RENDIRSE
En cuanto las palabras de Saúl salen de su boca comienzo a cabrearme cada vez más, porque lo que me ha contado sobre esa chica que está conociendo, es que le vuelve loco y le encanta, que están empezando algo, pero que van poco a poco. Así que oírle decir que mi María, es su María hace que la sangre me hierva por dentro.
Me quedo tan metido en mis pensamientos que cuando quiero darme cuenta estamos los dos solos otra vez. La miro intentando entender todo lo que está pasando, pero ella solo rehuye mi mirada.
—¿Qué sois? —pregunto cabreado mientras me acerco a ella. Quiero saberlo todo.
—Somos amigos —contesta dubitativa haciendo que todas mis alarmas se encendieran—. Además no te tiene que importar —termina por decirme.
—Pues claro que me importa, me importa mucho —me acerco aún más con el corazón acelerado—. Me importa saber si tienes novio o no, si estás con alguien. Si estás con Saúl —mi tono es brusco pero necesito tener respuestas, necesito saber a qué me enfrento.
—Tiene que darte igual, Marco. Estar con Saúl o no, no es asunto tuyo, solo mío —se separa de mí.
—Es mi asunto por lo que pasó anoche y porque esta mañana casi nos besamos —digo lo que me está rondando por la cabeza, porque no entiendo nada, porque casi nos besamos y si tiene a alguien más…
—Tú lo has dicho, casi nos besamos, pero no va a pasar —me responde—. Lo nuestro es agua pasada, ¿o no recuerdas lo que hemos estado hablando? Amigos, ¿verdad? —me mira con esos ojos que tanto me gustan.
—No —me niego a que lo que dice sea verdad, a que esto se ha acabado—, no es agua pasada. No por el simple hecho de que cada vez que me acerco a ti comienzas a ponerte nerviosa y tu corazón se acelera —vuelvo a acercarme a ella y le acaricio la mejilla, comprobando que todo lo que he dicho es cierto.
—No… no es cierto —vuelve a dudar y a ponerse aún más nerviosa—, ya te dije que no quería que intentaras nada más, que solo quiero que seamos amigos y eso para mí, es suficiente —intenta alejarse pero no la dejo—. Yo… Yo ahora tengo a Saúl —coloco un mechón de su pelo tras la oreja y su voz se va a entrecortando hasta que finalmente se apaga.
—Eso… Eso ya lo veremos —respondo seguro de mis palabras acercándome hasta ella y dejando un beso en su comisura, para después salir del salón y reunirme con mis amigos.
Me paso toda la noche cabreado porque María y Saúl no han dejado de estar pegados. Él está haciendo que sonría todo el rato y su sonrisa no se va de su rostro en toda la noche. Tampoco han dejado de tocarse y acariciarse y me están poniendo nervioso. No quiero hacer ningún espectáculo, pero es que no me lo están poniendo nada fácil.
Es que ver esas escenas… Ver como ella está tan radiante, tan feliz con otro… hace que la furia recorra mi cuerpo. No puedo verlo, no puedo verla así. Por lo que antes de cometer alguna estupidez de la que pueda arrepentirme, me levanto y salgo de la habitación dispuesto a largarme de aquí.
Pero antes de cruzar el umbral de la puerta para salir de la casa, una mano agarra mi brazo para que pare. Me giro para encarar a la persona que me detiene, pero verla ahí hace que el corazón se me pare y luego acelere sin compasión.
—¿Te vas? —me pregunta María.
—Sí —respondo secamente, porque quiero marcharme de aquí.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar insistiendo a que le diga algo más—. Te he visto muy raro durante toda la noche —la mano que agarraba mi brazo ahora lo acaricia en un intento de reconfortarme.
—No, no estoy bien, pero no te preocupes. Me voy a casa —respondo sincero y sin tener muchas ganas de hablar—, no quiero hacer ninguna estupidez —medio susurro, pero sé que ella me ha escuchado. ¿Por qué hablaré de más?
—¿Por qué ibas a hacer alguna estupidez? —me pregunta mirándome sin entender nada.
—¿En serio me lo estás preguntando? —la miro incrédulo y ella asiente todavía sin entender nada—. No me apetece seguir viendo como Saúl tontea contigo —soy sincero y me marcho, no tengo ganas de seguir hablando más.
—¿Estás celoso, Marco? —me pregunta mientras me sigue y vuelve a pararme—. Estás celoso —afirma cuando la miro y veo que se le escapa una pequeña sonrisa.
—Pues sí, ¿qué quieres que te diga? —le suelto—. Oye María, me encanta verte en los brazos de Saúl. Me encanta verte sonreír como una tonta enamorada cuando estás con él. Me encanta ver como te da besos, como te acaricia, te toca… —digo sarcástico—. Si quieres te digo todo eso —me enfado cada vez más y no quiero pagarlo con ella, quiero marcharme de aquí.
—Marco… —intenta decirme algo—. Yo…
—No me gusta que la chica a la que quiero —la interrumpo—, la chica con la que quiero tener algo, le guste otro chico, alguien que no soy yo y que encima le haga sonreír en todo momento —sigo hablando—. Pero, ¿me lo tengo merecido no? Por estúpido, por ser un crío y por no ver las cosas cuando tenía que haberlas visto. Por ser un puto cobarde —termino por decir.