Amor eterno.

La sacerdotisa de la profecía

Año 108 en un reino dominado por criaturas extraordinarias las personas rezaban fervientemente por un milagro. Los clérigos habían profetizado el nacimiento de una sacerdotisa qué llegaría a acabar con la hambruna y las enfermedades, una pequeña niña de cabello blanco que traería por fin la paz tan deseada al unir su vida junto a la del rey dragón suprema deidad para todos los habitantes. Esa era la última esperanza de todos para logar sobrevivir.

Una noche de luna roja en las habitaciones del castillo la reina luchaba con gran dolor para dar a luz a su bebé, sus gritos desgarradores se escuchaban en todos los pasillos del lugar hasta que después de muchas horas por fin se escuchó el dulce llanto de una bebé.

Una de las sirvientas al verla salió corriendo a toda prisa informando que la princesa había nacido y no solo eso, que ella poseía las características de la sacerdotisa qué llegaría a salvarlos a todos.

El rey emocionado fue hasta el cuarto y al asomarse sobre la cuna pudo ver que su hija era la respuesta a todas sus súplicas, ella no solo tenía sus cabellos blancos, sino que también llevaba consigo en su pecho el brillo del orbe de sangre. Ese mismo que se decía tenía el alma del emperador dragón.

La levanto entre sus brazos y salió al balcón anunciando que la santa había nacido. Todos en el reino gritaban de felicidad, dándole los buenos deseos y una larga y prospera vida a la diosa qué había descendido de los cielos para apiadarse de ellos.

Por un mes completo el reino se regocijó, la fiesta se alargó hasta más no poder, todos estaban felices de que el gran día había llegado y aunque la bebé aún era pequeña y le faltaba mucho por crecer todos tenían Fe en que las cosas cambiarían.

Ayla creció de una manera maravillosa los siguientes años, hermosa como ninguna, adorada por todos. Aunque tenía que pasar gran parte de sus días confinada a la iglesia quien la instruía para tomar sus botos como sacerdotisa ella disfrutaba de salir a los campos y ayudar a la gente. Cuando Ayla tenía 14 años una guerra se desató, los pueblos aledaños ya sin nada para sobrevivir invadieron el reino buscando suministros lo que dejo grandes pérdidas.

El rey viendo la penosa situación conformo su propio ejército seleccionando a los mejores y más fuertes hombres para defender sus tierras, así fue como de la nada apareció un joven de apenas 16 años de edad dispuesto a enlistarse.

- Eres demasiado flaco.

- Soy fuerte y estoy dispuesto a morir por mi nación.

- Con tu edad no lograrás pisar el campo de batalla. ¿De dónde dices que vienes exactamente?

- Las montañas del norte, en ese lugar vivía junto a mi abuelo un boticario qué desgraciadamente falleció y ahora me encuentro aquí, señor.

- Mira hijo no puedo ponerte al frente, al menos no ahora mismo. Pero te incluiré en el cuartel así vas aprendiendo lo necesario, si lo haces bien subirás de puesto a guardia de la familia real y si el rey te da su bendición quien dice un día tal vez te conviertas en general.

Ya sabía de esas promesas, se las dicen a todos los que llegan aquí. Les ofrecen un sueño que nunca se va a cumplir, pero como motivación suena bien. Además, yo no voy a parar hasta demostrar que soy digno y me convertiré en el mejor soldado de este reino.

- Muy bien señor agradezco la oportunidad.

- Puedes ir juntó a ese soldado, el te mostrará las barracas y te indicará tus labores. Bienvenido al ejército.

- Gracias.

Aunque esto es una pocilga por donde se lo mire es mejor que morir de hambre en las montañas además aquí si me esfuerzo puedo convertirme en un soldado fuerte.

- Esta será tu cama. ¿Cómo te llamas?

- Vlard.

- Que nombre más peculiar. Ahora descansa que mañana a primera hora tenemos que ir y limpiar las caballerizas.

- ¿Cuándo comenzamos a entrenar?

- Eso se hace por las tardes luego de limpiar y ordenar todo lo que los soldados hacen. Recuerda Vlard aquí somos lo más bajo de lo bajo.

- Bien, no le tengo miedo al trabajo duro.

Así cada día Vlard comenzaba su rutina a primeras horas de la madrugada y entrenaba hasta altas horas de la noche, ese joven era inusual y todos estaban intrigados por él.

Su fuerza de voluntad era admirable y nunca parecía cansado, con los años se ganó el cariño y aprecio de todos sus camaradas llegando así a su edad de 18 años al castillo.

Ya no quedaba nada de aquel delgado joven que bajo de las montañas, ahora en tan solo 2 años se había vuelto un hombre fornido y de gran atractivo. El rey en persona lo mando a llamar tras escuchar su buen desempeño, puesto que tenía para él un lugar especial para servir.




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