CONFIESO
Me levanto de la hierba del jardín para volver a la cama, pero al girarme me encuentro a Marco apoyado en la cristalera de su casa y mirándome fijamente. Sé que quiere hablar conmigo, pero… ¿Quiero yo? Llevo un buen rato dándole vueltas a todo lo que ha pasado en las últimas horas, en cómo ha cambiado todo de repente. Así que cojo aire e intento pasar de largo, sin detenerme hasta mi habitación porque no me apetece hablar con él.
—Sé que no quieres hablar conmigo —rompe el silencio provocándome un pequeño sobresalto—, pero necesito que me contestes a una pregunta.
Detengo mis pasos y lo miro sin saber muy bien qué hacer. Finalmente asiento con la cabeza y me acerco levemente a él para escuchar lo que tiene que decirme. Él toma mi gesto como una invitación.
—¿Por qué mi madre te dejo esas cartas a ti? —su pregunta me desconcierta. De entre todas las preguntas que podía hacerme, esta no entraba dentro de mis planes.
—Ella pensó que era la persona más indicada para tenerlas —respondo sin saber muy bien qué decirle, ya que no conocía realmente el porqué me dejó sus madres las cartas.
—¿Tienes más? —pregunta curioso acercándose a mí.
—Sí, hay más. Y algunas ya te las tendría que haber dado —respondo sinceramente mientras me froto los brazos intentando entrar en calor.
—¿Y por qué no lo hiciste? ¿Por qué no me diste las cartas? —me pregunta algo ansioso y yo solo puedo mirarlo con incredulidad.
—¿En serio me estás preguntando eso? —contesto con otra pregunta y Marco asiente bajo mi mirada de sorpresa—. No me sentía capaz, no después de todo lo que pasó. Verte… Era demasiado para mí —respondo recordando el dolor que sentía y que sigo sintiendo.
—Pero… Merecía tenerlas —el tono de reproche en el que me lo dice no me gusta ni un pelo, provocando que poco a poco me enfurezca.
—Lo sé —digo cortante—, y yo no me merecía la manera en la que me trataste —si él va a actuar así, yo también soy capaz de herir con mis palabras.
—¿Podemos dejarlo atrás, en el olvido? —me pregunta exasperado, queriendo hacer como si no hubiese pasado nada.
—Lo siento pero no puedo —respondo totalmente sincera, porque por más que lo he intentado, no he conseguido borrar el dolor que me causó—. Me hiciste mucho daño y no voy a poder olvidarlo así de fácil.
—Tú también me hiciste mucho daño cuando te marchaste —me responde enfadado.
—Por ahí no voy a pasar —digo seria—. No voy a permitir que te enfades conmigo, Marco. Cuando la que debería de estar enfadada soy yo y no tú —lo miro a los ojos con la furia inundando mi sistema—. Aquí la que realmente sufrió fui yo.
—¿Tú te crees que yo no sufrí? —alza la voz haciendo que retroceda un par de pasos de él—. Me dejaste destrozado cuando te fuiste. Eras mi mejor amiga, había muerto mi madre y tú decidiste irte, dejarme solo —me medio grita y siento como todo su cuerpo se tensa.
—¡Tienes un morro…! Yo también perdí a mi madrina y ni si quiera me dejaste ir a su funeral por culpa de la otra. ¿Te crees que no me dolió no poder despedirme de ella? —pregunto yo esta vez gritando por el enfado y por la frustración que me está haciendo sentir en este momento.
—Lo sé, pero… —su voz se entrecorta, como si estuviera dudando—. ¿Para tanto fue? ¿Tanto como para que decidieses marcharte? —sigue con los reproches y mi paciencia se me está agotando.
—No me marché porque no me dejases asistir al funeral —respondo bajando la voz y mirando hacia otra parte, cansada de esta situación, cansada de los reproches, cansada de discutir, cansada de todo.
—¿Por qué entonces? —me pregunta en otro tono, bajando la voz y volviéndose a acercar a mí.
Se acerca tanto que siento hasta su respiración acelerada, una igual que la mía. Y es que su sola presencia revuelve todo mi interior. De repente una lágrima traviesa surca mi cara, tras la presión y la frustración que siento. Marco la atrapa entre sus dedos y la hace desaparecer, terminando por dejar sus manos posadas sobre mis mejillas, haciendo que alce la mirada y lo mire a los ojos.
—No tienes ni puñetera idea de cómo me sentí Marco, ni siquiera te diste cuenta —empiezo a decir—. Que hiciéramos el amor en la playa a la luz de las estrellas y que al día siguiente me enterara que tenías novia fue como una puñalada por la espalda, me sentí traicionada y usada —sigo hablando mientras le miro a los ojos, sintiendo todo el dolor que tenía guardado y que acaba de salir a la luz, sin poder parar de llorar—. Y después de eso… Incluso mientras estabas con ella nos seguimos besando y teniendo esos encuentros furtivos. ¡Joder, Marco, tenías novia! ¡Y la engañabas conmigo! ¿Cómo crees que me hacía sentir eso? ¿Saber que era un segundo plato para ti? —insisto—. Solo sentía asco por mí misma —un escalofrío recorre mi cuerpo cuando todas esas sensaciones y sentimientos vuelven a mi retina—. Pero no podía evitar estar alejada de ti. Lo intenté, de verdad que lo intenté muchas veces, pero…