Me dirijo escopetado al vestuario, tras la bronca que me acaba de echar María. Bajo los chorros del agua mis pensamientos hacen que me duela cabeza. Nunca pensé que esto iba a pasar, nunca pensé que cuando la viera sería para echarme la bronca. Cuando acabo me siento en el banco del vestuario, llevándome las manos a la cara.
Cuánta razón tiene, cuánta tiene. No sé qué narices estoy haciendo con mi vida pero desde que ella se fue de mi vida, yo ya no he vuelto a ser el mismo, yo ya no soy yo.
Me visto con rapidez temiendo que se marche otra vez. Al salir al aparcamiento la busco y la encuentro apoyada en mi coche hablando con los chicos. Inconscientemente se me escapa una sonrisa leve al ver que se ha quedado. Camino hasta llegar a ellos y agacho la mirada.
Cuando se van cada uno de ellos me da una palmada en la espada, dándome el apoyo necesario para poder pasar por esto. Aunque sigo con la mirada gacha, no soy capaz de mirarla a los ojos, no después de que me dijera que está decepcionada conmigo. Saber eso de una de las personas más importantes de mi vida hace que me hunda de lleno en el fondo.
Abro el coche y mientras María se sube en la parte del copiloto, dejo la bolsa de deporte en el maletero, para después sentarme a su lado. Pongo las llaves en el contacto, el coche arranca y me quedo quieto sin saber a dónde ir.
María me coge de las manos apartándome del cierre del cinturón y coloca mis manos en mi mentón, para alzarlo y que la mire. Y la miro, la miro de verdad, sintiéndome vulnerable, sintiéndome roto por dentro. Tiemblo levemente mientras mi corazón se acelera más y más, ya que desde que la vi no ha dejado de latir con fuerza.
María se acerca a mí y me abraza, pasa sus brazos tras mi cuello mientras me atrae hacia ella. Poso instintivamente mi frente en el hueco de su cuello y como si hubiera estado esperando a que esto ocurriese, comienzo a llorar desconsoladamente. Me rompo y lloro, desahogándome de todo aquello que tenía retenido desde que se marcho, como si al sentir su piel contra la mía me sintiera como en casa. Ella es mi casa, mi hogar.
Pasamos así unos minutos, abrazados mientras me acaricia la nuca, mientras me intenta tranquilizar. No puedo evitarlo, es estar cerca de ella y mi corazón se vuelve loco. Pero luego me acuerdo de que no estamos juntos, de que no podemos estar juntos. Por lo que antes de separarme de ella deposito un beso sobre su cuello haciéndola estremecer. Aún sigue siendo su punto débil.
Con ese simple gesto me hace sentir tranquilo, seguro y sé que ella estará a mi lado, no se irá. Al menos no por ahora. Me da la dirección y pongo rumbo al lugar escogido por ella. Instintivamente mi mano se posa sobre la suya. María me mira a los ojos y yo le devuelvo la mirada. En cuanto lo hago ella abre su mano y mis dedos se cuelan entre los suyos para terminar entrelazando nuestras manos.
Mi mente vuela sin querer a todos aquellos momentos en los que María ha formado parte de mi vida, en lo bien que me hacía tenerla a mi lado. En lo seguro de mí mismo que siempre me sentía y que ya no me siento.
Ha pasado un año desde que se marchó un año y aún me hace sentir mil cosas cuando me mira. Provoca una oleada de sentimientos indescifrables por separado, pero juntos… lo único que me dicen es: estás locamente enamorado de ella.
El camino es silencioso pero no incómodo, cada uno está pensando en sus cosas, en lo que pasará a continuación. Hasta que el silencio se rompe porque sin querer María pronuncia unas palabras: “Te dejo estar triste hoy… Si sonríes mañana”. E irremediablemente una sonrisa leve se me dibuja en la cara. No puedo amarla más, no puedo.
Al llegar al destino nos bajamos del coche y María se dirige hacia un pequeño prado para después sentarse en él y dirigir su vista al horizonte, contemplando todo Madrid a lo lejos. La poca luz que queda del atardecer hace que se vea aun más hermosa de lo que es. Me siento junto a ella y me quedo callado. No sé qué decir, no sé de qué hablar y tampoco sé que es lo que ella me va a decir.
María suspira con fuerza y se gira para encararme. Yo hago lo mismo mientras ella cruza las piernas.