Amor eterno

~Capítulo36~

-¿Láudano? -preguntó Constance- ¿Pero quién querría lastimar a mi pequeña?

-La verdad no sé, pero tengo un presentimiento de que Clair tiene algo que ver en todo esto. -Contestó Robín.

-¿Clair? -preguntó Anna.

-Sí. -Dijo Robín- Sería la única capaz de hacer esto. Se levantó del asiento- Veré si la puedo ubicar y sacarle información.

-¿Cómo harás eso Rob? -preguntó Anna.

-Voy a tener que pedirle información a su amiga Rubí. Si me permiten me pondré en marcha.

-Ten cuidado ¿Sí? -le dijo Anna.

-Por supuesto mi amor. -Respondió él dándole un beso en la mejilla.

Dos días después había ido el médico a revisar a Anna y le había dado el alta. Ya no le quedaban rastros del chichón ni los dolores de cabeza.

Se encontraba bailando una vez más con el joven Robinsón, pero esta vez en el salón de Lady Candance.

Lo buscó a Robín, pero no lo vio por ningún lado.

Mientras giraba en la pista una y otra vez miraba por el rabillo del ojo simulando una sonrisa.

¿Dónde se habría metido Robín? ¿Quizás había ido de camino a hacerle una visita a Rubí? ¿Y si era así, cuanto más tardaría? Es más ¿Iría aquella noche?

En los dos últimos días no lo había visto, no había ido a visitarla a su casa. Supuso que no había ido debido a las obligaciones como marqués, ya que debía ir a las cesiones del parlamento.

Aquella tarde Robín había ido hasta la pequeña casa donde vivía Rubí Thomson, era la mejor amiga de Clair Stivens. Al contestar un llamado a la puerta se quedó paralizada sin poder creer lo que veían sus ojos. El marqués de Winchester estaba ante su puerta.

-Hola, señor. -Dijo Rubí habiendo una reverencia temblorosa- Pase por favor.

-Con permiso. -No había hablado con aquella mujer desde que Clair lo había abandonado. La observó detenidamente. Era una mujer rubia, delgada, con una tez blanca y labios carnosos. Tenía ojos verdes que siempre parecían demostrar sorpresa.

-Y digame, -dijo con una nota de nervios en la voz- ¿En qué puedo ayudarlo mi lord?

-Necesito que me des la dirección del paradero de Clair. Es que hace poco nos reencontramos y me di cuenta de que aún la amo. A pesar de lo que ha hecho la he perdonado. -Mintió Robín.

-Oh, si, espéreme un segundo, enseguida se la anoto. -Contestó.
Fue hasta un pequeño escritorio, tomó una pluma, la mojó en la tinta y escribió con letra apurada, por último, le aplicó un poco de secante. Luego se la entregó.

Una vez que guardó la dirección dentro de un bolsillo interno del saco, se despidió de Rubí y salio a la calle. Subió al carruaje luego de darle la dirección al cochero.

Cuando llego a la casa que habitaba Clair, toco timbre. Cinco minutos después ella abrió la puerta.

-Hola, cariño, -dijo Clair fingiendo no sentir sorpresa- me preguntaba cuanto tardarías en aparecer ante mi puerta. Te he echado de menos. -Terminó, arrojándose a sus brazos.

-¿Puedo pasar? -preguntó Robín, fingiendo interés en ella.

-Si ven, pasa. -Contestó Clair haciéndose a un lado.

Una vez dentro, lo condujo a un saloncito de invitados.

-¿Quieres algo de tomar? ¿Té, café, brandy? -preguntó.

-No gracias, estoy bien así. -Dijo Robín tomando a ciento en un sillón de respaldo alto.

-Y dime, ¿Qué haces por aquí? -preguntó intrigada ante la visita inesperada del marqués.

-Es que no puedo dejar de pensarte, desde que te vi en mi residencia hace unas semanas. -Mintió él- Me di cuenta de que aún te amo.

-Oh, cariño, -dijo Clair sentándose en su falda- te suplico que me perdones por lo mal que te traté. Pero he cambiado. Crecí y maduré.

-Te creo Amor mío. -Volvió a mentir Robín.

-¿Sientes algo por esa tal Annabet Brighton? -preguntó ella.

-No, la verdad no, es tan solo una chiquilla sin nada de experiencia. -Dijo, tratando de sonar lo más creíble posible- Tú más que nadie me conoce como soy. Sabes que no me atraen las vírgenes.

-Es verdad amor. -dijo Clair

La mujer se acercó un poco más y le dio un beso húmedo. A Robín le dio la sensación de estar besando una babosa. Él prefería los besos firmes de una joven hechicera de labios finos y ojos celestes.

-Me enteré que hace una semana atrás fuiste a la residencia de lord Dustin. -Dijo Robín intentando hacer que caiga en la trampa.

-Ha... si... si, pasé tan solo un momento. -Respondió Clair- ¿Por qué tanto interés? -preguntó con recelo.

-Es que esperaba que fueses a buscarme como la vez anterior. -Le contestó él.

-Es que no quise molestarte. -Respondió Clair, preguntándose como demonios había hecho él para enterarse de que ella había estado allí. Rogaba que la muchacha no hubiera hablado.

-Oh, me hubiese gustado verte. -dijo Robín fingiendo decepción.

-Ya estas aquí, ¿No? -dijo ella entusiasmada.

-Si, es verdad. -Contestó Robín.

Sacó el pañuelo que habían encontrado en el jardín de lord Dustin.

-¿Este pañuelo es tuyo? -preguntó Robín sin quitarle los ojos de encima.

-¿A ver? -dijo ella realmente sorprendida esta vez.

Lo examinó bien, aún tenía el aroma del láudano.

El imbécil de Marcus en vez de tener cuidado en no dejar rastro alguno, había dejado caer el pañuelo. El aún no confiaba en ella, tenía sus reservas.

-No, no es mío. -Contestó Clair algo nerviosa. A Robín no se le pasó por alto aquella reacción.

-Es una pena, le pregunté a todos los invitados, pero no es de nadie. -Le contó- Valla a saber de quien será.

-¿Por qué el interés de devolver un simple pañuelo? -preguntó con fingida inocencia.

-Por qué con este pañuelo atacaron a la hija menor de lord Brighton. -Respondió Robín.

-Ay, pobre niña. -Dijo Clair- Ojalá encuentres al responsable.

-Gracias. Bueno debo volver a mi residencia. Espero verte pronto. -Respondió Robín fingiendo interés.

-Hasta pronto, amor. -Se despidió dándole otro beso flácido.

 




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