Mi hermano conduce todo lo rápido que puede y que el límite de seguridad se lo permite, no queremos que nos detenga ahora la policía, aunque si me llega a casa una multa por exceso de velocidad me daría realmente igual si llego a tiempo para ver nacer a mi hijo.
Al llegar, Igor ni si quiera aparca de manera correcta. No dejo ni que apague el motor cuando ya he salido del coche. Corro lo más rápido que puedo hasta la entrada del edificio y busco la recepción.
El tiempo en el ascensor se me hace eterno, al abrirse las puertas salgo corriendo, mirando a cada pasillo que me encontraba por si veía a alguien conocido. De repente en uno de los pasillos, veo a los padres de María alrededor de alguien. No me lo pienso dos veces y corro lo más rápido que puedo. Al ir acercándome me doy cuenta que están alrededor de una camilla.
Todos los presentes se giran para mirarme y Sara me sonríe. Llego hasta la camilla y me inclino hasta ver a María.
Veo como me mira y sé que ha descubierto que estoy completamente aterrado, que la situación me asusta, que solo quiero que todo salga bien y que no les pase nada a ninguno de los dos.
Mis ojos se iluminan de emoción y la sonrío, llevamos mucho tiempo esperando este momento. María me sonríe pero veo una mueca en su cara y sé que le duele.
Siento que Sara se aparta y no dudo ni un instante en ocupar su posición, agarro con fuerza su mano para después acariciar su pelo y quitarle el sudor de la frente. No lo está pasando muy bien.
Ojalá pudiera quitarle todo ese dolor, ojalá ocupar su posición y pasar por todo esto yo y no ella.
Seguimos en camino y llegamos a la sala de paritorio y allí me tienden la ropa adecuada para poder entrar a la sala y no contaminar nada. Al terminar de vestirme vuelvo junto a mi chica y sostengo su mano con firmeza.
Sonrío como un bobo y me acerco hasta su altura, le acaricio su mejilla y su pelo. Me deleito en sus ojos, en su boca, en todo.
Me acerco aun más a ella y la beso en los labios demostrándole todo el amor que siento por ella. Al separarnos los médicos preparan a María y la colocan para comenzar con el parto.
Yo sigo mirando al médico absorto en mis pensamientos. Esto va a ocurrir, va a ocurrir, el momento ha llegado y en nada voy a tener al pequeñín entre mis brazos.
Siento una mirada en mí y miro a María que me observa fijamente, le sonrío para darle ánimos y aprieto su mano.
El médico sonríe y María se prepara para empujar.
Pasada media hora, oigo el llanto de mi hijo, de nuestro hijo. Observo cómo lo envuelven en una manta y lo depositan sobre el pecho de María. No puedo evitar llorar, la emoción me invade, es tan pequeño… y tan nuestro, de los dos, fruto de nuestro amor.
Acabo de ser padre, PADRE, quién me lo iba a decir. Nunca jamás pensé que fuera a ser tan pronto y tengo miles de preguntas, si lo haré bien, si seré un buen padre… Pero es verle en brazos de su madre y todas las dudas se me disipan. Seré un buen padre porque tendré junto a mí a la mejor madre del mundo.
Me inclino sobre María y el bebé para poder verle mejor, poder contemplar esa carita tan serena. Es perfecto.
Me acerco hasta ella y la beso con dulzura, después dejo un suave beso sobre la cabeza de nuestro hijo y me quedo embelesado mirándole.