Llego a casa con una sonrisa tonta dibujada. Al cerrar la puerta mi padre y mi hermano se giran sorprendidos al verme. Dejo las llaves encima de la mesa y la bolsa del entrenamiento en el suelo.
Me acerco hasta mi padre y le abrazo, le abrazo con fuerza.
Igor se suma al abrazo y así pasamos unos minutos. Después nos ponemos con la cena y pasamos una velada tranquila en familia. Necesitaba esto, lo necesitaba.
Toca partido, no me han puesto de titular pero la verdad es que me lo merezco, últimamente ya no soy el mismo. El segundo tiempo pasa bastante rápido y cuando me quiero dar cuenta el míster me llama para salir al campo. Mi sorpresa va en aumento, no me esperaba que me sacase, los últimos partidos los he pasado en el banquillo.
Justo antes de pisar el campo pienso en María. En ella y en todo lo que me dijo, pero sobre todo en que mañana iba a verla. Mis ganas por salir al campo aumentan y cuando lo hago, la adrenalina vuelve a recorrer mi cuerpo.
Subo, bajo, defiendo, robo balones… mi instinto por jugar vuelve y lo único que quiero hacer es jugar bien. Me llega un balón y corro con fuerzas. La portería aparece en mi visión, miro con precisión y chuto con confianza. Al hacerlo sentí la seguridad de que iba a ser un gol. Y eso fue. La euforia me invade y celebro el gol, lo hago. Mis compañeros se acercan corriendo para abrazarme.
Al separarme de los chicos señalo al cielo como siempre, dedicando el gol a mi madre para después formar con mis manos una M. Dedicándole el gol a María porque gracias a ella había hecho un buen partido. Me había motivado a jugar, ella siempre fue mi mayor motivación.
Después de acabar el partido no quise hacer ninguna declaración, sabía que me preguntarían sobre mi celebración del gol y no quería dar explicaciones. Los chicos iban a salir de fiesta para celebrar la victoria y ante mi negativa por ir todos se quedan sorprendidos.
Todos me empiezan a dar collejas y a burlarse de mí. Yo no puedo dejar de sonreír, hacía tiempo que no lo hacía y que no me sentía cómodo en el equipo, a pesar de que la culpa no era de ellos.
Por fin ha llegado la hora. Conseguí su número gracias a mi padre y ella me mandó la ubicación. No era su casa así que iría antes para saber por dónde tenía que ir. Al llegar, demasiado pronto, pero no podía esperar más en casa, me doy de bruces con la realidad. Es un colegio. ¡No puede ser! Espero que sea lo que me estoy imaginando que es. Salgo del coche y me apoyo en él mientras la espero. El timbre de salida del colegio suena y comienzan a salir niños por las puertas. Me coloco bien las gafas de sol y la gorra para pasar desapercibido y me dispongo a buscarla con la mirada.
La veo salir por la puerta, charlando con unos niños. Su mirada se alza y me busca. Se le dibuja una gran sonrisa en cuanto me encuentra y yo le devuelvo la sonrisa. Se despide de los niños y camina hasta donde estoy.