Andrea, con el dinero que había estado ahorrando del restaurante y de su nuevo emprendimiento, decidió independizarse y cambiar su vida. Continuará trabajando en el restaurante y en su pequeño negocio de regalos, pero ahora vivirá en su nueva casa, que está a punto de comprar.
Esa misma semana, Andrea salió a buscar su casa acompañada por su hija. Visitó diferentes casas, pero ninguna le gustaba. Solo una era pequeña y se ajustaba a su presupuesto; le faltaban algunos detalles, pero con el transcurso de los meses lo podría acomodar.
Andrea llegó a la notaría, acompañada por el abogado que su madre Madelyn le había recomendado. Su corazón latía con fuerza; era la primera vez que se sentía tan adulta y responsable. A pesar de ser menor de edad, su madre había confiado en ella y en su capacidad para hacer realidad este sueño: tener su propia casa.
El abogado, de voz suave y sonrisa reconfortante, la guió a través del proceso. —No te preocupes, Andrea. Todo saldrá perfecto. Solo tienes que firmar aquí y aquí”, —indicó mientras señalaba los documentos preparados sobre la mesa. Ella asintió, un poco nerviosa, pero llena de determinación. Cada papel que tocaba se sentía como un paso más hacia su nueva vida.
Tras revisar todos los documentos, Andrea se sentó en la silla frente al notario, quien le sonrió con amabilidad. —¿Listos para hacer historia? —preguntó. Andrea sonrió de vuelta, sintiendo que ese momento marcaba un punto de inflexión en su vida. Firmó con una caligrafía cuidadosa, su nombre brillando en el papel como un símbolo de su esfuerzo y anhelos. Cada firma era un latido de alegría en su pecho .
Una vez completada la firma, el notario le entregó el documento original de la casa. Andrea lo sostuvo con reverencia, como si fuera un tesoro. —Felicitaciones, Andrea. La casa es oficialmente tuya”—dijo el notario, mientras el abogado también sonreía satisfecho. En ese instante, todo el esfuerzo valió la pena y la emoción inundó su ser.
La dueña anterior se acercó, su rostro lleno de nostalgia, y le entregó las llaves de la casa junto a una copia del contrato. —Espero que este lugar esté lleno de felicidad y buenos recuerdos”,— le dijo, antes de abrazarla. Andrea sintió un cálido aprecio; sabía que estaba dejando atrás una parte de su vida pero, al mismo tiempo, estaba abriendo las puertas a un nuevo capítulo
Con las llaves en mano, el abogado le sugirió que visitaran la casa. Andrea asintió con entusiasmo, casi saltando de alegría. El viaje fue breve, pero en el aire flotaba una mezcla de emoción e inquietud. ¿Cómo sería su nuevo hogar?
Al llegar, la casa se alzaba ante ella, pintada de un blanco radiante con ventanas azules que reflejaban el cielo. Era perfecta. Andrea se acercó a la puerta y la abrió con las llaves que recién había recibido. El chirrido de la bisagra resonó como una canción de bienvenida.
Al entrar, la luz natural inundó cada rincón, y el aroma a madera fresca la envolvió. ¡Es hermosa!” exclamó, su voz reverberando en las paredes vacías. El espacio era amplio, y su imaginación comenzó a forjar la historia que allí viviría. Pensó en cómo decorar cada habitación, cómo llenaría de risas y cálidos recuerdos cada rincón.
—¿Te imaginas las cenas con amigos aquí? —le preguntó al abogado, quien se acomodó en la sala de estar. Y las noches de películas con palomitas, agregó con una risa. Ambos compartieron un momento de felicidad, visualizando un futuro lleno de posibilidades.
A medida que recorría cada habitación, sus sueños empezaban a tomar forma. La cocina sería el lugar de sus experimentos culinarios, el jardín un espacio para relajarse y crear un pequeño refugio de paz, y su habitación, por supuesto, un santuario de creatividad y descanso.
Antes de despedirse, el abogado le recordó: “Recuerda siempre que esto es solo el comienzo. Cada día será una nueva aventura”. Andrea sintió que tenía todo el mundo a sus pies. Al salir, cerró la puerta con suavidad, llevando consigo no solo las llaves, sino un compromiso: hacer de ese lugar su hogar.
Con una sonrisa en el rostro, miró hacia las cálidas luces de la casa y susurró: ¡“Bienvenida a mi vida”!
Posteriormente, Andrea llegó a la casa de su mamá, Madelyn. Subió a su habitación, dejó a la niña acostada, acomodó sus cosas en la maleta y bajó a desayunar para comprar los elementos que le faltaban para su nueva casa.
En ese momento, llegó su mamá, Madelyn.
—Buenos días, hija, ¿cómo te fue con tu nueva casa?—saludó Madelyn y le preguntó.
—Bien, mamá, gracias por tu ayuda, hoy me mudaré—dijo Andrea sonriendo.
—Déjame ayudarte con algo de dinero para que compres lo que falta —le comentó Madelyn.
—Está bien, mamá, aceptaré tu ayuda, pero luego te lo pago —respondió Andrea.
—No tienes que pagarme, hija, te lo doy de corazón—expresó.
—¡Gracias, mamá!—exclamó Andrea, llena de emoción hasta las lágrimas.
"Al terminar de desayunar, Andrea recogió los platos. Luego, subió a la habitación, arregló a su hija, le dio su alimento y después se fueron a comprar las cosas."
Andrea bajó con su niña en brazos y se fue con su mamá en el auto. Poco después, Andrea llegó, se bajó del carro y aentró en una tienda donde vendían accesorios para el hogar. Allí, compraron una cama nueva, un escaparate, unos muebles, una cocina, una nevera y una lavadora.
Las personas encargadas envolvieron todo, lo montaron en el carro de la mudanza y lo llevaron a la nueva casa.
Al llegar a la casa, Andrea abrió la puerta y los chicos de la mudanza bajaron las cosas. Andrea les indicó dónde debían ponerlas. Después de acomodar todo, se retiraron.
Andrea le dio la niña a Madelyn para que la cuidara mientras acomodaba las cosas. Comenzó por la cocina, colocando los platos y las ollas donde iban; luego, organizó los muebles y el pequeño comedor con sus sillas. Después, se dirigió a la habitación, donde armó la cama y la cuna donde iba a dormir la niña, y finalmente, puso el escaparate.