentas no puedo odiarlo, solo tengo amor para darle.
“Recuerda que te quise, te quiero y te querré toda la vida pequeña”
No sé qué es lo que nos deparará el futuro, pero hoy por hoy, no renuncio a ti.