Después de 12 horas de vuelo y algunos contratiempos, Andrea finalmente llegó a España.
La tripulante salió a informar:
—Buenos días, señores pasajeros, hemos aterrizado en el aeropuerto de Barcelona—El Prat (BCN). ¡Disfruten su viaje!—anunció.
Las puertas del avión se abrieron y los pasajeros comenzaron a descender. Andrea bajó con su niña en brazos y la pañalera, mientras la señora Miriam la ayudaba con la maleta. Al salir del avión, la señora Miriam llamó al antiguo chófer de su otra casa para que viniera por ellas.
—Buenos días, señor Pedro. ¿Podría venir a recogernos al aeropuerto de Barcelona—El Prat (BCN)? —preguntó amablemente la señora Miriam.
—¡Buenos días, mi niña! Por supuesto, iré con mi esposa al aeropuerto—respondió cortésmente el señor Pedro.
—Está bien, señor Pedro no se preocupe gracias—se despidió la señora Miriam.
Andrea se sentó junto a la señora Miriam mientras esperaban. Al cabo de unos minutos, llegó el auto del señor Pedro y él se bajó.
—¡Buenos días, mi niña! Bienvenida —dijo el señor Pedro mientras la abrazaba.
La señora Marisa se levantó del asiento.
—¡Buenos días, señor Pedro! Espero que esté bien. Traje una visita que estará con nosotros —anunció la señora Miriam.
—¡Buenos días, señorita! Bienvenida a España—respondió el señor Pedro.
—¡Buenos días, señor Pedro! Soy Andrea Martínez, un placer conocerlo—dijo nerviosa.
El señor Pedro colocó la maleta en el maletero, luego abrió la puerta y subió la señora Miriam. Después, Andrea entró con su niña dormida en brazos. Así, nos dirigimos a casa.
Esa noche, Andrea no pudo conciliar el sueño; solo pensaba en su hermano y deseaba llegar pronto al hospital. Al llegar a la casa, una de las más hermosas, pintada de blanco y azul, el señor Pedro salió del auto, abrió la puerta para ella y le entregó las llaves a la señora Miriam. Ambas bajaron del vehículo y, al abrir la puerta, entraron. Los pisos de la casa estaban revestidos de cerámica. El chófer tomó la maleta y la llevó a la habitación donde Andrea dormiría. Poco después, la nana de la señora Miriam comenzó a preparar el desayuno, mientras su esposo Pedro salió a realizar algunas gestiones.
La señora Miriam llevó a Andrea a su habitación para que se duchara y se preparara antes de ir al hospital. Al entrar, le mostró el espacio y luego la dejó instalarse mientras ella bajaba a la sala. Más tarde, Andrea dejó a su niña en la cama, se duchó rápidamente y se vistió con una camisa rosa, un jumper blanco y zapatos deportivos. Se alisó el cabello, se aplicó un poco de maquillaje, y preparó a su niña con un vestido rosa, gorrito y manoplas. Finalmente, bajó de la habitación con su hija en brazos y su bolso.
Andrea se sentó en el comedor junto a la señora Miriam. La Nana trajo el desayuno: unos exquisitos panqueques con mantequilla y café con leche.
—Buenos días, señorita Andrea. Buen día, mi niña Miriam. ¡Que lo disfruten! —dijo con una sonrisa.
—Buenos días, señora. Gracias por el desayuno—dijo Andrea.
—Buenos días, mi nana Luisa. Gracias por el desayuno. Quiero contarte que Andrea será nuestra nueva huésped; se quedará en la casa mientras yo estaré solo unos días, ya que debo regresar a Colombia—dijo la señora Miriam sonriendo.
—No se preocupe mi niña me alegra verla—dijo la Nana Luisa.
Después del desayuno, la Nana recogió los platos y Andrea se fue al hospital con la señora Miriam en un taxi. Al llegar al Hospital Universitario La Paz, el taxi se detuvo; Andrea salió con su niña en brazos, seguida de la señora Miriam. Ambas entraron y la señora Miriam se acercó a la recepción.
—Buenos días, soy la señora Miriam. Venimos a solicitar información sobre un paciente llamado Esteban Martínez, nos dijeron que está ingresado aquí—respondió amablemente.
—¡Buenos días, señorita! El paciente se encuentra estable. Anoche tuvo un dolor intenso en las piernas. Ahora iré a informar a la doctora que ya han llegado— dijo la recepcionista antes de dirigirse al consultorio.
La recepcionista entró al consultorio.
—Buenos días, doctora Camila. Los familiares del paciente Esteban Martínez ya llegaron y están afuera—le informó la recepcionista.
—Buenos días, gracias por informarme. Ya estoy saliendo—dijo la doctora Camila.
La recepcionista salió del consultorio y luego lo hizo la doctora Camila. Se acercó a Andrea y a la señora Miriam, diciendo:
—Buenos días, señorita Andrea, buenos días, señora Miriam. Vengan conmigo—respondió la doctora con una ligera sonrisa.
Andrea llegó al consultorio con la señora Miriam y, al entrar, se sentaron.
—Buenos días, doctora. ¿Cómo está mi hermano Esteban?—preguntó Andrea con preocupación.
—Buenos días, señorita Andrea. Su hermano Esteban está estable. Anoche tuvo una noche difícil y sufrió mucho dolor en las piernas. Estuve en una reunión con los doctores y decidimos que es necesario realizar una operación para extirpar el tumor en su cerebro. Después de la cirugía, necesitará un tiempo de reposo y terapia para poder caminar. Es importante que no lo deje solo en este momento—le explicó la doctora sobre el procedimiento.
—¡Ay, Dios mío! Pobre de mi hermano. ¿Tendrá la oportunidad de caminar otra vez? —preguntó Andrea, angustiada.
—Las posibilidades son limitadas: hay un 50% de probabilidad de que la operación sea exitosa y el otro 50% no garantiza resultados. Señorita, por favor, relájese y confíe en nosotros—dijo la doctora mientras sostenía su mano.
—Dios mío, no puedo creer que esto esté sucediendo. Doctora, ¿podría, por favor, permitirme ver a mi hermano? —pidió Andrea con tristeza.
—Debe calmarse señorita sé que estos momentos son difíciles, para usted haré todo lo posible para que su hermano esté mejor, la enfermera vendrá por usted para llevarla a la habitación de su hermano Esteban—contestó la doctora Camila.
—Agradezco mucho sus palabras, doctora—dijo Andrea, sin poder contener las lágrimas.