Amor Eterno #1 - Todos los caminos me llevan a ti - Editando

Capítulo 15 - ESA PIEZA

 

 

ESA PIEZA

 

Tenerla a mi lado, verla dormir es uno de los mayores placeres de esta vida. Sentir su respiración relajada contra mi pecho, sus dedos tocando mi piel, el aroma de su pelo, poder estrecharla entre mis brazos, sentirla conmigo,... Es algo que no tiene precio y que echaba mucho de menos… Es como volver a respirar otra vez.

Aunque han pasado tantos años, hay algunas cosas que no cambian y me alegro de que no lo hagan. Cuando era pequeña se escapaba de su habitación y dormía conmigo después de tener pesadillas o había tormenta. Cada vez que había una me acordaba de ella e imaginaba que estaba aquí conmigo, entre mis sábanas. Pero hoy no la estoy imaginando, no es un sueño, está aquí, entre mis brazos.

La miro durante un rato más mientras duerme y dejo un beso en su frente, sin despertarla y salgo de la habitación sin hacer ruido. Con una sonrisa tonta en la cara, me pasa siempre cuando duermo con ella, camino hasta la cocina y comienzo a sacar todos los ingredientes que necesito para prepararle el desayuno.

Soy consciente de que tengo que comer saludable, pero por una vez que la tengo aquí, conmigo, no voy a desaprovechar la oportunidad de hacerla feliz, y si para eso tengo que saltarme la dieta no tengo ningún problema. Así que opto por unas tortitas con chocolate, fáciles de hacer y que sé que le van a encantar. Para ello pongo música de fondo, pero no muy alta para no despertar a mi pequeña y me pongo con la tarea.

 

Estoy a punto de terminar el desayuno moviéndome al son de la música cuando oigo una risa tras de mí, la risa inconfundible de María. Me giro sorprendido porque pensé que tardaría más en levantarse y cuando la veo apoyada contra el marco de la puerta se me dibuja una sonrisa, por verla así de feliz.

—¿De qué te ríes? —le pregunto sin dejar de sonreír.

—Veo que tus dotes de bailarín no han mejorado durante estos años —su risa sigue inundando la cocina.

—Será porque no tenía a mi profesora particular —suelto con la sonrisa que sé que a ella le pone nerviosa. Y así es, se ruboriza y la veo soltar un pequeño jadeo. Está tan bonita así… Simplemente preciosa.

—Ya… bueno… —tartamudea y se me hincha el pecho orgulloso por provocarla aún cosas—, podrías haberte buscado a otra —agacha la mirada y se me encoge el corazón por ver que se cree menos, como si no fuese nada.

—Nadie se compara a ti —le digo cuando me acerco a ella y le levanto la barbilla con mis manos, para que me mire a los ojos y para que crea lo que le digo—. ¿Qué tal has dormido? —cambio de tema cuando siento que se pone más nerviosa, pero también algo incómoda por mi acercamiento.

—Muy bien, gracias —me responde dibujando otra vez esa sonrisa que tanto me gusta en su cara—. ¿Estás haciendo el desayuno? —se aleja de mí y siento frío, me falta su cercanía por lo que la sigo hasta que me coloco tras ella cuando se para en la encimera.

—Así es —respondo—, tortitas con chocolate —coloco una de mis manos en su espalda baja y vuelvo a sentirme pleno, es como si necesitara de su contacto. ¿Qué es lo que me ha hecho?

—Todo muy saludable —me responde riendo y yo me pego más contra su espalda. Necesito tenerla más cerca.

—Por mi pequeña lo que sea —dejo un beso sobre su mejilla y la veo tambalearse, haciendo que muerda mi labio inferior por lo mona que se ve así.

—Marco… —el tono en el que dice mi nombre me lo dice todo.

Sé lo que está pensando en este momento, que voy demasiado deprisa, que no es lo que ella quiere ahora. Y hasta hace unos minutos yo también lo pensaba. Primero quería recuperar su confianza en mí, su amistad, ser amigos, como lo éramos antes, pero… No puedo evitarlo, ni tampoco quiero. Es estar con ella y los gestos, los comentarios, las caricias,... me salen solos. Tengo esa necesidad de tocarla todo el rato, de sentirla conmigo, de cuidar de ella.

—Vale, vale —levanto las manos en gesto de rendición y porque no voy a hacer nada que ella no quiera—, pero sé que no me vas a negar este desayuno —le guiño el ojo con picardía y ella rueda los ojos como ha hecho siempre.

Desayunamos entre risas y en una de las tantas bromas de mi pequeña, termina cogiendo el bote de chocolate, con esa sonrisa pícara que no augura nada bueno. Mete el dedo en el bote y sin darme cuenta siento como me mancha mi nariz y mi mejilla. Me quedo estático, intentando procesar lo que acaba de hacer. 

Quiere guerra, ¿no? Pues guerra va a tener y esa sonrisa dulce como si no hubiera roto un solo plato no le va a servir de nada. Porque a este juego pueden jugar dos y a mi me encanta jugar. 

—Te vas a enterar —le digo mientras arranco el bote de su mano y mancho una de las mías dispuesto a embadurnarla entera si hace falta.

Se levanta corriendo cuando ve mis intenciones y echa a correr, y yo detrás. Si quisiera la podría alcanzar en un segundo, puesto que soy más rápido que ella, pero la dejo jugar y simplemente corro tras ella por toda la casa, hasta que llegamos al jardín y la atrapo. La alzo y la coloco sobre mis hombros, pero se empieza a mover demasiado y pierdo el equilibrio, terminando los dos en el suelo.




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