El autobús llega a Valdebebas después de un largo camino, al menos así lo he sentido yo. Pero es que no puedo dejar de pensar en María, en dónde estará y si estará bien. Necesito saber que está bien. Cuando me bajo del autobús, camino mirando al suelo y con las manos en el bolsillo, ni siquiera dejo que Nacho se acerque a mí, quedando el gesto en un mero intento por su parte. Agradezco el gesto pero ahora lo que menos necesito es compañía. Por lo que cuando nos llevan hasta el salón para esperar. El resto de la plantilla y sus familias pueden irse a sus casas ya, pero no se mueven de allí, no lo hacen por no dejarnos solos, ni a Isco ni a mí.
Cuando alzo la mirada me encuentro con todas las miradas centradas en mí, todos me miran preocupados y a la vez tristes y no puedo. No puedo estar un sitio en el que me miran de esa forma, haciéndome sentir que la he perdido, que no va a volver más, por lo que desaparezco del salón y me voy solo a la habitación contigua donde nadie me va a molestar. Al llegar lo único que puedo hacer es llorar, desahogarme, golpear las cosas, porque ahora es lo que necesito. Bueno en realidad lo que necesito es verla. Finalmente me apoyo en la pared y me escurro por ella para terminar sentado en el suelo. Me abrazo a mí mismo y dejo que mi mente vuele jugándome una mala pasada. Solo me aparecen imágenes de María, de todos los momentos que hemos vivido desde que tengo uso de memoria hasta el último, recordando ese roce de labios en el portal de su casa, un roce que al recordar hace que una pequeña sonrisa aparezca en mi cara para después acordarme de todo lo que ha pasado y echarme a llorar de nuevo.
María es todo lo que necesito, ella lo es todo para mí, sin ella mi vida no tiene sentido, es la que da forma a mi vida, es mi centro del universo. Sin ella… si le pasa algo no levantaré cabeza en la vida. Es todo lo que necesito para ser feliz, para vivir.
De repente oigo bastantes voces, no entiendo nada de lo que dicen pero sinceramente no me importa lo más mínimo lo que esté pasando, yo solo quiero ver a María, lo demás no me importa. Ahora sólo quiero estar solo. Pero la puerta de la sala en la que me encuentro se abre de golpe apareciendo tras ella Lucas. Su cara es todo un poema cuando me mira y yo le devuelvo la mirada interrogante por su estado ya que se encuentra alterado y nervioso. ¿Qué le pasa ahora?
Al oír esas palabras me levanto como un resorte del suelo. No digo absolutamente nada, ni me molesto en responderle ya que mi mente solo está María y corro hasta la puerta para seguir corriendo hasta que llego al salón. Por favor que esté bien, por favor, solo pido eso. Entro en el salón donde están todos, esquivo a la gente y consigo llegar al centro. Y ahí es cuando la veo y un millón de sentimientos se me acoplan. Tengo ganas de llorar pero a la vez respiro aliviado de verla, de saber que está sana y salva. Pero su aspecto… ocasiona que me invada la preocupación de inmediato. Está sucia, llena de sangre, casi no se le distingue su preciosa piel, la ropa la tiene rota… Casi me da algo verla así. La miro a los ojos y la veo respirar aliviada en cuanto me ve. Ahí es cuando sé que ella también ha estado preocupada por mí. Pero no puedo evitar que mi mundo se venga abajo solo de verla así, cubierta de sangre, y pensar en todo lo que habrá que tenido que pasar. En todo lo que habrá tenido que ver. Ojalá hubiese sido yo y haberlo sufrido y no ella, ella no.
María no lo duda ni un segundo y echa a correr hacia mí, bueno a andar deprisa porque por su movimiento creo que está coja o algo le ha pasado en la pierna. Espero que no sea nada grave. Así que soy yo el que acorta la distancia y corro hacia ella, como si mi vida dependiera de ellos, aunque la realidad es que sí, sin ella yo no soy nada. María me abraza con fuerza cuando llega a mí, rodeándome el cuello con sus brazos y yo la correspondo pasando mis brazos por su cintura y pegándola a mí, sintiéndola cerca de mí, sintiéndome en casa por fin.
En el momento en el que María se aferra a mí siento como se derrumba, como sus lágrimas salen y me mojan la camiseta, pero no me importa. Dejo que se desahogue conmigo mientras le acaricio la espalda y la abrazo con fuerza. No pienso dejarla sola. Miro por encima de mis hombros y veo a Isquito rodeado de su padre y de Sara. Veo que el pequeño está bien y sonrío. Entonces lo entiendo todo. Ella ha estado aguantando por el pequeño, quería ser fuerte por él y ahora que está conmigo lo ha soltado todo, todos esos miedos que ha sufrido, todas sus inquietudes, todo lo que ha ido acumulando desde que ocurrió todo lo está soltando.
Me separo de ella y la examino de arriba abajo para saber si está bien. A pesar de la cantidad de sangre sé que no toda es de ella pero me preocupa su pierna y el golpe de su cabeza. Poso mis manos en sus mejillas para limpiar las lágrimas que quedan y la obligo a mirarme a los ojos. Esos ojos preciosos que añoraba ver y que ahora están bañados de tristeza.