Aún sigo sin poder creerme que no haya venido. Sé que estamos mal, que tenemos que hablar las cosas pero… ¡Joder! Sabe que para mí era muy importante que estuviera, que me apoyara, que estuviera para mí. Estoy muy enfadado con ella, mucho, aunque creo que lo que estoy es decepcionado. Pensé que podríamos con todo lo que nos echaran encima y que pasará lo que pasará, nos apoyaríamos en todo. Pero veo que no es así.
El taxi para en la puerta de mi casa. Pago al taxista y cojo la maleta. Respiro profundamente ya que sé que me espera una larga conversación y probablemente acabemos a gritos. Abro la verja y camino hasta la puerta, y entro dentro. Dejo la maleta y busco a mi alrededor. Rome viene corriendo hasta mí para saludarme, le acaricio y sonrío.
- ¿María? – la llamo pero no me responde.
¿Debería de estar en casa no? Es raro que deje a Rome dentro de casa, siempre que no hay nadie en casa está fuera. Voy hasta la cocina pero todo parece normal y sigue sin haber rastro de María. Voy hasta la habitación y me vengo a bajo. Encima de la cama hay una maleta.
Se me acelera el puso y mis manos tiemblan. Estaba… ¿Me va a dejar? ¡Me va a dejar! Ha hecho las maletas para irse. ¡Dios que tonto he sido! No voy a permitir que me haga esto, no puedo vivir sin ella, no puedo.
Me acerco hasta la maleta temblando nervioso y no puedo evitarlo y la abro. Empiezo a sacar la ropa intentando que esto solo sea una pesadilla. Guardo la ropa en nuestro armario, dándome cuenta de que había más ropa de ella. No entiendo nada. Vuelvo a la maleta y me encuentro su pasaporte entre la ropa y un billete de avión. Me fijo en el billete, es destino a Rusia.
¿A Rusia? ¿Iba a venir a verme? Iba a ir pero… ¿Por qué no estuvo? No entiendo nada y me estoy volviendo loco.
Vuelvo otra vez al salón y es cuando me doy cuenta del cristal roto de la puerta. ¡Dios no! Cómo le haya pasado algo me muero. No puedo vivir sin ella. Por favor, por favor.
- ¡MARÍA! – grito saliendo al jardín - ¡MARÍA! – vuelvo a gritar desesperado.
Me echo las manos a la cabeza. Me tiro de los pelos y recorro toda la casa en su busca pero no la encuentro. Me desespero. Me siento en el sofá y me pongo a llorar de la impotencia. ¿Qué ha pasado? ¿Qué…? No puedo ni siquiera pensar, las manos me tiemblan y me temo lo peor.
De repente me doy cuenta de lo que hay encima de la mesita del salón. Me acerco a ello y veo en una hoja mi nombre escrito. Es para mí. Cojo la hoja y temblando la desdoblo para leer lo que hay.
“Nada de lo que puedas hacer hará que la vuelvas a ver.
¿Sabes? Siempre he querido todo aquello que ella ha tenido sin merecerlo, sin esforzarse. Ella siempre te ha tenido y ahora que está feliz… No voy a dejar que lo sea.
¿Sabes por qué? Porque tú eres solamente mío, mío y de nadie más. Y si yo no te tengo, no te tendrá nadie más, ni siquiera ella. He intentado mantenerla lejos de ti, pero sois un imán. No sois capaces de estar el uno sin el otro.
Toda la maldita vida ella ha estado enamorada de ti y al final cuando por fin el niño se decide por ser sincero así mismo y a ella…
Me encanta.
Te lo advertí una vez, que si la querías que te alejaras de ella. No volverás a verla nunca más, así que hazte a la idea y olvídate de ella.
Siempre serás mío, mío y de nadie más.
Marina”.
No… no puede ser. Marina, ha sido Marina. No creí que fuese capaz de hacer lo que ha hecho. La ha secuestrado y ahora… ¿dónde está?
No dejo de llorar, el corazón se me encoje. Necesito contarle esto a alguien.
- ¿Igor? – le llamo cuando me descuelga el móvil.
- ¿Marco estás bien? – me pregunta preocupado al escucharme llorar - ¿qué ha pasado? – me pregunta nuevamente.
- Se ha ido – le respondo.
- ¿Quién María? – pregunta sorprendido.
- Sí – respondo intentando hablar pero la agonía me lo impide.
- ¿Te ha dejado? No es posible, no… - me dice sin creérselo.
- No, no es eso – le corto al saber que se está haciendo una idea equivocada – se la han llevado – sigo diciendo mientras lloro.
- ¿Cómo? ¿Quién se ha llevado a María? No entiendo nada Marco – me responde alterándose.
- La han secuestrado Igor, han secuestrado a mi pequeña y yo… yo no sé qué hacer ahora – me desespero.
- ¿Qué cojones? – dice mi hermano – voy para ya, dame diez minutos. No hagas ninguna tontería – me dice antes de colgar.
Tiro el móvil por el sofá y vuelvo a releer una y otra vez la carta. Al cabo de un rato mi hermano aparece en mi visión. Se acerca preocupado y me abraza sin dudar.
- ¿Quién ha sido? – me pregunta agarrando mi cara entre sus manos.
Le tiendo la nota y dejo que la lea. Me desespero cada vez un poco más y no puedo evitar dar golpes a la pared.