Tras marcharse de la residencia Brigthon, internado en las profundidades del carruaje, Robín se dirigió hacia su casa ubicada en Upper Grosvenor street.
Una vez dentro de la propiedad, se dirigió derecho a su estudio.
Necesitaba tomar algo fuerte con urgencia, fue hasta la mesita auxiliar y se sirvió una copa de brandy, se la bebió de un solo trago y sintió como el calor recorría su garganta, eso logró serenarlo solo un poco y mientras se llevaba la botella con él, se volvió a servir otro vaso de camino al diván. Necesitaba sacar de su cabeza el recuerdo de su pasado y el de una dama de hermosos ojos color azul.
No entendía por qué su mente se empeñaba en volver una y otra vez a rememorar lo que sintió al chocar contra ella, rememorar como se le había atascado la respiración en los pulmones mientras se perdía en su mirada, como de pronto, se le había secado la boca y había tenido la necesidad de beber sus labios hasta que se le fuera la sed, sintió que su piel ardía allí donde se habían apoyado las pequeñas manos de Anna. -Así le había pedido que la llamara ella y sin querer afloro una sonrisa- Recordó también, como había reaccionado ella ante su contacto, no se le había pasado por alto como se le cortó la respiración y se había acelerado su puso, recordó lo nerviosa que se había puesto al saber que él era el marqués. Sin duda sabía quién era y lo que había sucedido años atrás. Al recordar la pequeña charla, se sintió algo molesto consigo mismo, como podía ser que un encuentro accidental, revolucionara su cabeza de aquel modo, siempre lograba mantener la compostura, pero esta vez casi había flaqueado. Si bien había disfrutado del breve momento no iba a permitir que pusiera su mundo de cabeza.
Annabet Brighton estaba totalmente prohibida para él de hoy en adelante.
Apartó todo pensamiento de lo ocurrido, apuró el último trago que le quedaba, se levantó del diván y se dirigió a acostarse. Sin duda iba a ser una noche muy larga.
Una vez acostado, apagó la vela apoyada en la mesa de luz, se dio media vuelta y se dispuso a dormir.
Anna, se hallaba acostada con su hermana haciendo comentarios sobre la fiesta, cuando Lucy se incorporó de golpe.
-Mientras bailaba con Frederic, te vi hablando con alguien, ¿Quién era? -quiso saber.
-Era Robín Henderson, el marqués de Winchester. -Contestó- tropecé sin querer con él y solo le ofrecía una disculpa por no ver donde iba.
-Ay, Anna debiste observar mejor por donde ibas. -La reprendió su hermana- ¿Qué edad tiene?
-Si, lo sé. Tiene 29 por lo que he escuchado. -Dijo apenada- Fue muy caballero, al echarse la culpa. -Cambió de tema al instante- ¿Tú cómo la pasaste con Frederic? ¿Sabes cuándo le vendrá a pedir tu mano a nuestro padre?
-Estuvimos hablando de eso, está buscando el momento apropiado, quiere que todo sea perfecto. -Contestó recordando a su amado.
-Me parece perfecto. -Respondió Anna- Solo esperemos que lo haga antes de que envejezcan. -Se burló. Y las dos hermanas comenzaron a las carcajadas.
Cuando Lucy cerro la puerta detrás de ella, Anna, dio la vuelta y en poco tiempo calló en un sueño profundo.
Al día siguiente, a media mañana, Robín se puso una camisa blanca fina, la cual hacía contraste con su piel bronceada por el sol, unos pantalones claros de montar, las botas y se encaminó hacia el establo, donde un mozo de cuadra lo esperaba con su alazán listo para dar un paseo por el parque, no sin antes pasar por la cocina y tomar una manzana a modo de desayuno.
-Buenos días señor. -Saludo amablemente Paul -Hoy hace un buen día para montar.
-Buenos días Paul. -Respondió Robín- Ya lo creo. -Asintió mientras observaba el cielo.
Vivía en una casa de dos plantas a tan solo unas cuadras del parque. Iba temprano cada mañana. No quería cruzarse a las madres casamenteras con sus hijas y lo acosaran, pero debido a que había vuelto tarde la noche anterior, decidió quedarse un rato más en la cama. Montó y con enérgica determinación, salió de la propiedad.
Apenas llegó al parque, vio que había personas desparramadas por todo el parque, institutrices enseñando a sus niños sentados sobre mantas y parejas dando paseos. Vio que un grupo de damas le lanzaban miradas disimuladas y pronto se arrepintió de haber ido, pero era mejor que quedarse en casa para ser torturado por su cabeza.
Condujo su caballo a medio galope por el camino principal, dejando que el aire puro entrara en sus pulmones y sacaran todas las preocupaciones.
Anna había despertado de buen humor esa mañana, la velada había resultado ser todo un éxito.
Por milésima vez recordó -mientras estaba tendida en su cama- su encuentro con el marqués, y como se habían sucedido las cosas. Recordó sus facciones bien definidas, su mandíbula recta, sus ojos castaños, daban la impresión que podían ver a través de la persona, recordó haber tenido la necesidad de pasar sus dedos por entre su cabello color azabache para saber si era tan suave como parecía, gracias a Dios, había reprimido el impulso antes de levantar siquiera la mano. Recordó que se le aceleró el pulso y rogó por qué el marqués no lo hubiese notado. Se había percatado de que la miraba de una forma como si quisiera besarla con sus finos labios, hubiese querido que eso ocurriera, pero hubiera sido un completo desastre, así que le agradeció en silencio a Rob por no haberlo hecho.