MAR
Han pasado nueve meses desde el dia en el que decidí ir a Madrid. Nueve meses desde el día en el que decidí volver a huir. Sentí tantas cosas cuando su mano rozó la mía, tantas cosas que me asusté. No quería volver a pasar por lo mismo, no quiero. Además él tiene novia y no quiero interponerme, no quiero ser el motivo otra vez, porque al final, la que acaba perdiendo siempre soy yo.
Hoy es uno de esos días de mayo en el que el sol brilla con fuerza en lo alto del cielo, la brisa es calidad y se escuchan las olas del mar. Hace cinco años que no piso estas calles, hace cinco años huí de este lugar, pero estoy aquí de nuevo, perdiéndome por las calles de Mallorca. Recorro las calles y reconozco los olores y sonidos de mi infancia.
Al final mi recorrido termina justo en el motivo por el que he venido hasta aquí, el cementerio. Busco entre las tumbas y al final encuentro lo que busco. El sitio es muy bonito, tiene vistas al mar. Es un buen sitio para que María descanse. Miro su foto y una lágrima traviesa escapa de mis ojos. Rápidamente la borro con mi mano y me siento en el suelo, junto a su lápida.
Poso el ramo de flores que he comprado y me quedo contemplando su foto. Mientras la sigo mirando poco a poco me voy rompiendo por dentro.
—Siento mucho no haber venido antes, siento no haber asistido a tu funeral y no haberme despedido de ti como merecías —pronuncio en voz alta mirando su foto.
Me siento un poco rara, como si estuviera loca por hablar en voz alta delante de una lápida, pero la gente dice que si nunca tuviste la oportunidad de despedirte de una persona que querías, hablarle de esta forma es una buena opción.
—Te echo tanto de menos todos los días... —sigo hablando mientras las lágrimas siguen saliendo—. Ojalá estuvieras aquí, ojalá me dijeras qué es lo que debo hacer, porque estoy perdida, desde entonces lo estoy —confieso.
Hago una pausa para intentar volver a respirar con normalidad pero recordarla me duele mucho, es una herida que tengo abierta, pero tengo que hacer esto para poder cerrarla.
—Gracias por enseñarme tantas cosas, por cuidarme, quererme y ser como mi segunda madre, mi amiga, mi hermana —suelto casi de carrerilla, como si tuviera pensado qué decirla desde hace mucho tiempo, cuando nunca he encontrado las palabras adecuadas—. Gracias por guiarme, por mostrarme lo que significaba para ti la música, el baile. Por enseñarme a amar esta profesión que adoramos con locura y que todo es gracias a ti. Ojalá consiga ser al menos la mitad de buena que tú, porque tenías un buen instinto y amabas a los niños con locura. Gracias a ti ahora seré una maestra —sonrío levemente intentando prepararme para lo que quiero decirla ahora—. Sé que debes de estar decepcionada conmigo, por la decisión que tomé. Sé que me habrías regañado y me habrías dicho que huir nunca es la solución a los problemas, pero… No podía quedarme, no podía seguir aquí, no después de aquel día. Siento que esto nunca se va a poder solucionar, no voy a poder curar nunca estas heridas —sigo llorando por los recuerdos que me golpean con fuerza—. Pero lo que más me duele es saber que tú querías que mantuviésemos nuestra relación de amistad, pero hay sucesos en la vida que hacen que nuestros planes cambien y que lo que creíamos que era para siempre, ya no lo va a ser.
De repente se me eriza el bello de la nuca y me giro sintiendo una presencia. Mis ojos se abren de la sorpresa por lo que veo. Entrando por la puerta del cementerio está Marco junto a su padre y su hermano. ¿No había otro día que han tenido que venir el mismo día que yo? ¿Por qué?
Vuelvo a mirar a la lápida rápidamente, intentando que no me vean aunque dudo que sea muy difícil.
—Gracias por enseñarme tanto en esta vida, por enseñarme a luchar y a no rendirme. Gracias por todo. Te quiero —termino de decir.
Me incorporo un poco y deposito un beso sobre la foto de María.
—¿María? —oigo que alguien me llama tras mi espalda. Suspiro con fuerza porque reconocería esa voz en cualquier parte.
Me limpio las lágrimas que surcan mi cara con el dorso de mi mano y después me giro para enfrentarme al dueño de la voz, al dueño de mi sufrimiento. Me topo con sus ojos, que me observan sorprendidos, aunque los tres lo están.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta curioso y confundido Marco.
Miro a la lápida de su madre durante unos segundos y luego lo miro a él de nuevo.
—¿Cómo puedes tener la poca vergüenza de venir aquí cuando ni siquiera viniste a su funeral? —me pregunta enfadado Igor y con rabia en sus ojos.
—Hijo —le dice Gilberto en voz baja pero no vuelve a decir nada más.
Miro sorprendida a Marco por instinto, ante las palabras de Igor, y este lo único que hace es agachar la cabeza. Gilberto me mira con pena y sin saber qué más decir o hacer. Sé que él no quiere meterse en nada de esto, que debemos resolverlo nosotros.