Llego a casa después de haber ido al aeropuerto y me siento en el sofá. Necesito pensar. Una lágrima asoma por mis ojos para finalmente recorrer mi mejilla. Es mejor así, no quiero hacerla daño y tampoco soportaría tenerla cerca y no poder tenerla. Qué bipolar soy. Ahora solo quiero que sea feliz, porque mientras lo sea yo también lo seré.
Cojo el móvil y miro mi fondo de pantalla, una foto de María sonriendo a la cámara aparece e instintivamente yo sonrío también. Me hace sentir tantas cosas… Abro los mensajes e inevitablemente le mando uno.
“Recuerda que te quise, te quiero y te querré toda la vida pequeña”
He tenido que hacerlo, necesito que recuerde que yo la quiero, que siempre la querré.
Al final se ha acabado ese estado extraño en el que se juntaban los últimos minutos de tus besos y los primeros de tu ausencia. Ya sólo quedan de los segundos, que no son segundos, sino horas comprimidas en un minuto. Y yo, que nunca he sabido llorar bien, he venido en el coche con los ojos humedecidos, cuando he olido sin querer mi camiseta que olía a tu perfume de la última vez que te tuve cerca, mientras te sigo viendo una y otra vez entrando por la puerta de embarque. Alejándote de mí.
He ido recordando momentos indefinidos en tu habitación aquellos años atrás, he recordado los momentos en mi habitación en la que hace unos meses dormíamos como si todo lo ocurrido durante años nunca hubiera pasado, ajenos al fin de nuestros días juntos, aun pensando que nuestra piel seguiría pegada, porque es nuestra, ni tuya ni mía; sino nuestra. Aunque eso ya no será nunca más porque sé que no me perdonarás jamás. Otra vez no.
Aún recuerdo esos momentos de cuentos a oscuras compartiendo una almohada para uno, momentos de sudor entrelazado entre nuestros pechos y a viajes hacia al sur de nuestras almas, momentos de noche congelada tras los cristales que nos hacían sentirnos el uno hacia el otro. Siendo una sola persona.
Y ya no estás, no estás para siempre. Aunque no es así del todo, estás aún en mi almohada, en mis sábanas; en mis dedos que aún recuerdan rozar tu piel; en mi nariz que aún te huele, en mi piel que aún te saborea, en mis oídos que aún te oyen reír, en mis ojos que aún te ven llorando por mí y en mis labios que aún siguen sintiendo los tuyos sobre los míos fundiéndonos en un dulce beso.
Siento como se hunde el sofá a mi lado, mi hermano me mira y sé que quiere hablar conmigo.
Mi hermano me abraza con fuerza intentando mitigar mi dolor y mi sufrimiento. Sólo quiero protegerla y si para eso tengo que alejarla de mí… Lo haré. Ella es lo más importante de mi vida, lo mejor que me ha pasado y el amor de vida.